Pijamas y aeropuertos, Monólogo

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Pijamas y aeropuertos

Zumbando se posan las moscas

sobre las listas de los pijamas,

y los aviones, con estruendo,

sobre las pistas de los aeropuertos…

No me abandones jamás, vasto mundo.

¡Jamás tus puertas me cierres!

 

Hay amores pequeños,

primeros amores (nº 1),

devaneos

que zumban en la memoria como moscas,

que preparan chocolate,

que lavan camisetas;

hay amores grandes, libres como el viento,

desperdigados al azar por todo el mundo,

que no saben dónde estamos,

que dónde se encuentran no sabemos.

 

El amor pequeño reclama la devolución de fotografías;

a los grandes amores se los lleva el viento en los andenes;

son sus sollozos semejantes a sirenas,

a las sirenas resonantes de las separaciones.

 

¡No me abandones jamás, vasto mundo!

¡Sobre las listas de mis pijamas

sigan descendiendo los aviones!

 

Que en la cuerda de mi ventana cuelguen,

agitadas por el viento,

las camisetas de las nubes;

que se instale el sol

en el casquillo de mi lámpara de noche. ~

1961

 

 

 

Monólogo

 

En la noche glacial intenté encender un fuego,

pero la noche era fría, oh, qué negra y desolada.

Y así, para mantener el fuego vivo en tal rigor

algo más siempre era preciso con que lo alimentara.

Así como el monje vagabundo que reúne leña en las tinieblas,

arrojaba yo en aquel fuego mis miembros sin descanso,

mas como no fueran suficientes, después de ellos

a las llamas comencé a entregar jirones de mi alma.

 

Pues otro modo no existía, no, imposible que lo hubiera,

pues preciso era que alguien sostuviera aquella llama.

A la delirante luz que sólo el oleoso pábilo procura,

brillaban en derredor amenazantes figuras, y temblaban.

Tal vez las vierais, algo distinguisteis acaso,

en torno a mí la noche de tinieblas y de lobos se poblaba.

Pues todos sofocar pretendían aquel fuego,

unos por maldad, tantos por ignorancia.

 

Otros en lo alto de colinas bañadas por el sol,

sus hogueras avivaban y reían con desprecio,

incapaces de entender lo que aquí dentro sucedía,

cuánto esfuerzo requiere una llama nacida en la negrura.

Cansado, alguna vez llegué a pensar: dejaré que se extinga.

Ya que me repudian, caiga de una vez la noche eterna.

Mis ciegos ojos quedarán tal vez de esa manera

en la oscuridad completa sin que nadie los perturbe.

 

Mas de nuevo algo me empujaba a alzarme cual sonámbulo,

como el monje desolado que reúne leña en las tinieblas,

y sobre el fuego a arrojar mis miembros congelados,

y los jirones uno a uno arrojarle de mi alma.~

 

 

1984

Versiones de Ramón Sánchez Lizarralde

 

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