Ni verde ni rojo

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¿Dónde está Antanas Mockus? El filósofo y matemático de origen lituano y de cultura francesa que hizo tambalear el uribismo en las encuestas –llegaron a pronosticar su victoria– desapareció del mapa político de Colombia al día siguiente de su derrota en las elecciones presidenciales del pasado 20 de junio. ¿Fue el candidato verde flor de un día, estrella fugaz que se desintegró ante la despiadada realidad de un país azotado por la guerrilla y el narcotráfico? El triunfo arrollador de su adversario, Juan Manuel Santos, no deja mucho espacio para la duda: el 69% de los colombianos dieron su voto al heredero ideológico del presidente saliente, Álvaro Uribe, y de su “política de seguridad democrática”, que tanto éxito ha tenido contra los violentos.

El profesor Mockus, sin embargo, no está del todo desaparecido. El propio Santos se encargó de resucitarlo en su discurso de toma de posesión, el 7 de agosto, cuando se apropió descaradamente de los principales lemas de campaña del candidato del Partido Verde. “El respeto a la vida es un mandato sagrado”, aseguró el nuevo presidente. “Y que quede muy claro: Si alguien en su interior abriga la oscura intención de lucrarse con los bienes públicos, le advierto que no trate de hacer parte del Gobierno que hoy comienza. […] ¡Vamos a gobernar en una urna de cristal! […] No lo hacemos por presiones externas, sino porque nos nace de la más profunda convicción democrática, ética y humana.”

La similitud con los compromisos de campaña de Mockus no es pura coincidencia, claro. Para que conste que se trata de un plagio con todas las de la ley, recordemos la consigna que machacó el candidato verde en todas sus intervenciones preelectorales: “Promovemos tres principios: la vida es sagrada, los recursos públicos son sagrados, la ilegalidad es dañina”, con la Constitución y un lápiz en la mano, símbolos de la legalidad y de la educación.

Santos es un político muy curtido –después de ejercer el periodismo en El Tiempo, la poderosa empresa familiar, fue ministro con tres presidentes y, como titular de la Defensa hasta el año pasado, dio golpes contundentes a la guerrilla– y sus promesas de transparencia pudieran ser pura retórica. Lo sabremos más adelante, pero el solo hecho de que haya integrado esos conceptos en su agenda de gobierno indica que el discurso ético del candidato verde ha calado hondo en el país.

Además de seducir a muchos de sus compatriotas, la propuesta de Mockus de buscar “una nueva forma de hacer política” suscitó un gran interés en el extranjero, y varios académicos prestigiosos le aportaron su apoyo con una carta abierta. Entre los firmantes figuraban Jürgen Habermas, teórico de la “democracia deliberativa”, o Elinor Ostrom, premio Nobel de Economía 2009 por su trabajo sobre la gestión colectiva de los recursos naturales.

Para todos ellos, Mockus era el hombre que, siendo alcalde de Bogotá, había llevado a la realidad las teorías que han desarrollado en sus investigaciones. “El núcleo de su aproximación imaginativa y única a los problemas urbanos –desde el ahorro de agua hasta la protección de la vida– es una idea simple y poderosa. […] Dejamos que los ciudadanos se hagan responsables de acuerdo con los principios renovados de la cultura ciudadana”, decían en la carta.

Antes de ser electo a la alcaldía, Mockus había sido en 1993 rector de la Universidad Nacional, donde había destacado por sus excentricidades, como bajarse los pantalones y enseñar el trasero a unos estudiantes que no le dejaban hablar. “El comportamiento innovador puede ser útil cuando te quedas sin palabras”, dijo entonces. Fue, sin embargo, con su llegada al ayuntamiento de Bogotá –ejerció dos mandatos: 1995-1997 y 2001-2003– cuando pudo poner en práctica su programa de “cultura ciudadana”.

Bogotá era entonces una ciudad caótica –lo sigue siendo, pero hoy, además, es una capital cultural– y la tasa de criminalidad era altísima. Con una buena dosis de autoritarismo, uno de sus rasgos menos conocidos, Mockus despidió a todos los agentes de la policía municipal para acabar con la corrupción en ese cuerpo y obligó a los taxistas a renovar sus vehículos (estos no se lo han perdonado y han votado en masa por Santos en las elecciones de junio). Para compensar la falta de policía, el nuevo alcalde contrató a un ejército de mimos y saltimbanquis para “educar”, con más o menos éxito, a los conductores y peatones, cuya insuperable incivilidad provoca gigantescos trancones (atascos).

“La autoridad hay que aplicarla en la pedagogía, más que en la fuerza, porque eso es lo que la hace legítima”, dice Mockus. Aplicó este criterio en la campaña de “ahorro voluntario” de agua e, incluso, para sugerir a algunas familias acomodadas que pagasen espontáneamente un suplemento fiscal. “Me encanta que los estratos altos me favorezcan en las encuestas porque tengo más autoridad para pedirles más impuestos y lograr un esquema que reduzca la desigualdad”, comentó en su blog cuando ya era candidato a la presidencia.

Su gran éxito fue la “Ley Zanahoria”, que restringió los horarios de los bares y de las discotecas para luchar contra la criminalidad. En pocos años, la tasa de homicidios cayó de 80 muertos a 18 por cada 100,000 habitantes. Esa reducción pasmosa fue el resultado de medidas coercitivas y de la colaboración ciudadana a través de las campañas de croactividad (en Colombia se llama sapos a los soplones). Para “romper la ley de silencio”, las autoridades invitaban a la población a marcar un número de teléfono para denunciar la presencia de gente armada en su vecindario.

A partir de su experiencia en el ayuntamiento de Bogotá, Mockus ha desarrollado lo que él llama una “cultura zanahoria”, un término del argot colombiano para definir los comportamientos o a los individuos sanos. En Colombia, asegura, “hay mucha gente con el chip zanahorio, como yo llamo a la mentalidad de obedecer las normas, ser laboriosos, entregar las tareas a tiempo y no hacer trampita. Pero también hay gente con el chip remolacha, el chip que le autoriza a hacer trampa”.

Los resultados de las elecciones presidenciales parecieran indicar que la cultura “remolacha” arrasa. ¿Cómo explicar que las encuestas pronosticaran una victoria del candidato verde, cuando se sabía que sus simpatizantes estaban concentrados en las clases más acomodadas y, por ende, minoritarias? ¿Y esa mockusmanía que se apoderó de tantos columnistas e intelectuales de izquierda, colombianos y extranjeros? Sin olvidar a los cientos de miles de jóvenes que hicieron campaña a través de las redes sociales de internet. “Cada uno veía en Mockus lo que quería”, explica un asesor de Santos, “y, cuando tuvo que definirse en los debates, se le vio titubeante en sus respuestas. La gente fantaseaba y volvió a la realidad”.

La izquierda, cuya prioridad era impedir la victoria de Santos, intentó subirse a la ola verde después de que su candidato, Gustavo Petro, fuera derrotado en la primera vuelta. En respuesta a una oferta del Polo Democrático Alternativo, que le proponía su apoyo electoral a cambio de un acuerdo sobre el programa, Mockus no dudó un segundo: “Ni al Polo le conviene aliarse con los verdes, ni a los verdes aliarse con el Polo. Cada loro en su estaca.”

Ni rojo ni verde, Mockus es un electrón libre. “A veces soy un poco impredecible”, suele decir con esa sinceridad que le permite declarar su “afecto a Estados Unidos”, su admiración por Angela Merkel o su indignación ante la “cultura del atajo y del todo vale” que justifica cualquier medio, incluso ilegal, para combatir el crimen o la guerrilla. Fue un candidato de lujo, que no dudaba en citar a Kant, Kafka y hasta Céline entre sus autores preferidos. Dio altura a la campaña electoral y le agregó un elemento conciliador que el país necesitaba ante una situación muy polarizada. Lo más probable es que nunca llegue a la presidencia, pero se ha ganado a pulso el respeto de muchos colombianos. ~

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(Tánger, Marruecos, 1950) es periodista. Fue corresponsal de Le Monde en México. Es coautor de ¿Quién mató al obispo? (Ediciones Martínez Roca, 2005).


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