Nantes como espectáculo

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De la ciudad de Nantes dijo André Breton que era, junto a París, el único lugar de Francia donde tenía la impresión de que en cualquier momento podía ocurrirle algo que valiera la pena. Esperando que fuera cierto lo que la frase decía, viajé el otro día a Nantes, elegante ciudad de provincias, ciudad fluvial aireada a los cuatro vientos, ciudad abierta y, sin embargo, ciudad encerrada, ciudad literaria: Jules Verne, Jacques Vaché y Julien Gracq nacieron en ella o en sus alrededores.
     Paseando por el increíble pasaje Pommeraye —que se conserva idéntico a cuando era uno de los centros neurálgicos del surrealismo—, pensé en lo que escribiera Roland Barthes sobre Bayona, la ciudad de su infancia: "Bayona, Bayona, ciudad perfecta […], la provincia como espectáculo, la historia como olor, la burguesía como discurso".
     Lo que Barthes dijo de Bayona puede perfectamente aplicarse a Nantes, ciudad donde se hace palpable a todas horas el espectáculo de la provincia. Fui a Nantes invitado a intervenir en las clases de una escuela única en Europa, un centro de formación profesional de editores que dirige Yves Douet y coordina Patrice Viart, dos emprendedores ciudadanos de Nantes que han puesto en práctica una buena idea: A lo largo de cursos anuales limitados a 25 alumnos seleccionados de entre un gran número de aspirantes, se enseña a editar, se facilita que a fin de curso cada uno de los 25 estudiantes se haga responsable de la edición de un libro, cuyo título ha sido elegido previamente por ellos. Cada año de la escuela de Nantes salen 25 editores potenciales. Creo que es obvio que se trata de una feliz iniciativa en un momento en que todas las previsiones hablan de gigantismo en la industria editorial y nos auguran un futuro amenazante en el que podrían desaparecer las pequeñas librerías y, por supuesto, los pequeños editores. En Nantes viven de espaldas a estos augurios y educan a gente joven en el gusto por la edición de literatura minoritaria y de calidad.
     La experiencia de Nantes me ha parecido enormemente interesante y ojalá esta crónica sirva para que otras localidades tengan iniciativas de este estilo. Las ciudades de provincias —si cuentan con ayuntamientos inteligentes y dotados de un sentido culto del espectáculo, de ese espectáculo provinciano del que hablaba Barthes— las veo yo ideales para organizar acontecimientos tan dinámicos y estimulantes como el de Nantes, ciudad en la que, a lo largo de tres intensas jornadas y en compañía de editores españoles independientes, he tenido ocasión de recorrer sus literarias calles y conversar sobre el mundo del libro con futuros defensores del mismo.
     Literarias calles de Nantes. En ellas me ha ocurrido más de una cosa que valga la pena. Por ejemplo, he podido reconstruir con la imaginación el Nantes anterior al nacimiento de Verne, aquella ciudad que hacía gala de una potente casta de armadores y traficantes, propietarios de flotas en el Loira y de tierras en las Antillas. Cuenta Alberto Savinio que, en el corazón de aquella Nantes, los llamados por el pueblo llano plantadores de Santo Domingo habían edificado un barrio privado, una ciudad de Las mil y una noches, palacios sostenidos por cariátides, jaulas sonoras de pajarillos de las islas, plantas barbudas y flores espantosas como fuegos artificiales: "Cuando Verne paseaba siendo joven por los canales de ese puerto fluvial y la vista se le extasiaba ante los bergantines y los paquebotes flamantes, los plantadores de Santo Domingo habían muerto hacía tiempo y sus riquezas se habían disipado, pero un tenue resplandor del antiguo brillo duraba todavía entre las ruinas de la ciudad privada. En el aire reinaba un perfume colonial".
     Nantes como espectáculo literario. Recién llegado a la ciudad, me enteré de que era allí donde, en el Grand Hotel de France, se suicidó en 1919 Jacques Vaché, la gran leyenda del surrealismo, joven muerto por sobredosis de opio en el centro neurálgico de la ciudad. Vaché ha sido siempre un mito para mí, aparece y reaparece en mis libros; en el último que he escrito, viste ropaje bartleby, pues no en vano su caso es único: habiendo escrito tan sólo unas cuantas cartas a Breton, y gracias a la ley del mínimo esfuerzo, figura en lugar preferente en todas las historias de la literatura francesa.
     En Nantes, frente al inmueble que en su tiempo albergó al Grand Hotel de France, mirando fijamente a la ventana donde el escritor encontró la muerte por opio, rendí un homenaje privado al gran Vaché, el mismo que, antes de su suicidio, se paseaba a veces por las calles de su ciudad vestido de uniforme de teniente de húsares, de aviador o de médico. Vestido de soldado lo vio Breton el día en que, en un hospital de Nantes, le conoció y quedó impresionado para siempre, pues la sombra del furtivo poeta le acompañó toda la vida, hasta el punto de que, muchos años después de aquella muerte por opio, Breton creía ver su sombra agazapada detrás de las columnas de los templos más insólitos. "Me creeréis desaparecido —le había dicho un día a Breton—, me creeréis muerto y un día os enteraréis de que un tal Jacques Vaché vive retirado en Normandía y se dedica a la cría de ganado y os puede presentar a su mujer, una muchacha inocente, bastante bonita, que no se habrá dado cuenta jamás del peligro que ha corrido. Sólo algunos libros (muy pocos, ¿eh?), cuidadosamente guardados en el piso de arriba, atestiguarán que algo ha sucedido".
     Literarias calles de Nantes. En ellas me ha sucedido más de una cosa que valga la pena. Por ejemplo, rindiendo secreto homenaje ante el cuarto de hotel de Vaché, un alumno de la escuela de editores me habló de Julien Gracq —otro bartleby, el más grande escritor vivo de Francia— y se ofreció para ponerme en contacto telefónico con él. Me pareció demasiado, demasiadas emociones para una estancia tan breve en la ciudad de Verne. Y preferí no hacerlo, preferí dejar a Gracq tranquilo. Y así poder yo quedarme tranquilo y abandonar la ciudad con engañosa calma, con la falsa sensación de haber presenciado tan sólo el tranquilo espectáculo de una ciudad de provincias. Pero bien sé que la sensación era falsa. En Nantes no existe el reposo libresco, no es posible en Nantes cualquier atisbo de una mínima calma literaria. –

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