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Botepronto. Preciosa palabra. Es "botepronto" cuando el jugador aprovecha en su favor el rebote del balón, agregando la potencia del pie al momento gozoso en que el balón despega. Nunca es más feliz el pie que cuando hace botepronto. Debería haber más palabras de esas: tornatobillo, clavamarco, giranalga. Botepronto es palabra-botana, de esas que a la boca le gusta pronunciar. Cuando dice "botepronto", la boca hace uno: bote es el balón de los labios; la sílaba pron es la lengua convertida en pie; to, la parábola en el aire.
     Rifarse el físico. Es frase de gazné, con una sazón rebuscada de elegancia canalla. Es tan hermosa que se antoja rifarse el físico de inmediato, como sea. ¿Se empleará en otras latitudes? Es prerrogativa de portero. Como último recurso contra el voraz striker, armado de velocidad, tacos y músculos, el guardameta se le lanza a sus pies convertido en muralla. Su único escudo defensor es lo que en jerga futbolera se llama "el hocico". El público aguanta la respiración. Sucede el encontronazo. El riesgo de que el delantero confunda el balón con la cabeza del contrario es enorme. Sea cual sea el resultado, la sangre o el laurel, se dice con respeto: "¡Se rifó el físico!"
     Calzoncillos. ¿Por qué el diminutivo? Son bastante más grandes que los calzones. Deberían llamarse, con ánimo verista, calzonsotes. El diminutivo como pudor. Antes, eran de algodón, enormes y holgados, banderas en las astas de las piernas flacas. La intrusión de la ropa deportiva de marca cambió todo, supongo. Colorines de thermonylon aerodinámico, cosas así. Las piernas también han cambiado: troncos de musculatura inflamada de anabólicos. En los sesentas se usaban ajustados, horribles, con un numerito sobre el muslo, bastante afectado. Los jugadores parecían toreros, de esos que se visten las vergüenzas con un brochazo de sherwin williams. Antes se llamaban shorts (del náhuatl xoltz), que se pronuncia "chors". P. ej.: "¿Ontán mis chors?"
     Otras. Intrusiones culteranas —elipsis, tropos— en la verbalización del juego: cancerbero por guardameta; respetable por público; nazareno por árbitro; palo por marco o poste; abanderado por juez de línea (en Monterrey un locutor les decía con precisión correveidiles). El genial cronista Ángel Fernández —que ya ha cantado Juan Villoro—, ese verboso endriago de Góngora y merolico, describió una vez una triangulación brasileña que culminó en gol como "tesis, antítesis, síntesis".
     Inminencia. El futbol es un largo estado de inminencia. Toqueteos preparatorios, largos cachondeos suspendidos en el delgado azar, un ballet inútil, un equilibrio agobiante. Y de pronto, la intrusión orgásmica del balón-espermatozoide en la portería-vagina, etc.
     Celebraciones. Cuando se formalizó el futbol asociación en Inglaterra (que se abreviaba asocc., y de ahí dio soccer) para distinguirlo del futbol rugby, al caer un gol el equipo felicitaba al anotador con un discreto "jolly good, old chap". Ahora atestiguamos unas microorgías infinitas diseñadas por Vigeland, el escultor noruego capaz de meter ocho cuerpos tamaño natural en dos metros cúbicos de piedra. Lágrimas, mocos, cópulas, besos, agradecimientos al Altísimo, ceremonias vudú, circuncisiones, cha-cha-chá, maromas, muestrario de pectorales, mecimiento de bebés, pantomimas de cazabombardero. Y un minuto más tarde, el enfriador.
     El enfriador es el gol adversario en el peor momento posible. El instante en que la volandera adrenalina se convierte en resistol. El castigo que merece haberse infatuado con un triunfo precario que se quiso perpetuo. Por desgracia, el enfriador es lo que más embadurna al futbol de similitud con la vida. La aparición incontestable de  la fatalidad sin remedio; la alegría es endeble.
     Estilacho. Un buen jugador le mete "estilacho" a su juego. El traslado mismo de "estilo" a "estilacho" ya tiene su estilacho. El estilacho es un berbiquí en el gambeteo, el quiebre cinturita, una afectación en el modo de torcer el empeine, de poner la manita. Esa zona en la que la eficiencia se impregna de un dandismo calculado para asombrar e irritar. Los mejores jugadores suelen ser los más antipáticos.
     Cabellera. Los peinados de jugadores no son estilacho: son una lata. Imprácticas, estorbosas, el greñero latino acusa una disposición pueril y amanerada. Una cocinera driblando. Le dan más calor al espectador que al jugador. También es irritante la pintadera. Estos japoneses repintados de amarillo o de rojo, y la paradoja de los negros rubios, y los tomahawks nórdicos.
     Yo no fui. Gesto que consiste en levantar las manos y mostrar que están fingidamente limpias luego de haber sometido el tobillo de un contrario a un interrogatorio judicial, o su cadera a un sacrificio humano. Nada me inflama tanto los zebedeos como esa densa, mezquina, taladrante hipocresía astuta. Debería haber en el reglamento un codicilo que imponga expulsión inmediata al que haga un yo no fui si sí fue.
     Saludo a la bandera. ¿Quién habrá inventado que, al saludar a la bandera, los mexicanos pongamos la mano como un quieto karatazo al pecho? Deberíamos mejor poner ambas, como si estuvieran cargando un par de aguacatotes. Es más verosímil. ~

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Es un escritor, editorialista y académico, especialista en poesía mexicana moderna.


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