Los cazadores del Club Olimpo

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Acaso porque la película comienza con una frase simple y contundente (“Me dedicaba a salvar vidas”), ya sea porque la respuesta era igual de simple y dura (“Yo me dedicaba a buscar la belleza, a introducir las manos en el fango y sacar algunas joyas a las que limpiaba, adecentaba y preparaba para que cobrasen el valor que merecían … A eso llamo salvar vidas”), lo cierto es que Los príncipes nubios, del español Juan Bonilla, rebasa desde las primeras páginas cualquier asomo de desdén en la lectura.
     Tardé cuatro horas en desplazarme por las casi trescientas páginas, con la misma soltura con que el personaje (“Moisés Froissard Calderón, 29 años, La Florida 15, tercero B, superhombre y comedor de pipas de girasol, canalla”) brincaba de país en país, de puerto en puerto, en busca de sobrevivientes del infortunio (inmigrantes africanos o desplazados albaneses en busca de salvación), para rescatarlos, ofrecerles una nueva vida a través de su ingreso y sometimiento al Club Olimpo, una empresa multinacional con relaciones y contactos en todo el mundo, dedicada a cazar belleza en aquellos puntos del globo que han caído en desgracia o nunca han salido de ella (África, Albania, el bloque del este, Argentina o Brasil, por mencionar algunos). El Club “se encarga de someterlos a un laborioso proceso de reeducación y lavado de imagen para convertirlos en máquinas sexuales, capaces de satisfacer los deseos de clientes ricos y caprichosos”, y por medio de contratos de tres años, permitía a las piezas cazadas liberarse con ahorros suficientes para montar sus propios negocios, o, si había sucedido en el camino, casarse con algún cliente del cual se hubieran enamorado.
     Una prosa ligerísima y vertiginosa, y un uso preciso y austero del idioma, nos permiten “ver” cada escena mientras leemos, como si las imágenes se fueran formando al vuelo con cada frase. Una historia simple, construida a partir de la espléndida factura de este personaje que navega en una atmósfera ambigua y nebulosa. Un logro, quizá lo que hace de la novela un ejemplar de gran calidad, es que este personaje nunca se cae, nunca se desdibuja mientras el resto de las páginas se llenan de ambientación y escenografía. Lo señaló el jurado, al destacar “la creación de un personaje insólito dentro de una profunda ambigüedad moral, y la acritud y lucidez con que describe un aspecto extremadamente conflictivo de la sociedad de nuestros días”.
     Las dudas morales, éticas y filosóficas de nuestro personaje son la carnada para decidirnos a entrar en las páginas como parte del juego. Nos preguntamos cuántos cazadores como éste han estado o estarán alguna vez en las playas de México, en el norte, en el Istmo, en busca de la desgracia y la miseria que llevan a la desesperación, que conduce a su vez a ver en una explotación sexual de lujo la mejor salida que se pudiera encontrar en tiempos como los que vivimos. No sin ansia recorremos las páginas en busca de un desenlace, pero rápidamente nos percatamos que este final está plasmado en cada página, conforme se dan pequeñas historias que se van cerrando, y nuevas vetas se abren para cerrarse páginas adelante. El clímax se reparte y el final-final es en realidad el final-principio, pues quedaremos atrapados en una realidad que nos rodea y que hemos tratado de olvidar a fuerza de cerrar los ojos y taparnos los oídos. El humor, por si fuera poco, se desparrama libre y sin dificultades, en una mezcla tragicómica que nos permite ver la película y hacernos sentir parte de la misma, y con la conciencia de que somos parte del juego aunque no queramos. ~

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