No nos muéramos

El estoicismo me atrae en mucho de lo que tiene que ver con la vida, pero no con la muerte.
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El estoicismo me atrae en mucho de lo que tiene que ver con la vida, pero no con la muerte. Séneca me agrada poco cuando habla de la actitud que se debe tener para abandonar este mundo. Verdad es que hay que evitar el melodrama, ser valientes, pero morirse no deja de ser una hijoeputez. El tiempo infinito en que no existíamos nos será idéntico al tiempo infinito en que dejaremos de existir, dice el filósofo cordobés. Si bien mientras esto dure el centro de atención ha de estar sobre el tiempo finito en que sí se vive. Séneca da en sus cartas algunos consejos a Lucilio “para que puedas abandonar con serenidad la vida, esa vida a la cual tantos se abrazan y agarran desesperadamente, igual que aquellos que, arrastrados por la corriente del agua, se agarran hasta de las rocas y abrojos”.

Nerón habría de condenar a Séneca a la pena máxima, y cuentan algunas crónicas que no le fue tan fácil desprenderse de la vida.

Marco Aurelio, descendiente ideológico de Séneca y Lucrecio, escribe en sus Meditaciones que debemos “aguardar la muerte con el pensamiento favorable de que no es otra cosa sino disgregación de los elementos de los que está compuesto cada ser vivo”. Agrega que: “La muerte es algo equiparable al nacimiento, es un misterio de la naturaleza; la composición se produce a partir de los mismos elementos a los que da lugar la desintegración; en una palabra no es algo de lo que uno debiera avergonzarse porque no es contraria a lo propio de un animal inteligente ni a la razón de su constitución”.

La versión de miércoles de ceniza dice polvo eres y en polvo te convertirás, pero mientras respiramos somos polvo enamorado de la vida.

Honestas me parecen las palabras de Manuel Flórez, adjudicadas a Borges: “Morir es una costumbre que sabe tener la gente, y sin embargo me duele decirle adiós a la vida, esa cosa tan de siempre, tan dulce y tan conocida”.

Chéjov sabía lo que era convivir cotidianamente con la muerte. Por eso cortejaba a la vida como un don Juan. Muchos de sus cuentos tienen que ver con la lucha por la supervivencia, no solo para existir, sino para darle sentido y sustancia a ese existir. El grito de guerra lo da Mascha en Las tres hermanas: “Es preciso vivir. Es preciso vivir”. Lo dice a pesar de que se enfrenta junto con sus hermanas a una existencia superlativamente sosa. “Es preciso vivir”, responde otra de las hermanas. “Debemos trabajar, solo trabajar… Ya es otoño, pronto llegará el invierno, la nieve cubrirá todo, y yo deberé trabajar, trabajar…”.

En positivo, decirle a alguien: “Vivamos”, suena bien. En cambio no me agrada en negativo: “No muramos”. Creo que para salvar el oído alguien inventó el verbo “muéramos”.

“No nos muéramos, pues”.

Con la pesadumbre de las tres hermanas, en la música popular Camilo Sesto canta o grita “¡Quiero vivir, quiero vivir!!, y La Mermelada, ante el depresivo “the world is a bad place, a bad place, a terrible place to live”, continúa con “oh, but I don’t wanna die”.

Szymborska dice: “Morir, eso no se le hace a un gato. Porque qué puede hacer un gato en un piso vacío”.

Darwish dice: “Amigos, no se mueran como tienen la costumbre de morir”.

Sancho Panza dice: “No se muera vuesa merced, señor mío, sino tome mi consejo y viva muchos años”.

Horacio dice: “Non omnis moriar”.

Gutiérrez Nájera dice: “No moriré del todo”.

Y más resignadamente, Gorostiza dice: “¡Anda, putilla del rubor helado, anda, vámonos al diablo!”.

Será. Será un día. Por lo pronto, amigos míos, mandemos al diablo a esa putilla, o, como se decía pero ya no, despidámosla con cajas destempladas.

Salud.

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(Monterrey, 1961) es escritor. Fue ganador del Premio Xavier Villaurrutia de Escritores para Escritores 2017 por su novela Olegaroy.


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