Literatura aplicada

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La teoría literaria creó su propio antídoto contra el autismo erudito en una obra que debería ser un texto de cabecera para cualquier estudiante de letras: El deslinde de Alfonso Reyes. Al advertir la creciente especialización y la jerga excluyente que desde los años cuarenta empezaban a predominar en los estudios literarios, Reyes acuñó el concepto de “literatura aplicada” para referirse a las obras no literarias en que el arte de la palabra desempeña una función accesoria. Buscaba, tal vez, hacerles ver a los académicos áridos y obtusos que la forma de presentar el conocimiento es tan importante como el conocimiento mismo. “Es literatura aplicada la historia escrita con belleza literaria de estilo y forma, la historia que merece ser ‘considerada como obra artística’ […] No lo es el estudio criminológico sobre Dostoievski, si está escrito en lenguaje técnico; no lo es el esquema geométrico de Federico de Onís sobre la transmisión de los textos en una oda de fray Luis de León.” La distinción entre matemáticas puras y matemáticas aplicadas que Reyes trasladó al terreno de las letras no ha perdido validez ni vigencia, porque, desde el advenimiento del estructuralismo, la pretensión de haber inventado una ciencia literaria creó una tecnocracia universitaria que estudia la literatura con un arsenal teórico opuesto a cualquier tentativa de seducir al lector. Cuando un pretendido científico de las letras coloca una obra maestra en la mesa de disección, pero no domina siquiera los rudimentos del arte en que pretende ser una autoridad, no hace ciencia ni literatura: hace el ridículo.

Como bien dijo Reyes, “el lenguaje científico es limitación defensiva de conquistas intelectuales. El literario asume a veces función defensiva para ciertos preciosismos de sensibilidad, pero dista mucho de limitarse a eso”. Cuando estudiaba letras hispánicas, algunos profesores me exigían escribir trabajos académicos en un lenguaje no literario, como si la aplicación de una metodología tuviera más importancia que el contenido del texto. Les parecía inconcebible que un hispanista quisiera escribir para cualquier lector potencial ajeno al mundo académico y, por lo tanto, empleara herramientas propias de su objeto de estudio. El crítico artista del que hablaba Oscar Wilde era su enemigo a vencer. Mutilar a los ensayistas en ciernes en nombre de la objetividad científica me parecía una aberración y por eso abandoné un posgrado en Bryn Mawr College. Que yo sepa, la literatura aplicada no se enseña en ninguna universidad, aunque haya cumplido la función de organizar el pensamiento en los mejores ensayos académicos. Si ha dejado una huella tan fecunda en todos los campos del saber, ¿por qué negar su importancia?

Detrás de esa negación es fácil advertir el recelo de las hormigas laboriosas que temen ser desplazadas de sus cotos de poder si las disciplinas en las que se han especializado requirieran un mínimo de talento. Pero es obvio que lo requieren, no desde luego para escalar puestos en el escalafón universitario, sino para dejar en libertad la intuición y convertir los debates literarios en asunto público. No creo que pueda existir nunca una ciencia de la literatura, pero aun si existiera la literatura aplicada tendría cabida en ella. Sin destreza verbal, los marcos teóricos y los métodos de análisis investidos de autoridad objetiva producen abortos ilegibles. Pero como la literatura aplicada también fecunda al resto de las humanidades, y no estorba a los científicos, debería ser una materia obligatoria en los programas de todas las carreras en que sea necesario narrar, disertar o argumentar. Si el objetivo de esta materia fuera usar el lenguaje con la mayor precisión, tendría la ventaja adicional de ser un eficaz detector de estériles preciosismos retóricos. En el propio Deslinde, Reyes hizo un brillante ejercicio de literatura aplicada al exponer las afinidades entre las matemáticas y la literatura en estado puro: “Ambas son inmanentes, ambas viven en sí mismas y sacian su plena función dentro de su recinto.” El puente que tendió entre ambas disciplinas no pierde de vista que tanto el lenguaje literario como el matemático dejan grandes beneficios sociales cuando escapan de su propia contemplación. ~

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(ciudad de México, 1959) es narrador y ensayista. Alfaguara acaba de publicar su novela más reciente, El vendedor de silencio. 


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