Fondo Antiguo de la Biblioteca de la Universidad de Sevilla from Sevilla, España / CC BY 2.0

El atractivo Derek Hamilton

En la gran literatura existe algo grandioso y esencial, mucho más relevante que descubrir al asesino o conocer la suerte de Amanda Sinclair.
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La metamorfosis y Pedro Páramo son dos obras maestras, ambas parecidamente breves. Me vinieron a la mente mientras esto escribo porque de pronto se me ocurrió que, aunque amo ambos libros, aunque los he leído varias veces, el de Juan Rulfo no suele aparecérseme a la vuelta de la esquina; en cambio el de Kafka viene a mí en muchas situaciones de la existencia. Gregorio Samsa me habla de la soledad, el encierro, la pobreza de un empleo oficinesco, la compasión, el amor por la música, lo mucho que nos puede empequeñecer una desgracia o enfermedad, la grisura que puede alcanzarse en la vida, y la frívola cotidianidad que vuelve tras la tragedia, entre otras cosas. La metamorfosis me invita a filosofar. En cambio Pedro Páramo se me muestra como una joya esplendente.

Esto debe de hablar más de mi alma que de los propios libros. ¿De qué tiene necesidad mi alma, o la de usted, y con qué libros encuentra su alimento?

Muchas mujeres leen ficción femenina, pero apenas ellas sabrán explicar por qué les atrae. El libro de ese género que en España se encuentra en primer lugar busca seducir con esta frase: “Amanda Sinclair descubre en internet que su padre la ha comprometido con el mayor sinvergüenza de todos los tiempos, el atractivo Derek Hamilton”. Disfrútenlo, amigas.

Muchos leen literatura policiaca porque esta les da algo de comer a sus almas, pero yo no paso de la página cuatro. Encima, la novela policiaca que se halla en primer lugar en la Madre Patria, también es ficción femenina, pues el editor la anuncia así: “Una women’s fiction detectivesca”. Disfrútenla, amigos y amigas.

Con frecuencia se tuerce aquella vieja frase de “Dime con quién andas…” por “Dime qué lees y te diré quién eres”, frase muy osada, pues habría que conocer a aquellos con quién andas o aquellos que lees. Pero hay forma de combinar ambos dichos: “Dime con qué libros andas y te diré quién eres”.

Yo ando con La metamorfosis, pero no con Pedro Páramo. Muchas veces me he sentido un Gregorio Samsa pero nunca un Juan Preciado. Admirar un texto no implica contagio ni romance ni metérselo en las venas. Hay libros que nos acompañan siempre, hay otros que solo leemos con placer y embeleso; tal como hay amigos del alma y otros con los que la pasamos bien. Y, por supuesto, hay mejores compañías que otras. No es opinión, sino verdad irrefutable si digo que don Quijote es mejor compañía que Derek Hamilton.

Don Quijote me resulta mejor compañía que Jesucristo. Y los padres, antes que una Biblia, habrían de darles a los hijos un Quijote como regalo por haber venido al mundo. El caballero de la Mancha anda por la vida con una visión más letrada, certera, terrenal y auténtica que el nazareno; lo supera en valentía, ética y sabiduría. Para andar por los tiempos en que nos tocó vivir, mejor maestro es don Quijote.

Y ya metidos en el tema, llevo agua para mi molino: la literatura rusa es la más provechosa para el espíritu, porque muchos de esos escritores se asumieron como artistas profetas, no meros contadores de historias. Se decía que el ruso tenía el alma grande y quien tenga un alma grande necesita alimentarla bien. Por eso en sus notas sobre las letras de su país, el sabio crítico ruso Belinski escribió: “Sea lo que fuere nuestra literatura, tiene mucho mayor importancia de la que aparenta: ella, y solo ella, contiene la totalidad de nuestra vida intelectual y toda la poesía de nuestra vida”.

Sí, Belinski, en la gran literatura existe algo grandioso y esencial, mucho más relevante que descubrir al asesino o conocer la suerte de Amanda Sinclair.

Cada lector con su tema.

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(Monterrey, 1961) es escritor. Fue ganador del Premio Xavier Villaurrutia de Escritores para Escritores 2017 por su novela Olegaroy.


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