Lamento por Morelos

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Los perros desgarran el cadáver hinchado de una vaca que alguien vino a arrojar aquí. La sobrevivencia de la jauría depende de esta carroña. Los perros emergen de la caverna de vísceras con una máscara sangrienta. Es el único toque de color en medio de esta desolación extendida por más de veinte hectáreas. Bajo el ataque de las dentelladas, los despojos de la vaca se mecen y se unen a la danza fúnebre de los plásticos.

En este lugar los perros han vuelto a su condición salvaje. Ya no son mascotas ni animales callejeros sino fieras iracundas. Enloquecidos por el hedor de cualquier cosa comestible, se abren paso entre inmensas pirámides de grisura apagada y pestilente. Los desechos plásticos oscilan, tiemblan, palpitan bajo el sol como las medusas que infestan el Mediterráneo. Son millones de toneladas y su aleteo produce una antisinfonía perturbadora.

El triunfo de la muerte

No estamos en el peor sitio de África ni entre las ruinas del Oriente Medio. Tampoco en el estado más pobre de México sino en el basurero de Tetlama, Morelos. A unos cientos de metros autobuses llenos de niños se estacionan ante el “Lugar de la casa de las flores” dedicado al culto de Quetzalcóatl. Paradojas mexicanas: Xochicalco es uno de los pocos sitios arqueológicos que operan en su totalidad mediante la energía solar, un mecanismo de captación de agua de lluvia y un sistema que ventila por rotación térmica.

En 1999 la UNESCO declaró a Xochicalco patrimonio de la humanidad. Está en riesgo de perder la distinción por culpa del horrible y hediondo vecino que es Tetlama. Desde hace más de treinta años este tiradero recibe, ilegalmente y contra todos los convenios y estándares internacionales sobre procesamiento de residuos, la basura de Cuernavaca, “la ciudad de la eterna primavera”, y los municipios de Jiutepec, Temixco, Xochitepec y Zacatepec.

Es imposible describir la pestilencia que generan cinco millones de toneladas de despojos a cielo abierto. Los plásticos dominan Tetlama aunque los pepenadores suelen encontrar aparatos electrónicos y residuos generados por los hospitales de la zona: miembros y órganos humanos, bolsas llenas de líquidos escalofriantes. No hay control alguno para procesar estos materiales. La esperanza es que se descompongan o sean compactados. En cambio los plásticos permanecerán allí por quinientos o mil años.

La indiferencia y la mentira

Esta acrópolis de la inmundicia genera su propio ecosistema de enfermedad y muerte. De estas pirámides de desechos brotan riachuelos de mugre líquida que fluyen por dondequiera. Una y otra vez funcionarios federales y estatales se comprometen a clausurar el tiradero. Aseguran que está en marcha un programa de “biorremediación”, firman acuerdos con la Comisión Estatal de Agua y Medio Ambiente, releen las normas de la Secretaría del Medio Ambiente y la Ley General para la Prevención y Gestión Integral de los Residuos, citan el Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente, estudian la Norma Oficial Mexicana 083, mencionan el Convenio de Estocolmo, indagan de qué se trata la Ley de Basura Cero, adoptada en Buenos Aires. Una y otra vez, afirman que su candidato, su delegado, su presidente traerá el cambio siempre pospuesto y se resolverán todos los problemas. Mientras tanto, la situación empeora día tras día.

El veneno de la basura

Los especialistas llaman lixiviado al líquido que se produce por la compactación de la basura. No hay palabras para el olor ni la apariencia del lixiviado: parece la materia misma de la muerte. Está hecho de microbios y materia sólida descompuesta, incluidas las bacterias causantes de enfermedades mortales. Estas sustancias cancerígenas se filtran por las capas de tierra y contaminan ríos, pozos, tuberías y sobre todo los mantos freáticos de donde se extrae el agua que nos permite vivir. Los arroyos de veneno puro corren libremente cuesta abajo (Tetlama está en las alturas) y emponzoñan las aguas de riego y los cauces de los ríos.

Los habitantes de Alpuyeca son testigos y víctimas. El río Colotepec que pasa por este lugar se nutre de los arroyos letales nacidos del basurero. Sus aguas se usan para beber, bañarse, cocer los alimentos y hacer la limpieza. Un metro cúbico de lixiviado tiene una carga contaminante setenta veces mayor que las aguas negras o residuales. Sorprende que uno de los pocos letreros que hay en Alpuyeca anuncie: “Se venden tortillas hechas a mano.” No hay avisos que alerten a los pobladores acerca del peligro representado por el río. Con diabólica inocencia el Colotepec transporta su carga mortal y condena a todo aquel que por necesidad o por ignorancia se vea obligado (¿hay otra alternativa?) a abrevar de esta agua de la muerte.

No vi brigadas de salud, tampoco ninguna señal de que se esté haciendo algo para resolver el problema, ni de que estos hechos preocupen a las autoridades.

Fuera de la Ruta del Turismo (con mayúscula), dios todopoderoso del estado de Morelos, en Alpuyeca y las comunidades cercanas a nadie parece importarle que un número alarmante de personas estén postradas o en silla de ruedas. Todo el mundo sabe que aquí y en los alrededores los niños tienen problemas de concentración y memoria. Abundan las malformaciones en las orejas y en el setenta por ciento de los casos producen sordera. Otros flagelos son la hiperactividad, la diabetes juvenil, el hipertiroidismo, la deformidad de las extremidades, la hidrocefalia, la anencefalia, la pérdida de la movilidad de las piernas. El cáncer y la leucemia son cosas de todos los días. A pesar de todo esto y las enfermedades respiratorias, las alergias de ojos, pulmones y piel y los dolores intolerables de cabeza, para el estado de Morelos lo fundamental es el impulso a la inversión y el fomento del turismo.

La destrucción y el soborno

Morelos es el segundo estado más pequeño de México y en Tezoyuca, municipio de Emiliano Zapata, no muy lejos de Alpuyeca, se desarrolla una tragedia repetida en todo el país: las diferencias entre el ayer y el mañana, los de arriba y los de abajo, la corrupción y el deber. Las interminables rondas de una patrulla que vigila a quienes hablamos con un productor agrícola de esta comunidad evidencian las tensiones que están a punto de acabar con un ejido. Los mejores campos de cultivo desaparecen por obra de la contaminación y el soborno.

Llamo “A” para protegerlo al ejidatario que nos cuenta la sórdida historia de Tezoyuca. Como defensor de la tierra y activista ecológico, “A” se halla bajo constante vigilancia. En más de una ocasión ha estado preso igual que otros de mis acompañantes. Entre ellos hay científicos, arquitectos, cineastas, juristas, y simples habitantes de Morelos. Todos se preocupan por el alarmante deterioro social y ambiental.

Ahora hay campos de golf donde antes hubo humedales, garzas, aves migratorias y muchas otras especies animales y vegetales. Donde ayer se sembró caña, maíz, frijol, calabaza, jitomate, hoy se ve una gigantesca nave de concreto. Lanza fumarolas “ecológicas” ya que, como se anuncia en su página de internet, cuenta con “la acreditación de[l] Laboratorio de Control de Calidad ante la Entidad Mexicana de Acreditación, A.C. (EMA), de acuerdo a la Norma NMX-EC-17025-IMNC vigente”. Desde el 20 de septiembre de 2002 esto le permite a la empresa “asegurar que todas nuestras pruebas y métodos de ensayos estén conformes y validados”.

En vez de hileras de verduras y hortalizas ahora hay interminables filas de casas –idénticas, clonadas, asfixiantes– tan pequeñas como las dos sílabas que tiene el poderosísimo consorcio que las edifica. Me pregunto si sus arquitectos han intentado vivir en una de ellas con su familia. Hace cinco años Tezoyuca tenía noventa mil pobladores. En 2007 supera los 160,000. Muchos de ellos sólo pasan aquí el fin de semana. Esta población flotante viene del Distrito Federal y los estados vecinos. Los programas de fomento al turismo y apoyo a las constructoras son imparables, pero ¿de dónde van a salir los servicios para satisfacer las necesidades de tanta gente?

Con la mirada atenta al merodear de la patrulla que desfila muy lentamente ante nosotros, tripulada por dos oficiales con cara de pocos amigos, “A” dice:

–Las autoridades ejidales encuentran en la venta de la tierra una manera fácil de hacerse de dinero. 

El mecanismo es siempre igual. Los desarrolladores urbanos compran tierras y poco a poco aíslan y estrangulan a los campesinos. A cada unidad habitacional se le adjudica un pozo y con ello los agricultores se quedan sin canales de riego. Esto ocurre con total impunidad. Los caminos “de saca”, como llaman a las vías por donde los productores transportan lo que siembran, quedan devorados por los fraccionamientos y convertidos en calles internas. Así los minifundistas se ven privados de toda salida.

Continúa “A”:

–Muchos ejidatarios se sienten acorralados y hostigados. Ven que aquí ya no hay futuro porque no se puede contra la corrupción. Entonces venden y se van a Estados Unidos. La historia se repite una y otra vez: con el dinero que obtienen por las tierras lo primero que hacen quienes abandonan la siembra es comprarse una camioneta de lujo. Inmediatamente cambian de esposa. Las familias se desintegran. Y cuando el dinero se acaba, la mayoría de ellos termina trabajando del otro lado de la frontera, sí, pero lavando platos, coches, excusados… Zapata nació aquí cerca, en Anenecuilco. Mis abuelos y mis padres me enseñaron que la tierra es sagrada y no se vende –concluye “A”, a punto de derramar lágrimas de rabia y desesperación. 

Árboles abolidos

Lo que menos tiene Morelos es territorio.

En poco más de cuarenta años su población se cuadruplicó. Pasó de trescientos mil habitantes en 1960 a más de 1,800,000 en 2007. En esta zona están algunos de los parques nacionales más importantes: Lagunas de Zempoala (4,669 hectáreas), establecido por decreto de 1936, y el Parque Nacional El Tepozteco (veinticuatro mil hectáreas), declarado como tal en 1937. Un decreto de 1988 estableció el Corredor Biológico del Chichinautzin (37,302 hectáreas) como área de protección de flora y fauna. La Reserva de Repoblación Forestal Cumbres del Ajusco (25,465 hectáreas) fue instituida en 1938. Sólo en el Chichinautzin hay nueve tipos diferentes de vegetación, ochocientos diecisiete especies de plantas fanerógamas (aquellas en que los órganos de la reproducción se presentan en forma de flor en que se desarrollan las semillas) y ciento tres de hongos; nueve especies de anfibios, doscientas de aves, 68 de mamíferos y trescientas de mariposas. Cada año se pierden más de tres mil hectáreas de bosques y, según los especialistas, a este ritmo el Corredor Biológico desaparecerá en menos de tres lustros.

Por la depredación la zona está convertida en una de las que sufren mayor cantidad de incendios en México. El intolerable promedio es de novecientos al año. Por desgracia los decretos no resuelven ningún problema. Nada ha logrado frenar el crecimiento urbano anárquico e ilegal. No hay planeación y las autoridades, para beneficiarse, ni cumplen ni hacen cumplir la ley.

Mientras no sepamos dónde estamos parados, qué es el suelo que pisamos, la catástrofe ecológica no tiene solución. ¿Qué importa que una brecha se pavimente, que allí broten puestos de fritangas, que a partir de eso empiecen a construirse casas en serie, que se genere la necesidad de servicios, y haya más demanda de urbanización? Importa mucho. Porque en este caso particular aquí en el Corredor del Chichinautzin se encuentra el mayor vaso de captación de agua que surte a tres de las grandes cuencas mexicanas: la de México en el norte, la del Lerma al poniente y la del río Balsas al sur.

En esta zona de recarga de agua entre el ochenta y el noventa por ciento de la lluvia se infiltra al manto freático del que nace el líquido que abastece a treinta millones de mexicanos, desde el Distrito Federal, los estados de México y Morelos, hasta Guanajuato y Nayarit. Cada deterioro del bosque, cada avance del asfalto y el cemento representa una pérdida insustituible de agua. La salvación de este corredor biológico es, más que estratégica, vital.

La deforestación y el saqueo

Un nuevo proyecto aspira a abrir en Cuernavaca otra carretera que permitirá la comunicación directa con Toluca y la llegada más rápida a Acapulco. Será otro escenario para el deseo insaciable de urbanizar. Antes hubo en el Chichinautzin un densísimo bosque de oyameles, indicadores de gran humedad. Gracias a las aves, los insectos y los vientos, los oyameles tardaron miles de años para llegar a Morelos desde lo que hoy es Canadá. La sierra estaba alimentada y embellecida por innumerables lagunas. Ahora sólo quedan dos. El resto se ha secado por la deforestación y el saqueo. Los oyameles se han sustituido con pinos que alteran el ecosistema de flora y fauna.

El panorama es aterrador por la impunidad con que actúan y matan los talamontes. Durante años Ildefonso Zamora ha denunciado la tala ilegal y nociva en su comunidad. De acuerdo con la Procuraduría Federal de Protección al Ambiente, esta zona es una de las quince regiones críticas del país. El 15 de mayo de 2007 fue asesinado el hijo de Ildefonso, Aldo Zamora, y resultó herido su hermano Misael. Ambos crímenes siguen impunes.

Saturno en México

En Los anillos de Saturno, W.G. Sebald (1944-2001) habla de cómo a fines de la Segunda Guerra Mundial los aliados desataron sobre Alemania una destrucción casi comparable con la que el nazismo había infligido a los otros países europeos. Sebald subraya la forma inaudita en que las personas simplemente olvidaban todo aquello de lo que no querían enterarse. Por ejemplo, ante las incursiones de la aviación norteamericana durante el día y de los bombarderos ingleses por la noche, la gente se negaba a hacer caso de lo que estaba ante sus ojos y ponía en riesgo su vida.

Lo mismo nos ocurre ahora. La nuestra es una guerra contra la naturaleza que está a punto de llevarnos a la extinción. Si es cierto que, como dice Sebald, quienes carecen de conciencia y memoria tienen mejores oportunidades de llevar por breve tiempo una vida despreocupada y feliz, todo indica que es urgente sacrificar la felicidad de la indiferencia y la dicha de la ignorancia para combatir todo aquello que está destruyendo a Morelos… y no sólo a Morelos sino a México entero. ~

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