La justicia del sueño

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El título original en inglés de Sueños de un asesino es más sencillo y directo: In Dreams, "En sueños". En sentido formal es un filme de terror, en el fondo una suerte de meditación visual sobre el inconsciente y lo preconsciente, los sueños, la memoria y la realidad. El director irlandés Neil Jordan es uno de los últimos artistas freudianos, un devoto del carácter, de la personalidad como destino y de la sexualidad como una fuerza ciega, de la infancia y el trauma y sus consecuencias kármicas —una concepción que Freud articuló (y que también impuso durante buena parte del siglo) por medio de la riqueza poética de unas teorías en parte válidas. Pero el cine de Jordan (en sus mejores momentos) tiende a apartarse, por ejemplo, del rígido determinismo del gran freudiano de México, Arturo Ripstein, para quien el carácter y la amilia son una fatalidad siniestra, y los riesgos del nacimiento son el pecado original y la ineludible condena tanto del culpable como del inocente —una verdadera religión secular que, en la obra de Ripstein, carece de su sacerdote redentor, de un psicoanalista salvador. Pero la idea de que carácter es destino en el hombre, como la mayoría de las afirmaciones de gran importancia, puede tener más de un sentido moral. La idea de que todo lo que sucede está determinado y es en suma definitivo (llámese sociedad o carácter) y por lo tanto es de algún modo correcto, orilla al conservadurismo en la vida, la moral y la política. Pero el carácter también puede implicar capacidad de adaptación, preferencia por la acción en lugar de resignación, una tendencia que puede conducir al individuo a la obra buena, incluso a la venganza justificada en contra de la maldad. En The Crying Game (y Dreams bien puede ser el mejor filme de Jordan desde aquel éxito de crítica y público) un pistolero arrepentido del eri (interpretado por Stephen Rea) cuenta el relato de un escorpión que le pide a una rana ayuda para cruzar el río, pero que la pica, orillado por su "naturaleza", a media travesía, lo que lleva a los dos a la muerte. Pero la naturaleza del narrador ha sido obrar en pos del bien (aunque de manera violenta) a fin de conseguir la salvación y la redención en lugar de someterse a lo que su "carácter", su formación, le dicta que está mal. Jordan, cuyo estilo une un ojo frío y observador con destellos de intensa compasión por seres humanos nada edificantes, a menudo encuentra la esperanza (al menos de justicia) en el cauce de la fatalidad.
     Ubicada en Nueva Inglaterra, el sitio clásico donde transcurren las historias del terror gótico estadounidense, y en su temporada más bella, el otoño de brillantes hojas caducas, buena parte de Sueños transcurre en las inmediaciones de un bosque, el consabido símbolo psicoanalítico del delirio, la confusión y la grave incertidumbre, si bien el filme da inicio, surge (y regresa) de una fuente mucho más elemental: las aguas elementales de la vida. Dreams comienza bajo el agua, cuando un subtítulo nos informa de un pueblo en el estado de Massachusetts abandonado y sumergido luego de la construcción de una presa. (Estas escenas subacuáticas se rodaron en realidad en Baja California.) Dos buzos, con máscara y aletas, se desplazan por calles sumergidas, un cementerio, una iglesia y también frente a un edificio en el que (lo sabremos después) vivió el asesino una infancia bestialmente ultrajada. En ocasiones la cámara los sigue, pero también se eleva abruptamente por las fachadas de los edificios, o da un salto, por medio del montaje, a ámbitos nuevos y desconcertantes. La elegante, sutilmente aterradora secuencia establece el espacio líquido que subyace a la conciencia como matriz del filme e incluso anuncia su ritmo narrativo —un recorrido a través del presente, el pasado y el futuro donde los límites de la conciencia son siempre fluidos y permeables.
     Cuando los buzos emergen a la superficie, se nos conduce sin pausa al tema de Sueños y a dos de los tres personajes principales. Los buzos han ido en busca de una niña extraviada. Claire Cooper (Annette Bening), una joven ama de casa, y su hija Rebecca (Katie Sagona) han estado mirando desde la orilla. La hija pronto será asesinada, si bien forma parte de un personaje múltiple, incluido un segundo protagonista y otros fugaces representantes de la "niñez" a lo largo del filme, y quien representa la desvalida pero aterradora imagen freudiana de la infancia (y de los cuentos de hadas y mitos sobre la infancia vistos través del prisma freudiano). Claire Cooper y el tercer personaje principal, Vivian Thompson (Robert Downey Jr.), el asesino en serie de infantes, están unidos por un lazo inexplicable y sobrenatural. Ella nada sabe de él —no conoce su rostro ni su nombre— sino hasta muy avanzado el filme, pero sus pensamientos y obsesiones e incluso las visiones de sus actos posteriores invaden la mente de Claire cuando duerme.
     El sueño más recurrente y perturbador es el de una jovencita que camina por el bosque llevada de la mano y a la que una vaga figura andrógina le ofrece manzanas. El carmín de las manzanas (un fruto otoñal en Nueva Inglaterra) y el rojo de la sangre en una mano la obligan a despertar con un grito. El filme fluye como un sueño, por lo general a través de la mirada interior de la conciencia de Claire, entre la ensoñación de su vida invadida por la mente del asesino, sus horas de vigilia y los vislumbres del futuro y del pasado —siempre en el espacio del asesino, como si estuviese poseída por la historia entera de su vida, incluso por lo que aún no ha sucedido. Las inquietantes tomas de la cámara hacen hincapié en la vulnerabilidad y el aislamiento de Claire, pues nadie comprende su situación. La vemos siempre, sola o acompañada, desde sitios en los que una figura oculta podría estar observando: tras la balaustrada de un segundo piso o entre los árboles del bosque cercano. Los rasgos afilados y tensos de Annette Bening son el medio idóneo para expresar la angustia dominada, la ansiedad que busca comprender y ser comprendida. Y en estos momentos iniciales Jordan manipula el miedo con pudor, a través del ojo fijo de la cámara, del modo más impresionante, en una larga toma ascendente que comienza con un nervioso perro en la terraza y se eleva sin sobresaltos por la fachada de la casa de los Cooper hasta una ventana donde Claire, profundamente preocupada (aún encantadoras las líneas del rostro, aunque después reflejarán el dolor y el sufrimiento) y arropada con una manta roja, mira el bosque y el agua. La escena termina con Claire en la cama, obsedida por los sueños e incapaz de hacer el amor con su esposo.
     Es la única escena del filme alusiva al sexo. Pero la sexualidad —como casi todo en Sueños hasta su fin— es una amenaza, una ausencia casi palpable, y en el caso del asesino una fuerza distorsionada por el maltrato infantil antes de que ésta pueda adoptar una forma adulta. Se alude a que él no maltrata sexualmente a las niñas. Las secuestra con el fin de recrear una familia que nunca tuvo (albergando en su persona a la madre y al padre), pero entonces la ira se apodera de él y lo lleva al asesinato. Sin embargo, el temor a la violación y la implicación sexual siempre están presentes, y cuando se encuentra con Claire finalmente, intenta convertirla en una esposa que habite con él y con una "hija", otra niña que ha secuestrado pero que todavía no ha atestiguado su "ira".
     La hija de Claire es raptada y asesinada por Vivian, quien tiene una larga cabellera pelirroja y al principio ella reconoce como "Rojo" en el sueño. (El sueño de las manzanas y la mano ha sido una premonición del asesinato, del futuro y no del pasado.) Desaparece en el bosque durante la representación escolar de Blanca Nieves y los siete enanos (la hija personifica a Blanca Nieves), la cual Claire goza al principio y después —al extraviar a su hija— se convierte en una secuencia casi surrealista de rostros infantiles intimidatorios y vertiginosos, de una infancia amenazante y aterradora. También su esposo (antecedido por otro sueño premonitorio) será asesinado por Vivian, mientras Claire es enviada a un manicomio y con un psiquiatra que intenta ayudarla pero no tiene idea de cuál es la verdadera situación "sobrenatural". Con todo, ella misma resolverá el problema, asistida por su "naturaleza": la clarividencia y la compasión por las víctimas inocentes de Vivian, quien es así debido a que en la infancia lo dejaron morir atado a una cama en el pueblo antes de la inundación, pero que logró escapar nadando hasta la superficie y la locura. Ella misma huye del manicomio (en una secuencia de montaje paralelo que refleja con precisión la huida del joven Vivian del mismo manicomio años antes, ambos vestidos de enfermeros, pero con la diferencia de que Vivian mata a dos personas). Todavía unida a él en un trance, da con al asesino y —en una frenética persecución policiaca— se zambulle con Vivian en el lago. Y allí, en la indiferenciada profundidad de las aguas, se topa con la viva imagen de su hija muerta, la cual, en un momento muy conmovedor —el amor de madre e hija presentado en términos de gracia redentora y no como vía de destrucción— la conduce a la superficie.
     No volvemos a verla, sólo a Vivian con el cabello corto, condenado a una prisión para criminales dementes. Lo vemos sin música, en un momento muy eficaz de ausencia de pista sonora en un filme en el que la música es alta e insistente. Entra en su celda, tranquilo y convencido de que "puedo con esto". Y entonces, repentinamente, sus sueños y su vigilia se ven invadidos por Claire y su feroz voluntad vengativa, que literalmente lo arroja de un lado a otro del cuarto. Pasará el resto de sus días torturado en cuerpo y mente por la poderosa conciencia de esa mujer. El "buen" escorpión pica a la rana "malvada" y en algún sitio, ya no visto en pantalla, sobrevive y sigue con su vida. –  

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