La democracia histérica

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El Instituto de Cultura de la Ciudad de México ha puesto a circular un libro con la memoria, fotográfica y escrita, de sus tres primeros años de existencia. El título es enorme: Experiencias culturales del primer gobierno democrático de la Ciudad de México. En las primeras páginas de este libro, que consigna todos los proyectos, edificaciones y actividades que ha realizado el Instituto de Cultura, se nos informa, para abrir boca, del patrimonio cultural que Socicultur heredó al Instituto : "un museo convertido en salón de fiestas, un teatro desmantelado y el otro concesionado a particulares, un centro de enseñanza cedido al gobierno federal, un rayo láser descompuesto, la filarmónica en crisis, los coros y bandas sin directores ni instrumentos, músicos con puestos de intendencia, porros del Politécnico en la oficina de programas para jóvenes y las casas de cultura de las delegaciones en completo abandono".
     Junto con la publicación de este libro, de manera paralela, los medios de comunicación comenzaron a darle vuelo a la noticia de que se habían detectado irregularidades en las finanzas del Instituto de Cultura. Durante semanas hemos asistido a los dimes y diretes de los involucrados: un bando de artistas ofendidos porque el Instituto de Cultura no requirió de sus servicios; otro bando de artistas, ofendido por los ofendidos, cuyos servicios sí fueron requeridos; el presidente de la Comisión de Ciencia y Tecnología de la Asamblea Legislativa, que exige cuentas a Alejandro Aura, director del Instituto de Cultura; el ex manipulador del "rayo láser descompuesto" que, según la copiosa información periodística sobre el caso, sirve de inspiración al presidente de la Comisión; y el mismo director del Instituto, que se defiende. Lo que debería ser un ejercicio rutinario de auditoría, donde el auditor pide cuentas y el auditado las entrega, se ha convertido, desde que el asunto cayó en manos de los medios de comunicación, en un escándalo. Toda esta historia de casting complejo ha quedado reducida a una sola idea mediática: ¡fraude en el Instituto de Cultura!
     Dentro de las novedades que la democracia nos ha permitido estrenar, tenemos esa ventaja del mundo libre denominada "libertad de expresión"; ahora nada más nos falta aprender a usar esta ventaja. El conflicto chiapaneco, con todas sus aristas y complejidades, ha sido reducido por los medios de comunicación a una sola pieza, una pregunta que aparece por turnos en periódicos, estaciones de radio y televisión: ¿debe Marcos quitarse el pasamontañas? La doctrina de la inmediatez y de la eficacia propuesta por el nuevo régimen, además de sus evidentes bondades, tiene también sus bemoles. Como el nuevo rico que, por no saber administrarse en la abundancia, comete todo tipo de excesos, en ese mismo plan los medios de comunicación, al encontrarse súbitamente dueños de sus contenidos, comienzan a tirar, a diestra y siniestra, espoleados por los números del rating, palos sensacionalistas. La democracia histérica, donde todo pretende resolverse "hoy", "ya", donde cualquier personaje con fuero, pluma o micrófono se siente invitado a juzgar, a encuestar y a denostar cada vez que sospecha que nuestra democracia reluciente empieza a salirse de sus cauces.
     El asunto de las finanzas del Instituto de Cultura de la Ciudad de México está inscrito dentro de esta tendencia: la observación de un auditor que le pide a un funcionario que compruebe tales gastos se convierte, gracias a esta nueva pulsión del "ya" y el "hoy", en noticia de primera plana, aun cuando el funcionario auditado no haya tenido todavía la oportunidad de comprobar esos gastos.
     No se trata de eximir de auditorías al Instituto, ni de soltarles el presupuesto para que lo manejen a su antojo: los ciudadanos queremos que se nos informe en qué se ha invertido ese presupuesto. Pero el esfuerzo de haber remontado el cero cultural absoluto que les heredó Socicultur, implementando en la ciudad libro-clubes, obras de teatro, danza, funciones de cine, lecturas de poesía, talleres, conciertos en el Zócalo, no puede ser arrasado por un lío contable, de muy dudosa legitimidad. La discusión alrededor de la gestión del Instituto de Cultura tiene que darse en otros terrenos, desde otra perspectiva, con un intercambio ordenado de ideas, de obras y de propuestas, y no en medio de este batidillo mediático que en un descuido puede destruir, aun cuando no haya base ni fundamento, reputaciones y proyectos importantes. –

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