La cuestión kurda

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Más que de un problema kurdo, sería justo hablar de un problema turco, iraquí, iraní y sirio, ya que los 25 millones de kurdos se encuentran repartidos entre cuatro Estados poco o nada democráticos. Los kurdos pertenecen a una vieja nación que no tiene Estado y que ha descubierto, hace menos de un siglo, el nacionalismo.
Además de encontrarse divididos entre varios partidos, dentro de estos cuatro Estados hostiles, los kurdos no han abrazado todos la idea del Estado nacional; mejor dicho, aquella idea no se ha impuesto a la realidad bi o trimilenaria de su división “tribal”. El adversario número uno del kurdo ha sido y sigue siendo otro kurdo, el de la tribu, la aldea vecina, así que la idea de la identidad nacional, de la “comunidad imaginaria”, acaba de nacer en las grandes ciudades del oeste de Turquía y de Europa Occidental, entre los jóvenes de la diáspora provocada por la miseria y las guerras. Mientras crece el nacionalismo entre los desarraigados, los cuatro Estados mencionados siguen jugando como siempre a oponer “leales” contra “rebeldes”, para “el exterminio de los perros por los perros”, como decían los otomanos. Hoy las milicias de autodefensa, los “protectores” kurdos, luchan contra los guerrilleros del PKK (Partido de los Trabajadores Kurdos) en el sudeste de Turquía; cuando el ejército turco persigue a dichos guerrilleros en el Kurdistán de Irak, las milicias kurdas del lugar no protestan.
     A un nivel superior, el juego se repite: Inglaterra después de 1918, la Unión Soviética entre 1944 y 1989, los Estados Unidos a partir de 1952 se han unido a Turquía, Irán, Irak y Siria para seguir el juego del “exterminio de los perros”. Pero, ¿quiénes son esos pobres perros? Los 25 millones de kurdos (ver cuadro y mapa) son descendientes de pueblos serranos, ganaderos itinerantes, instalados en el sudeste de Anatolia y al nordeste de Mesopotamia varios siglos antes de Cristo. Son indoeuropeos y los lingüistas cuentan su idioma como iraní (persa), por más que sus orígenes sean tan oscuros como los de sus vecinos armenios. Hasta la fecha, la mayoría de los kurdos viven en las sierras que, para su desgracia, sirven de frontera desde los años veinte entre Turquía, Irak, Irán y Siria. Su lengua no está unificada, sino dividida en dos ramas principales bastante diferentes: en Irak e Irán se escribe en letras árabes, mientras que en Turquía (cuando está permitido), en alfabeto latino. A lo largo de su historia no han tenido Estado, con la excepción de unos pequeños principados alrededor del siglo X. El enfrentamiento secular entre el imperio otomano y el persa (1500-1847) definió su situación presente: el Kurdistán occidental reconocía la autoridad turca, que coptaba hábilmente a sus jefes; al oriente, los persas intentaban imponer su autoridad, multiplicando duras guerras y deportaciones; el Kurdistán central funcionaba como colchón entre los dos imperios.
     A fines del siglo XIX, Estambul emprendió el rudo ensayo de transformar a los kurdos en campesinos arraigados, lo que agravó la hostilidad entre los kurdos (musulmanes) y los viejos campesinos armenios y asirios (cristianos). Organizados sobre el modelo de los cosacos del imperio ruso, los kurdos fueron utilizados contra los armenios durante las terribles matanzas de 1894-1896 (300 mil muertos) y el genocidio de 1915 (más de un millón de armenios exterminados). Eso puso fin a una cohabitación milenaria.
      
Siglo XX

La cuestión kurda nació con el desmembramiento del imperio otomano, después de 1918. En sus proyectos de reparto, los Aliados habían olvidado al Kurdistán (hoy turco, sirio e iraquí; el iraní quedaba aparte) y a los kurdos. Inglaterra quería armar un Estado árabe en Mesopotamia, con el petróleo de Mosul y Kirkuk: fue Irak; los kurdos no tenían una cabeza que hablara en su nombre. El famoso tratado de Sevres (1920), negociado con lo que entonces quedaba de la autoridad otomana, preveía un eventual Estado independiente kurdo, un año después de su ratificación. Pero no fue ratificado nunca. El general Mustafá Kemal acabó con el califato y fundó el Estado turco jacobino, laico, uno e indivisible. Prohibió la lengua kurda y afirmó tajantemente que los kurdos no existían: eran “turcos serranos”. Entre las dos guerras mundiales, de 1920 a 1940, los kurdos conocieron todo el horror de la “pacificación” en Irán, Turquía e Irak. En la sola Turquía eso costó 250 mil vidas y un millón de personas “desplazadas”.
     Cuando los kemalistas perdieron el poder en 1950 en Turquía, el nuevo gobierno ideó un modus vivendi que funcionó bien durante un tiempo: seguía en pie el dogma de la unidad de la nación turca, pero un sistema de clientelismo permitía la participación de los principales kurdos en niveles tan altos como la presidencia de la república, que, una vez, fue ocupada por un medio kurdo. Lo que echó a perder el sistema fue la guerra del gobierno iraquí contra sus kurdos (1961-1975), luego la de la revolución iraní (1979) y finalmente la terrible guerra entre Irak e Irán (1980-1988), que tenía que afectar a los kurdos de dichos países. La llegada de cientos de miles de refugiados al Kurdistán turco aceleró el cambio de mentalidades y la toma de conciencia nacional. Además, después del 68, la ultraizquierda universitaria turca “concientizó” a los estudiantes kurdos, entre ellos a un tal Abdula Ocalan. Diez años de “lucha revolucionaria” acabaron con esa corriente y llevaron a los generales al poder. En ese contexto regional y turco nacía en 1977-1978 el PKK, impregnado de un marxismo-leninismo maoísta al estilo de Sendero Luminoso. El más radical, el más violento de sus fundadores, asumió rápidamente el mando. Hijo de campesino kurdo, Ocalan, Apo (El Tío), había abrazado la causa revolucionaria turca y Stalin era su héroe. Su lengua materna era el turco y, según lo cuenta él mismo, “me costó mucho trabajo aceptar mi identidad kurda”. Lo hizo después de la derrota revolucionaria: sólo hasta entonces abrazó la causa de la revolución nacional. En 1984 el PKK se lanzó con una violencia fanática a la lucha armada, provocando una represión atroz por parte del ejército. Hace veinte años que Ocalan no pisa la tierra kurda. Ha pasado todo ese tiempo en Siria o en Líbano, en la Bekaa controlada por el ejército sirio, en donde el PKK tiene sus campos de entrenamiento. Entre 1985 y 1991, su principal agente de reclutamiento fue Saddam Hussein, el verdugo de los kurdos de Irak; cuando el tirano mató con gases de combate a los diez mil civiles pacíficos de la ciudad de Halabzha, el PKK tuvo que rechazar a los voluntarios. Saddam Hussein desplazó de los Altos a un millón y medio de kurdos para instalarlos en “ciudades colectivas” en los llanos. Exterminó a 180 mil en la famosa campaña Anfal.
      
La Guerra del Golfo

Inmediatamente después de la Guerra del Golfo, en febrero de 1991, los kurdos, soliviantados por los Aliados, se levantaron en Irak, pero quedaron solos hasta el verano.

No se sabe cuántos murieron. Un millón y medio huyeron hacia Irán y Turquía. Más adelante Hussein deportó a 300 mil kurdos hacia el sur, para “limpiar” la provincia de Kirkuk, que produce 70% del petróleo de Irak. En el verano, los Aliados intervinieron por fin y tomaron bajo la protección de su fuerza aérea —situación que continúa hasta la fecha— la región al norte del paralelo 36. Desde aquel entonces, el Kurdistán iraquí escapa a la autoridad de Bagdad, hecho que las facciones kurdas (KDP y PUK) aprovecharon en seguida para enfrentarse. Hoy en día esa región está administrada de hecho, y para bien, por la ONU, bajo la sombrilla militar norteamericana.
     KDP y PUK se destriparon con la ayuda de los servicios secretos turcos, iraníes, iraquís y norteamericanos; luego se reconciliaron para poner un dique a la influencia del PKK, quien tenía sus “santuarios” del lado iraquí de la frontera turca. No les gusta para nada la pretensión de Ocalan de fundar un Estado pankurdo, dirigido, claro, por el PKK.
     En Irán, hace tiempo que toda veleidad de lucha armada ha sido aplastada; a cambio, el Estado otorga a los kurdos la libertad lingüística y cultural, siempre y cuando no se hable de autonomía política. En Siria, bajo el pretexto de una reforma agraria, muchos kurdos han sido desplazados, dispersados y sustituidos por árabes. Es ilegal enseñar la lengua kurda o publicar en kurdo.

     En Turquía, los tres partidos kurdos moderados han sido prohibidos, de tal manera que el PKK recibió en regalo el monopolio del nacionalismo en los cuatro Estados. Para la diáspora no hay más que el PKK y su jefe, Ocalan, se beneficia de un extraordinario culto a la personalidad, lo cual explica la emoción provocada por su arresto en febrero de 1999. Vertical, jerarquizado, autoritario, el PKK ha usado todos los medios: el terror, el secuestro, el tributo, el narcotráfico, en nombre de su causa. Como Sendero Luminoso. Y, como esta organización, tiene —no cabe duda— una base social. El ejército, la policía, la justicia turca son sus aliados objetivos y la represión ciega, la “guerra sucia”, ha provocado una escalada de la violencia.
     Presionado por una Europa que no quiso aceptar en la Unión a Turquía mientras no garantizara un mínimo de autonomía cultural y democracia política a los kurdos, el gobierno de Sulaimán Demirel declaró en 1991 que existía una “realidad kurda” y que “los kurdos son ciudadanos turcos como los demás”. En 1992 se permitió el uso, privado nada más, de la lengua kurda. Eso era demasiado para los militares y sus aliados. Se estima que en 15 años tres mil pueblos y rancherías han sido destruidos, con un saldo de 35 mil personas muertas y cuatro millones desplazadas o “reconcentradas”. En los años pasados, la guerra pintaba mal para el PKK, quien perdía apoyos adentro y afuera, en Irak y en Siria. En 1998, por primera vez, Ocalan habló de la necesidad de buscar una solución pacífica; llegó a mencionar que el PKK estaba dispuesto a renunciar a la violencia y a contentarse con una autonomía, en lugar de la independencia. Esas aperturas exaltaron la voluntad bélica del ejército turco. En el 98, cuando los combatientes del PKK llegaron a ser menos de 10 mil, Turquía logró que Siria expulsara a Ocalan. Empezó una larga huida: de Damasco a Moscú, Roma, Grecia, Kenia. Todos los países europeos a los que les solicitó el asilo político se lo negaron, hasta que, en Nairobi, los servicios secretos turcos, posiblemente ayudados por sus colegas norteamericanos e israelíes, lo alcanzaron aquel día de febrero, día de duelo para muchos kurdos, especialmente en Europa. Días de alegría para los militares y para muchos turcos.

¿Y ahora?

Europa descubrió de repente a sus kurdos, cuando asaltaron 21 embajadas y consulados de Grecia. Son 25 mil en Londres, que dan 800 mil dólares al año al PKK; son 70 mil en Francia, entre 250 mil turcos; 500 mil en Alemania, contra un total de un millón 800 mil turcos. Millares de militantes controlan el 80% de la comunidad y cobran el impuesto de guerra. Europa les teme y debería usar su miedo para presionar a Turquía de manera que, de una vez, enfrentara la “cuestión kurda”. La represión y la ausencia de libertad cultural para los kurdos han vetado la entrada de Turquía a la Unión Europea; la paz con los kurdos podría resolver el problema y fortalecería a Turquía frente a Irán, Irak y Siria, que manipulan a sus “perros”.
     Los Estados Unidos, que ayudaron a la captura de Ocalan y protegen a los kurdos de Irak, deberían utilizar su capital diplomático para lograr la paz entre Ankara y los kurdos. Los Estados Unidos, que defendieron la independencia de Bosnia, piden la autonomía de Kosovo, al igual que Europa. ¿Por qué no abogar por la autonomía del Kurdistán, de los cuatro Kurdistanes?
     Sin embargo, hay varios factores negativos. El proceso de Ocalan ha empezado. Lo juzga una Corte de Seguridad, jurisdicción de excepción, compuesta de dos militares y un civil entregado al ejército. ¿Lo condenarán a muerte? ¿Lo ejecutarán? En Argelia, los militares franceses capturaron al gobierno “rebelde” del fln gracias a un acto de piratería aérea y negociaron con él.
     Por desgracia, Turquía se encuentra en año electoral y nadie va a defender una posible autonomía kurda; es más, el procurador general acaba de pedir la prohibición del único partido que defiende a los kurdos: el Hadep. El actual primer ministro, B. Ecevit, es un nacionalista convencido; en 1974 tomó la responsabilidad de la operación Atila, que llevó al ejército de Turquía a conquistar el norte de Chipre. En cuanto al ejército, jura y perjura que no va a perder el ayuno al cuarto para las doce, ahora que ya siente los pelos de la burra entre los dedos…
     Además, Europa y los Estados Unidos necesitan a Turquía contra Irak, también contra Irán y, eventualmente, contra Rusia en el Cáucaso. La necesitan para defender a Israel. Lo que significa mucho.
     El arresto de El Tío ha hecho más ruido que 15 años de guerra, que todas las matanzas de Saddam Hussein. Triste paradoja. El culto a la personalidad en el PKK corresponde al culto a la personalidad desarrollado por los medios. ¿Cuánto tiempo pensaremos en los kurdos? La causa de la nación kurda es legítima. El problema es cómo adecuar naciones y Estados. Los kurdos, que tenían su lugar en el imperio otomano, no lo han encontrado en los Estados modernos que se dividieron su espacio. –
      
     ©CIDE

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