La buena, la mala y la fea

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Julieta García González, Vapor, México, Joaquín Mortiz, 2004, 164 pp.

 
     Vivian Abenshushan, El clan de los insomnes, México, Tusquets, 2004, 160 pp.

 
     Cristina Rivera Garza, Lo anterior, México, Tusquets, 2004, 174 pp.

 
     Me refiero, por supuesto, a estrategias narrativas. Buena estrategia, de registro realista, la de Julieta García González en Vapor: eficaz investigación sobre el deseo y los desórdenes que a su paso suscita. Mala en cambio me parece la de Vivian Abenshushan en El clan de los insomnes: defectuosa estrategia de registro fantástico, porque su fantasía no nos sorprende, no nos hace entrar a ese otro mundo que presupone la literatura de imaginación, porque no cree en él; la escritura como mero ejercicio de la inteligencia y la memoria, y el insomnio como simple pretexto narrativo, intercambiable y por lo mismo trivial. Fea, en fin, me parece la estrategia narrativa de Cristina Rivera Garza en Lo anterior: repetitiva, pretenciosa, poética a muy bajo nivel; ambigua sin misterio; fea, porque conscientemente su autora trata de hacer pasar esta enredada trama huera por radical experimento narrativo.

I.
     Vapor es una divertida y fresca novela, la primera de su autora, activa periodista cultural. A semejanza de Bartleby de Melville —cuya trama demuestra cómo basta la aparición de un elemento fuera de orden para desquiciar todo su entorno—, Vapor cuenta la historia de Gracia, una gorda que a su paso trastoca las vidas de los que rodean su inmenso contorno. Novela de siete personajes, uno central que dispara la vida de todos los demás. Gracia es un monstruo, y una cualidad no menor de su autora es no haber cedido a la descripción precisa de sus lonjas y haber dejado al lector hacerse una imagen personal de ese cuerpo excesivo —que cada quien construye con sus propios miedos, inspirados en las ambiciones de alcanzar un cuerpo perfecto y sus cotidianas frustraciones. Gracia es el monstruo que el deseo humaniza. Lo irónico es que el corazón de ese deseo (las imágenes que Gracia se ha formado del amor provienen de sus abundantes lecturas de novelas rosa) tiene una raíz sentimental. La de Julieta García González es una suave visión irónica sobre el mundo erótico, derivada del sentimentalismo contemporáneo. Una crítica —o una constatación— del corazón sentimental de los deseos.
     Esta autora introduce en una trama convencional —novela lineal, prosa directa— un elemento subversivo (el deseo) encarnado en un personaje inusual (la gorda Gracia) y en el tono de una comedia ligera. Las limitaciones de estos recursos saltan a la vista: una forma convencional que no indagó en formas más radicales, el uso de un elemento infalible y común (el deseo), el abuso del toque romántico (personaje marginado, y sexual) y un tono de comedia que no le permite que sus personajes trasciendan el melodrama. La reflexión implícita en la novela —que el deseo trastoca a una comunidad— pierde contundencia, pero no encanto. Porque el estilo se va imponiendo en el libro con gracia, y termina por construir un relato fluido y eficaz. La trama esconde sus resortes. Sus personajes, esquemáticos al principio, van cobrando vida propia hasta sorprendernos con sus cambios erráticos, azarosos, caprichosos, como la naturaleza humana.

Al contacto con la gorda Gracia los personajes se transforman, pero su transformación no es lineal, terminan al final de la novela enriquecidos por el misterio de sus decisiones extrañas (es el caso de Beatriz, que a lo largo de la novela da muestras de estar en crisis, quiere el divorcio, se pone histérica, se erotiza, y hacia el final busca reacomodo con su esposo bajo un nuevo y más interesante acuerdo conyugal).
     Se trata de un libro húmedo, caliente, que su autora escribió durante un encierro forzoso a causa de la nieve, según dijo en una entrevista. Vapor es una novela del cuerpo y sus deseos, sus frustraciones y afanes, sus sudores. Es una novela del deseo y sus encarnaciones. Bienvenida primera novela.

II.
     El clan de los insomnes es el primer libro de una autora conocida sobre todo por sus ensayos: Vivian Abenshushan. Tres elementos: los seis cuentos que contiene el libro están bien escritos, los seis son relatos fantásticos, y de los seis puede decirse que son entes literarios, demasiado literarios. La literatura fantástica, se dice, utiliza recursos de la imaginación para hacer un retrato sobre el presente. Así vista, esta fantasía dice poca cosa: un club de gente que cuenta historias porque no puede dormir; una ciudad de las artes dedicada a despertar la inspiración mediante el ascetismo y el insomnio; un cuento donde el tema del doble se resuelve en que uno y otro son el mismo; otro más donde una pareja —formada por un trapecista triste y una actriz— finge cada noche darse muerte, hasta que el recurso se agota y ejecutan entonces un gran acto final de escapismo; uno más, quizá el central, en el que un subversivo y pacífico exiliado español se rebela contra la construcción de un eje vial, al tiempo que encarna en una figura más joven como proyección de los deseos de la protagonista del relato; y el último cuento, en el que todas las mujeres de un pueblo lo abandonan en invierno dejando a los hombres solos, y éstos deciden construir una cama gigantesca, ya que sólo así consiguen no pensar en ellas; cuando parece que su “utopía” se cumplirá, regresan las mujeres para ocupar sus nuevos sitios.
     ¿Qué suerte de imaginación es la de Vivian Abenshushan? Se trata, en todos los casos, de una imaginación derivada. De un saber libresco, no digerido del todo: serpiente que muestra la presa recién engullida en la hinchazón de su vientre. La imaginación derivada tiene un encanto forzoso: es fantástica porque responde al género fantástico. Elegido el tema por desarrollar, se va armando el cuento penosamente, construye la ficción sobre el vacío. Es un libro rico en situaciones, pobre en alguna enseñanza o reflexión derivada de sus ficciones, pobre en la sensación que provoca en el lector: sí, desapareció el triste marido trapecista; sí, las mujeres regresaron frustrando la “utopía” masculina de acostumbrarse a su ausencia; sí, el doctor Zorasky se suicidó para hacerla de emoción, para darle suspenso a las noches del clan ahora dirigido por su inane discípulo. Piezas de relojería de relojes estrictos que sólo dan la hora, por más fantásticos que parezcan.

¿Qué espera uno de la fantasía, qué espera de un cuento? Que sorprenda, que su invención sea original, que nos ofrezca un auténtico jirón de lo humano, que importe más la trama que la idea que lo inspira; en fin, que ofrezca un acertijo y lo resuelva. El insomnio es un pretexto literario, como pudo haber sido cualquier otro. Son “cuentos con tema” más que cuentos inspirados. Creados desde la inteligencia libresca. Su registro fantástico no introduce al lector a otro mundo porque descree de él. Si su autora utilizó la vía fantástica para plasmar los síntomas de su época —el fracaso, la angustia, la enfermedad—, la estrategia resultó equivocada en la medida que no logró hacer vivibles, transmisibles, estos estados de fracaso, angustia y enfermedad. No los encarnó o los encarnó con frialdad. Una fantasía fría y calculada.

III.
     Cristina Rivera Garza, en Lo anterior, echa mano de una estrategia que se sustenta en el despliegue de varias imágenes superpuestas: una lenta baraja que termina por transmitir una imagen: que el amor sólo vive en el recuerdo. Su estrategia narrativa mezcla géneros, ensaya diversos usos tipográficos, rompe con el discurso. O más bien plantea varios discursos: exalta como valor la ambigüedad, persigue una descomposición crítica del lenguaje. Hace todo eso, y quizá mucho más, si observamos la novela en una mesa de disección académica y examinamos sus partes. Pero si sólo la leemos padecemos entonces la experiencia. Sufrimos con reiteraciones obsesivas que, despejado su misterio, terminan proponiendo naderías. Novela repetitiva hasta el tedio, además de pretenciosa: “Sus códigos diseminados de manera estratégica en el texto que luego permite el desentrañar la anécdota real…”, etcétera. Prosa poética de muy bajo nivel: “una voz que quería hacerse pasar por otra voz —murmura o ensueña. Una voz sin sujeto o que se quería sin sujeto…” Ambigua sin misterio: “Lo insoportable —le susurró al oído— es que ésta no es una historia…”
     Las tramas que se entrecruzan son pobres. Por ejemplo, la aparición de una mujer de la que se deduce que es de otro planeta porque no reconoce el verde ni defiende en las discusiones a las mujeres. Se distinguen, en esa bruma narrativa, algunas imágenes: una mujer encuentra a un hombre hermoso tirado en el desierto y decide llevárselo a casa (supongo que, si el hombre hubiera sido el protagonista de esta narración y la mujer la rescatada, estaríamos frente a un cuento de secuestro, y no ante una enigmática historia de amor). Un hombre recoge a una muchacha al borde de la carretera, bajo la resolana. Un hombre cree que la mujer que lo acompaña viene de otro planeta. Pero también una mujer cree que el hombre que la acompaña viene de otro planeta. Todo esto contado veinte veces, alternadamente: insensateces. Contadas de una forma radical y moderna. Dicho de otra manera: trama pobre y muchos efectos especiales. Como estrategia narrativa es fea, porque su autora trata de dar gato por liebre con toda conciencia; trata de vendernos el cuadro presumiendo de sus barnices y las telas empleadas. Talento literario desperdiciado en un vano juguete. –

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