Juárez: un legado en disputa

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La Revolución Mexicana se hizo en nombre de Juárez. Antes de lanzar su campaña antirreeleccionista, Francisco I. Madero sostuvo pláticas mediúmnicas con el espectro de don Benito y le dedicó elogios a su "apego a la ley", "inquebrantable energía" y "grandeza de alma" en La sucesión presidencial.1 Emiliano Zapata, a pesar de los agravios
liberales que encarnaba, incluyó en el noveno punto del Plan de Ayala un reconocimiento de las "leyes de nacionalización y desamortización de los bienes eclesiásticos puestas en vigor por el inmortal Juárez".2 Venustiano Carranza, en su mensaje al Congreso Constituyente de 1916, instalado en Querétaro, criticó a la generación de 1857 por haber otorgado excesivas facultades al poder legislativo. Pero cuando, guiado por Tocqueville, buscó en la historia de México un ejemplo de gobierno "fuerte", no "despótico" y "capaz de contener dentro del orden a poblaciones indisciplinadas […], sin pasar sobre la ley", sólo encontró la República Restaurada."3
     Estas invocaciones de Juárez, durante la Revolución, podrían sugerir que el Antiguo Régimen, es decir, el Porfiriato, fue una época de abandono y negación del legado juarista. El hecho de que Porfirio Díaz se hubiera levantado en armas contra Juárez, en La Noria (1871), y luego contra su sucesor, Sebastián Lerdo de Tejada, en Tuxtepec (1876), además de cierta lectura fácil e injusta de Daniel Cosío Villegas, que persiste en concebir al Porfiriato como antítesis de la República Restaurada, contribuyen a difundir ese equívoco.4 Pero lo cierto es que, como hace años demostrara Luis González y González, el culto oficial a Juárez se inició bajo las últimas presidencias de Porfirio Díaz, y que ni los revolucionarios fueron tan devotos de don Benito, ni los científicos tan antijuaristas.5 Aunque tardío, el indicio más sólido de aquel culto fue el Hemiciclo al Benemérito de las Américas, inaugurado en 1910, durante las fiestas del Centenario de la Independencia.6
     Sin embargo, detrás de aquel imponente monumento se escondían la querella intelectual por el legado de Juárez y el forcejeo del propio Díaz con la figura del "indio presidente". Un momento importante de la disputa fue la publicación de El verdadero Juárez y la verdad sobre la intervención y el imperio, de Francisco Bulnes, en 1904. El libro cayó en el terreno fértil de la opinión pública porfirista, dos años antes del centenario del héroe liberal, suscitando reacciones por todo el país. Tres de las réplicas mejor recibidas fueron la de Victoriano Salado Álvarez en su artículo "Refutación de algunos errores del señor don Francisco Bulnes", publicado en la Revista Positiva; la del importante político Ramón Prida, ex director de El Universal y fundador del periódico oposicionista El Tercer Imperio, en su libro Juárez como lo pinta el diputado Bulnes; y la del médico queretano Hilarión Frías y Soto en Juárez glorificado. Un año después, Bulnes respondió a sus críticos con un nuevo libro: Juárez y las revoluciones de Ayutla y de Reforma. Pero sus mejores contrincantes en la polémica no aparecerían hasta 1906 con la publicación de Juárez: su obra y su tiempo de Justo Sierra y La Reforma y Juárez: estudio histórico-sociológico de Andrés Molina Enríquez, libro que triunfó en el concurso literario convocado por la Comisión Nacional del Centenario.
     Los reproches de Bulnes a Juárez eran puntuales: no debió asumir la deuda pública de los conservadores en 1861, ni ansiar el reconocimiento de Europa; debió entregar el mando militar a un general experimentado y preservar su gobierno en el exilio; no debió imponer contribuciones forzosas, ni solicitar el apoyo de los Estados Unidos después de la retirada del ejército francés; debió soportar la tentación de reelegirse en 1867, retirarse a la vida privada o disolver un Congreso que le era tan hostil… Todos estos reparos, sin embargo, hallaban trasfondo moral en un rasgo del carácter de Juárez que, según Bulnes, provenía de su origen étnico: la debilidad. Lo curioso es que esa interpretación eugenésica de la pasividad juarista se enlazaba, a veces, con un argumento político que no carecía de sentido. Bulnes afirmaba que la "aptitud estadística de Juárez era la inacción" porque el presidente idolatraba el régimen monárquico parlamentario, en el cual "el rey reina pero no gobierna".7
     Como es sabido, esa era la crítica más común de los liberales porfiristas y, en especial, de los científicos a la Constitución de 1857, a la Reforma y a la República Restaurada. Antes que Bulnes, Justo Sierra había lamentado la excesiva tolerancia de Juárez para con la prensa y las cámaras federales. Después de Bulnes, Emilio Rabasa formularía en La constitución y la dictadura (1912) el mejor cuestionamiento de esa tendencia al parlamentarismo que, reforzando la soberanía del Congreso, limitaba la potestad del presidente republicano. Pero lo específico del reproche de Bulnes era, por un lado, la insistencia en que el temperamento de Juárez (pasivo, indiferente, ambicioso, impasible, con "calma de obelisco" y "capacidad de espera") estaba determinado por su raza indígena, "fríamente resignada", y, por el otro, el rechazo a ese culto que atribuía la Reforma y el triunfo liberal y republicano sobre el Imperio de Maximiliano a un solo hombre, a un único héroe, adorado como un "Buda zapoteco y laico".8
      
     El temperamento de Juárez fue el propio del indio, caracterizado por su calma de obelisco, por esa reserva que la esclavitud fomenta hasta el estado comatoso en las razas fríamente resignadas, por ese silencio secular del vencido que sabe que toda palabra que no sea el miasma de una bajeza se castiga, por esa indiferencia aparente que no seduce, sino que desespera… El aspecto físico y moral de Juárez no era el del apóstol, ni el del mártir, ni el de hombre de Estado, sino el de una divinidad de teocalli, impasible sobre la húmeda y rojiza piedra de los sacrificios.9
      
     El razonamiento eugenésico de…

El razonamiento eugenésico de Bulnes, que había orquestado una prosa tan petulante en su libro El porvenir de las naciones hispanoamericanas (1899), se inspiraba en pensadores latinófobos y sajonófilos del positivismo tardío, como Gobineau, Chamberlain, Lapouge, Galton y Stoddard. Todos los errores de Juárez, según Bulnes, eran manifestaciones políticas de las taras morales de su raza, dogmática y, a la vez, pagana. En este sentido, las refutaciones más eficaces a la eugenesia de Bulnes se encuentran en Sierra y Molina Enríquez, ya que ambos, tras una mejor digestión del positivismo clásico (Comte, Spencer, Haeckel, Savigny…), vieron virtudes donde aquel veía defectos.10 Según Sierra, la perseverancia, la fe en la ley, el tesón, la "impasibilidad de teocalli", "la calma de obelisco", el rigor y la paciencia de Juárez habían contribuido a que el liberalismo mexicano adoptara los "ritos de una religión cívica".11 Molina Enríquez iría más allá, leyendo al revés el retrato de Bulnes ("el escritor que más rudamente ha atacado a Juárez") y delineando el perfil virtuoso de un héroe liberal:
      
     Se ve por ese retrato que Juárez era un hombre muy notable por sus cualidades de carácter, por su imperturbabilidad para recibir los acontecimientos, por su pasividad para sufrir los reveses, por su entereza para luchar con las dificultades, por su calma para esperar los triunfos, por su persistencia para alcanzar sus propósitos, por su firmeza para seguir sus convicciones, hasta por su aspecto severo, frío, impasible, de divinidad de teocalli.12
      
     La eugenesia de Bulnes cedía, también, a una tentación recurrente de la historia mexicana: las vidas paralelas del indio Benito Juárez y el mestizo Melchor Ocampo. El michoacano, según Bulnes, respondía más al arquetipo del mártir, no sólo por su sacrificio, a manos de los conservadores, sino por su vehemencia doctrinal y su desapego al poder. Pero Ocampo, el "político de la humanidad", el "discípulo de Quinet", "tenía su temperamento: impaciencias de huracán, cóleras de océano, imágenes de tumulto, ideas atrevidas e incendiarias, frases de apóstol, esperanzas de conspirador".13 Molina Enríquez, en cambio, más propenso a la mestizofilia que Bulnes, pensaba que la fascinación que Juárez ejercía sobre Ocampo, Prieto y otros mestizos liberales estaba relacionada con su origen indígena: "por múltiples razones de origen, de sangre y de identidad de educación, el grupo social de los mestizos se veía representado por Juárez, y Juárez se sentía representado por todos y cada uno de los mestizos".14 Esa "doble representación" o espejismo étnico aseguraba una simbiosis moral y política que hacía de Juárez la encarnación del liberalismo republicano.
     En la emoción de su patriotismo racial, Molina Enríquez llegaba a formular una frase inquietante: "para nosotros los mestizos, Juárez es casi un dios".15 La convergencia de símbolos étnicos y políticos trocaba el culto juarista en algo más que una religión cívica, liberal y republicana, como la que deseaba Sierra. Se trataba de una veneración en la que lo religioso predominaba sobre lo cívico, transformando al héroe en santo y al caudillo en semidiós. Curiosamente, Francisco Bulnes, el apologeta de la dictadura, el conservador eugenésico, al reaccionar contra esa adoración actuaba como un liberal y un republicano consecuente.16 Con razón, a Bulnes le molestaba que la figura de Juárez significara la "personificación de la lucha contra la Intervención y el Imperio", una epopeya protagonizada por muchos héroes.17 En su reclamo de justicia ("la historia no es ni puede ser generosa, sino justiciera") descubría que esa veneración juarista, que, a fuerza de iluminar a un prócer, opacaba a otros, era producto del celo con que el propio Juárez cuidó su poder, limitando o rebajando la autoridad de sus más cercanos colaboradores militares, como Santos Degollado y Jesús González Ortega. Ese "recelo y horror a la formación de un héroe supremo en la guerra" no sólo era, a juicio de Bulnes, la matriz de muchos errores militares y políticos, sino el escamoteo sobre el que se erguía una inflada heroicidad.18
     Pero ni siquiera Bulnes negaba el decisivo papel de Juárez en el triunfo liberal y republicano de 1867. Lo que le molestaba es que hubiera sólo un héroe en el panteón. A pesar de su porfirismo, más bien cínico, defendía una religión cívica, secular y politeísta, en la que se rindiera culto a muchos héroes, sin esconder sus defectos o sus errores. Sólo que ese llamado a la modernidad en la memoria, lejos de distribuir la veneración colectiva, como reacción a Bulnes y, sobre todo, a Díaz, la concentró aún más en Juárez. Es probable que don Porfirio, a quien el ingeniero Bulnes —como alguien "que se aferra a una argolla que oscila en las tinieblas"— había suplicado una sexta reelección en 1903, observara distante la querella intelectual por el legado de Juárez, deseando que el culto al indio presidente se disolviera en la epopeya de la Reforma. Sin embargo, la elocuente reacción contra el libro de Bulnes se sumó a cierto espíritu de rescate del sepulcro de Juárez que, en los últimos años del Porfiriato, gravitó sobre un renacimiento liberal, republicano y, sobre todo, democrático en contra de la dictadura. Díaz intentó capitalizar, entonces, aquella nostalgia juarista, consciente, acaso, de que su viejo enemigo de La Noria regresaba en busca de venganza. –

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(Santa Clara, Cuba, 1965) es historiador y crítico literario.


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