Historieta

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El mes pasado recibí un par de atentas invitaciones a firmar desplegados de “intelectuales” en favor del candidato López Obrador. A pesar de que la persona que me invitaba –cuya sinceridad es superior a su ironía– me dio a entender que era mi última oportunidad, dije que no. ¿Me habré equivocado?

Habría sido divertido aceptar. Podría haberme justificado con un artículo en el que, razonando solemnemente mi voto, habría dicho cosas por el estilo de “estas elecciones han sido el camino de Damasco de mi vida: ya no quiero estar todo elitista, ahí nomás, lleno de mí, sitiado en mi epidermis; lo que quiero es marchar en la calle codo a codo con mis amigos los pobres. Votaré por López Obrador y, por primera vez en mi vida, ¡sonreiré!”… Y luego ver las caras asombradas de mis amigos, y luego recibir muchas felicitaciones de otros igual de cínicos que yo… E imaginar a quien promueve la iniciativa explicándole a sus superiores cómo pudo una firma tan “reaccionaria” colarse a la lista.

Pero, por otro lado, además de divertido, quizás también habría sido prudente. Vamos, el señor Peje tiene algunas, varias, muchas, ENORMES posibilidades de ganar… ¡Gulp…! Y serían seis años de “primero los pobres”… Y, como se gobernará con plebiscitos, serían más bien dieciocho años, y como la producción nacional de pobres aumentaría notablemente, la calle en la que vamos a andar codo a codo prácticamente va a ser infinita… Y si bien no soy pobre, lo que se dice “pobre”, en tanto que “intelectual” y maestro, tendría fast track para recibir nombramiento de pobre honorario… Y como se sabe, para las izquierdas un “intelectual” que ha visto la luz es más agradable hasta que un pobre…

Pues es seguro que nunca, desde los gloriosos años treintas con sus corporaciones de “intelectuales”, “escritores” y “artistas”, habremos estado tan cerca de una “cultura de Estado”. Y una cultura de Estado requiere no necesariamente de talento, pero sí de talentosos. Y eso significa chamba en abundancia, pues habría gran demanda de porras y lemas para marchas y sindicatos (“¡NUESTRA META SERÁ SIEMPRE UN FUTURO PROMISORIO!”), y artículos teóricos para explicar a los pobres la deuda del imss o los juicios sumarios o el derecho de todos a recibir un doctorado junto a la credencial de elector. Y habría que constituir comités de vigilancia de pureza ideológica, diseñar coreografías multitudinarias en el Zócalo, pintar murales, filmar gestas. Y escribir las biografías de Hernández Juárez, Agustín Ramírez, Gamboa Pascoe y Napoleón Gómez Urrutia… Y habría que redactar e ilustrar historietas populares que expliquen a los pobres que el petróleo y la luz y el gas –aunque ya no haya– siguen siendo orgullosamente nuestros… Y ensalzar el arte comprometido, viril, pedagógico y popular… Y ganar premios y recibir homenajes nacionales, estatales y municipales, y becas y becas y becas…

Pero… de haber firmado ¿alguien me habría creído? En una crónica en Letras Libres, hace cuatro años, escribí que en la retórica y en el manejo de masas de López Obrador había ingredientes fascistas… ¿Alguien se habrá fijado y tomado nota y me habrá puesto en la lista de “reaccionarios”, junto a Adolfo Gilly? Aunque por otro lado, uno siempre puede cambiar de bando. No sólo eso: al parecer uno debe cambiar de bando. ¿No cambió de bando el mismo López Obrador del pri al PRDipo? ¿Y no cambiaron todos sus canchanchanes de salinistas a pejistas? Y los pejistas antes no eran cuauhtemoquistas? Podría haber escrito un artículo diciendo algo por el estilo de “cegado como estuve tanto tiempo, deslumbrado por la mentira y el egoísmo…” ¡Y me tendrían que perdonar, pues, en nuestros días, cambiar de bando ideológico es requisito para extender el certificado de congruencia!

Además, está demostrado que todas las enseñanzas del siglo pasado sobre los riesgos de adular, o siquiera acercarse, al príncipe han sido olvidadas. Y que los intelectuales y artistas al servicio de Stalin, o de Hitler, o de Franco, o De Gaulle, o Mao, o el pri, o Perón, o los tupamaros, o los senderistas, o la junta de Nicaragua, o Nixon, todos fueron olvidados, o perdonados, o ambos… ¡Es lo bueno de ser “intelectual”! Todos los que cerraron sus libros de Arendt y Aron y Camus y Paz con sus recordatorios sobre cómo la cultura es adversa al poder político en tanto que “el poder político es estéril porque su esencia consiste en la dominación de los hombres”, o sobre cómo “todo gobierno es, en esencia, explotación organizada”. En México nada de eso cuenta: el “intelectual” puede equivocarse sin que jamás se le llame a dar explicaciones o sin jamás sentirse obligado moralmente a darlas. ¿Dónde están las de quienes apoyaron a Echeverría, o al cgh o a “Marcos”? ¡En nuestro país, obsesionado con la historia, la amnesia es requisito para obtener el certificado de licitud moral!

Y además, que es lo más divertido de todo, cuando las cosas no marchen bien y sus servicios ya no sean necesarios, el “intelectual” siempre podrá exiliarse a una universidad foránea a dictar un curso sobre el colapso de la patria o a exigir el retorno de las libertades.

Y a explicar que todo se debió a un complot. ~

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Es un escritor, editorialista y académico, especialista en poesía mexicana moderna.


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