Cometas, astrónomos y Shakespeare

Shakespeare vivió en un momento único en la historia de la comprensión del cosmos; Giordano Bruno y Thyco Brahe fueron figuras cercanas al bardo.
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Hacia 1600, año en el que William Shakespeare compuso una de sus obras más representadas y estudiadas, Hamlet, el pintor flamenco Claes Visscher recreó con admirable acuciosidad un panorama de Londres. Sobresale la catedral de San Pablo y su torre monumental. Hacia el sur del Támesis pueden verse las populares arenas de lucha entre bestias, Bear Gardens, y el teatro El Globo. Hoy El Globo de Shakespeare se encuentra a unos cuantos metros de su sitio original, entre el puente del Milenio y el puente de Southwark. La catedral era más alta. De hecho, fue la más grande de Europa en su momento. Como ahora, los visitantes podían subir al balcón cercano a la punta de la torre. En aquella época disfrutar de la vista costaba un penique, actualmente cuesta 18 euros. Con un penique podía uno adquirir 24 onzas de pan o 2/3 de un galón de cerveza; actualmente con 15 libras, un pan de caja y dos cervezas. Quienes navegaban por el río Támesis en dirección del atracadero próximo al teatro a fin de asistir a la representación del mes, pasaban por debajo de un solo puente, el Puente de Londres, y admiraban semejante proeza de la ingeniería medieval.

Shakespeare vivió en un momento único en la historia de la comprensión del cosmos. En noviembre de 1572, una nueva y muy brillante estrella pudo verse de pronto, incluso de día, en la constelación de Casiopea. Hoy sabemos que se trató de la explosión mortal de una supernova. Además de la llamada “estrella de Tycho Brahe”, cinco años después apareció un cometa con una larga cauda. Tanto en 1582 como en 1607 aparecieron dos cometas más. Para sorpresa de todos, en 1604 surgió una nueva y resplandeciente estrella, la cual fue estudiada por Johannes Kepler, mientras que en el otoño de 1605 hubo un eclipse de sol que obscureció los cielos de Europa. Recordemos que en 1610 Galileo Galilei publicó sus primeras noticias estelares.

Las ideas del filósofo francés Miguel de Montaigne, que menciona abiertamente la teoría de Copérnico, influyeron en la obra de Shakespeare. También el monje Giordano Bruno anduvo por Londres, Cambridge y Oxford antes de regresar al continente y ser ejecutado en 1600 debido a sus ideas herejes acerca del cosmos, el vacío y el infinito. Parece poco probable que Bruno y Shakespeare se hayan encontrado, pero es difícil imaginar que no supiera este último de la existencia del primero. En su libro The Science of Shakespeare. A New Look at the Playwright´s Universe, Dan Falk hace un minucioso recuento de los pasajes donde se revela la curiosidad del dramaturgo y poeta por las cuestiones relacionadas con las estrellas, esas “benditas velas de la noche”, más allá de las especulaciones astrológicas. A través de esa mirada podemos volver a disfrutar de una representación de Hamlet, Otelo, Julio César, Macbeth, El rey Lear, o bien una menos conocida, Cymbeline.

La trama de Hamlet presenta coincidencias con la figura y trabajo del célebre astrónomo danés, Tycho Brahe, así como con la historia de aquella región vikinga. Shakespeare supo de un viejo relato escandinavo del siglo XII acerca de un príncipe llamado “Amleth”, a través de una versión francesa publicada por François de Belleforest en 1570. Diez años después la historia había sido adaptada por Thomas Kyd y montada por la compañía de Shakespeare. Sin embargo, y a diferencia de este proto Hamlet, en la versión posterior de Shakespeare la acción tiene lugar en la corte de Elsinore. Nadie cree que haya tenido oportunidad de viajar a Dinamarca, ni siquiera a través de Inglaterra, y conocer la isla otorgada por el rey a su protegido Tycho Brahe, pero sin duda escuchó narraciones y tuvo en sus manos libros que hablaban de ello. Uno de ellos es el Atlas de las Principales Ciudades del Mundo, publicado en Londres, 1558. En sus páginas puede verse una vista imaginada por el grabador, parcialmente aérea, de la región cercana al castillo de Elsinore. A pocos kilómetros se encuentra la diminuta isla de Hven: el laboratorio estelar de Brahe. El grabado muestra el observatorio Uraniborg o Uraniburgum, esto es, el castillo de las estrellas.

No sólo eso, en otro grabado de 1590 vemos a Tycho Brahe bajo un arco de media luna, cuyo frente se ve adornado con diversos escudos nobiliarios, entre ellos Rosenkranz y Guildenstern. Casualidad o no, personajes importantes en la obra de Shakespeare llevan tales apellidos, inclusive son amigos íntimos de Hamlet con quienes sostiene conversaciones donde se hace referencia a las estrellas. Una de ellas, muy conocida, se lleva a cabo en el segundo acto, cuando dichos amigos tratan de reconfortar al príncipe que se siente prisionero de su propio reino, de manera que no alcanza a sentirse libre, ni mental ni físicamente. Entonces Hamlet les responde:

“O God, I could be bounded in a nutshell and count myself a king of infinite space–were it not that I have bad dreams”.

Por otra parte, se sabe que Shakespeare era vecino de Leonard Digges, hijo del astrónomo Thomas Digges, con quien Tycho Brahe sostenía relaciones profesionales. Hay quienes piensan que Thomas y Giordano Bruno llegaron a encontrarse en persona. Leonard Digges fue poeta y tan admirador del dramaturgo de Stratford que escribió un verso incluido en el póstumo Primer Folio. No es descabellado suponer que una copia de dicho grabado haya sido enviada como un regalo por el astrónomo danés a su par inglés, y que en cualquier día lluvioso Shakespeare le haya echado un ojo.

 

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escritor y divulgador científico. Su libro más reciente es Nuevas ventanas al cosmos (loqueleo, 2020).


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