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Fuente: Universidad de Sevilla / Wikimedia Commons

Hexagrama del asno

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¿Y qué decir de un asno?
Yo nunca dije nada.

Había un asno junto a la boca de Leticia:
era lunar su ardor
y se rascaba contra mí
furiosamente.
Había un asno en la casa de Juan Luis
y nos cobraban cinco pesos por montarlo.
Yo nunca lo monté.
Había uno hinchado y negro flotando en el arroyo,
otro muy amarillo en un sueño del Ártico,
y el de las tiras cómicas,
y un asno un poco bizco en la mirada de Gabriela
vuelta sobre su hombro desde un país de aroma.

Asno.
Tan bestial esta palabra
que me repugna todavía. Como fundar
en una coz el vuelo de los ángeles.
Como ser la pelambre y rumiar parpadeos
de un aliento sonoro entre los girasoles.
Sin aurigas ni hazañas, apenas alveolado
por el pudor
o la procacidad de una muchacha.
Sin ley ni alegoría, apenas sumergido
en la cobriza tarde
igual que un tren de Turner.

La mismidad —nunca lo dije—
era este mismo asno
detenido en su piel color de rata
frente a un fondo vulgar de espigas verdes.
Un gusto de vivir animal y esforzado,
pero amargo
como la salvia o el laurel. ~

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