Helmut Newton (1920-2004)

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La muerte de Helmut Newton parece extraída de una de sus fotografías: estrelló su Cadillac contra un muro bajo el cielo nocturno de Sunset Boulevard, tras abandonar el hotel Chateau Marmont, el pasado 23 de enero. Un último acto de congruencia para el fotógrafo más visionario del cuerpo femenino y sus inquietantes posibilidades: fue él, precisamente, uno de los primeros en explotar las conexiones eróticas entre el sexo y los automóviles. Sus retratos de mujeres estilizadas interactuando con las superficies cromadas de las carrocerías datan de los años sesenta.
     Ya en esas imágenes se advertía el núcleo rector de su trabajo: el poder. Se sabe que el sexo es poder, pero el fotógrafo berlinés —al contrario de las absurdas acusaciones de misoginia en su contra— se adelantó a su tiempo y señaló que el poder lo tienen en realidad las mujeres, especialmente cuando se trata de negociar los deleites y tormentos de la carne.
     En sus fotografías, las mujeres raras veces aparece sumisas o sometidas. Se plantan firmes y retadoras bajo un sol radiante o emergen de la penumbra extáticas y melancólicas. Y lo más importante: siempre misteriosas. Incluso en los trabajos donde las modelos exhiben una combinación de lencería y cuellos ortopédicos o yesos, la sensación es más de peligro que de fragilidad.
     En Big nudes, una de sus famosas series, se ve a una mujer con el puño cerrado sobre su sexo. Y es que a Newton lo que le interesaba mostrar no era la vulnerabilidad del cuerpo expuesto, sino su carácter perturbador y hasta su violencia. Para lograrlo, se apoyó en atmósferas y, sobre todo, en “tramas” —por llamarles de algún modo. Invariablemente hay algo ocurriendo en las fotografías de Newton y lo más excitante es que no se sabe exactamente qué. La sensación que producen es similar a lo que sucede cuando, en la madrugada, alguien que mira la televisión se encuentra con una película empezada, y todo le resulta extraño, pero no puede dejar de mirar. No despega los ojos porque, entre otras cosas, en cualquier momento espera verse a sí mismo en la pantalla, como si se tratara de un sueño. El propio Newton da algunas claves al respecto, en su libro Works: “El entorno inmediato se me antoja más misterioso y excitante que las islas exóticas y los lugares lejanos. Me gusta fotografiar lugares y objetos que tengo diariamente a la vista. Entre mis fotografías preferidas suelen encontrarse las que suscitan la impresión de que ‘ya estuve aquí alguna vez’. Cuando trabajo fuera, no me alejo más de tres kilómetros del hotel.”
     Esto se conecta con otro de los aportes vitales de Newton: la reinvención del glamour. Bajo su lente, el mundo de los adinerados y famosos resulta atractivo porque, en lugar de resaltar una forma de vida inalcanzable para la mayoría, se enfoca en el contrabando de oscuros deseos que transcurre entre piscinas, jardines, salones, lobbys de hotel y estatuas de mármol. Un tráfico de fantasías accesibles, porque éstas tienen su auténtico desarrollo en la cabeza de quien observa. La gran lección que nos brinda Helmut Newton con su trabajo es que no resulta necesario averiguar con precisión la intimidad ajena: lo importante es lo que piensa el que mira, su reconstrucción mental de lo que imagina puede ser aquello que está presenciando. Dicha premisa contiene la tarea básica de todo voyeur y también uno de los juegos fundamentales de la convivencia humana en las sociedades modernas: el de la ventana indiscreta, que lo mismo conduce al placer que al crimen.
     En esa voluntad hitchcockiana, Newton encontró uno de sus mejores recursos: transformó sus montajes teatrales en algo cotidiano, palpable. Cambió las lámparas por los faroles: “He evitado siempre, en lo posible, fotografiar en estudio. Al fin y al cabo, una mujer no se pasa la vida posando sentada o de pie ante un fondo de papel. Aunque eso no facilita mi trabajo, prefiero salir a la calle con la cámara, meterme en lugares públicos y privados, en lugares que por lo general sólo visitan los ricos. Dichos lugares, normalmente inaccesibles a los fotógrafos, son los que más me han estimulado siempre.”
     Helmut Newton se metió por nosotros en esas zonas vedadas y trajo de regreso el triunfo de lo prohibido. Contrario al cuento de la Cenicienta, sus fotografías son un zapato de tacón de aguja que debe ofrendarse después de la medianoche. El llamado a perderse en una mansión donde las mujeres susurran palabras incomprensibles en la oscuridad. ~

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Su libro más reciente es el volumen de relatos de terror Mar Negro (Almadía).


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