Gilberto Rincón Gallardo

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A Gilberto Rincón Gallardo le apasiona el teatro norteamericano. Arthur Miller, Tennessee Williams, Eugene O’Neil, pero ¿qué le atrae del teatro del absurdo? “Su tendencia a extremar el drama para que golpee con más fuerza —respondió el candidato a la presidencia por el Partido Democracia Social— y podamos verlo con mayor crudeza; se necesita de cierta genialidad para no hacer de eso algo grotesco.
Es apasionante por sus excesos.”
     —Es como un gran apasionamiento que lucha contra la incomprensión.
     —Sí, eso está muy bien definido.
     Llovía la noche que Rincón Gallardo me recibió en el solario de su casa en la colonia Anzures. ¿Desea algo de tomar? ¿Agua? ¿Tan mal lo tratan? Yo voy a tomar vino, vino blanco espumoso. ¿Le parece bien?
     Apareció minutos después de las ocho. Guido Arochi, uno de sus subsecretarios de medios, y yo lo recibimos en la pequeña sala de equipales de cuero y cava de hierro forjado, rodeada de plantas que Silvia, su esposa, atiende con devoción.
     Nada más quitarse el saco, se dirigió abiertamente a Guido. “Ahora sí me cansé. Hoy sí me siento cansado.”
     La gira de ese viernes 28 de abril había pasado por Tlalnepantla con más pena que gloria. Ruth Olvera, la presidenta municipal, había mandado llamar con un día de antelación a los consejos ciudadanos con los que Rincón Gallardo había acordado reunirse. Más tarde, en la plaza pública, las autoridades habían impedido a la comitiva de Democracia Social instalar templete, acondicionar sillas, procurar sonido estéreo para el acercamiento del candidato con los parroquianos.
     La comitiva acusó mala entraña de la administración panista.
     —¿Es la primera vez que le pasa algo así? —pregunté a Rincón Gallardo, quien se había instalado ya en un equipal individual forrado de algodón azul y remate amarillo.
     —Sí, la primera, no nos había pasado antes.
     Tres días antes, Gilberto —como se refiere a él todo su equipo de campaña, del que 80% está integrado por jóvenes— había nacido como candidato a la presidencia para los medios y para buena parte del electorado.
     El acartonado debate entre los seis candidatos, que se había realizado en el World Trade Center el martes 25, había sacado al candidato de Democracia Social del rincón de la tabla para llevarlo, en algunas encuestas y sondeos en universidades, hasta el tercer puesto, por encima incluso de Cuauhtémoc Cárdenas.
     El miércoles 26 se publicaron al menos doscientas notas sobre Rincón Gallardo en los periódicos que sus secretarios de medios sondean para establecer el ritmo de penetración de la campaña. Ese día comenzaron a llover las solicitudes de entrevista, las llamadas enloquecidas de las estaciones de radio, los comentarios de los analistas políticos y las expresiones espontáneas de apoyo en la calle.
     “Ese candidato es diferente. Te apuesto a que viaja en clase turista y que no lleva guardaespaldas”, le había comentado un hombre de negocios a su esposa al momento del debate, frente al televisor. Jamás se imaginó que al día siguiente, dentro de un avión con rumbo a Guadalajara, se encontraría con Rincón Gallardo en la cabina de clase turista, sin más protección que su experiencia.
     El desinterés previo hacia su campaña tal vez fue lo que llevó a algunos analistas, como hizo Jorge G. Castañeda en Proceso, a considerar que el discurso de Rincón Gallardo sobre el derecho de las minorías a ejercer sus derechos ciudadanos en un esquema democrático —presente en su plataforma electoral entregada al IFE y a lo largo de su campaña— había sido sólo una estrategia de posicionamiento en el debate.
     El viernes 28, en casa y con lluvia encima, Rincón Gallardo aceptó que el debate había sido hasta entonces el mejor momento de su campaña, pero no quiso sobrevalorarlo. “Para un partido que carece de recursos, vivir un momento tan importante de equidad ante veinte millones de mexicanos es una gran oportunidad. Somos el partido que más ha sufrido la inequidad en la campaña; por eso el debate fue un momento de respiro. Nos permitió vernos de igual a igual, hasta con el banquito —se permitió una broma hacia sí mismo—, y esas oportunidades son muy valiosas en campañas como ésta, que están hechas por los ricos y para los ricos.”
      
     Gilberto Rincón Gallardo, 61 años, padre de tres hijos y abuelo de siete nietos, comenzó su campaña el 23 de enero pasado en Ocosingo, el municipio de Chiapas en cuyo mercado se dio el más encarnizado de los enfrentamientos entre soldados federales y el Ejército Zapatista de Liberación Nacional, durante los primeros días de enero de 1994.
     Los Altos de Chiapas se han convertido en una de las regiones más complejas del país, una esquina del México bárbaro donde la convivencia cotidiana entre minorías ha terminado por estallar a partir de la diferencia: indios, blancos, mestizos, católicos, protestantes, homosexuales, mujeres, terratenientes y marginados comparten un espacio común marcado por el encono.
     “Es un honor para mí iniciar esta campaña en un estado co-mo Chiapas, que merece la atención del país por su tolerancia, por su esfuerzo, por su sabiduría, por su paciencia y por su condición de paz”, expresó en Ocosingo el candidato de Democracia Social. “Este es un estado subyugado por enormes desigualdades sociales y porque además carece de un estado de derecho. Esas dos banderas son eje de todas nuestras medidas y de nuestra conducta; por ello, quisimos lanzarlas como mensaje a la nación desde Chiapas.”
     La defensa de los derechos de las minorías es lo que ha marcado su discurso de campaña y será uno de los puntos que, a la postre, más votos le reditúe. Esa visión necesaria y contemporánea sobre un país que hace mucho —a saber si algún día lo fue— dejó de ser socialmente uniforme, no es un descubrimiento electoral para Rincón Gallardo.
     Desde pequeño ha visto el mundo desde la conciencia de quien se reconoce diferente y, por tanto, con el derecho a ser incluido y la obligación de ser incluyente. “Desde niño tuve una influencia muy fuerte de valores humanos que son insustituibles: el respeto y la preocupación por el otro, la idea de compromiso con la comunidad en la que uno vive, y eso se va traduciendo en el compromiso por la lucha social”, me dijo aquel viernes en su casa.
     —José Emilio Pacheco escribió que a los cuarenta años uno se convierte en todo aquello que detestaba cuando tenía veinte. ¿Le ha ocurrido eso?
     —No. Creo que esa expresión poética de José Emilio no tiene que ver con una vocación política, sino con una madurez en la que la reflexión requiere de la autocrítica, y eso pasa en política, pero con otro sentido.
     “Yo no tengo por qué arrepentirme de un pasado muy prolongado en la izquierda dogmática, estatista, porque era la izquierda de entonces”, continuó Rincón. “Pero sí estoy obligado a echar una mirada retrospectiva y ver todo lo que se ha caído para poder darle continuidad a una trayectoria y a una vida que hoy se puede reflejar en lo nuevo”.
     En medio de una campaña electoral donde reina la evasión de las definiciones ideológicas por temor a ahuyentar a los posibles votantes, resulta refrescante escuchar a Rincón Gallardo definirse abiertamente de izquierda en todo momento y frente a cualquier público, lo mismo ante empresarios de la Coparmex que ante campesinos de la Huasteca potosina.
     Una izquierda nueva para el siglo XXI es, como la define, cercana a los socialdemócratas europeos e inspirada en muchos de los planteamientos de Amartya Sen y John Rawls, a quien Rincón Gallardo admira fervientemente y de quien se expresa con emoción: “Si tuviera que elegir entre los autores que me hubiera gustado ser, me quedaría definitivamente con Rawls. Su visión va al encuentro de rutas claras con un viejo anhelo de la humanidad, porque el socialismo estatista ahoga las libertades individuales en aras de la justicia social, y el concepto de hacer el Estado a un lado y poner el mercado a todo vapor en aras de las libertades individuales hace pedazos los equilibrios sociales y la justicia social”.
     Liberal norteamericano que ha pasado lo mismo por el Instituto de Tecnología de Massachussetts que por la Universidad de Harvard, Rawls es autor de dos libros clave para entender la teoría política del siglo XX: A Theory of Justice y Political Liberalism. En el primero de ellos, publicado en 1971, Rawls establece dos principios básicos de justicia que, en la práctica, garantizarían la existencia de una sociedad justa y moralmente aceptable: el primero debe garantizar el derecho de cada persona a tener la mayor cantidad de libertades individuales posible, acorde con las libertades de los demás, y el segundo establece que las medidas sociales y económicas deben estar al alcance de todos, en busca del mejoramiento de la sociedad en su conjunto.
      
     En algunos aspectos, Rincón Gallardo está cerca del desaparecido Heberto Castillo. Además de algunos años de prisión en Lecumberri por la defensa del movimiento estudiantil de 1968, ambas trayectorias comparten una imagen de congruencia entre el pensamiento y la conducta.
     El 22 de septiembre de 1997, Rincón Gallardo hizo llegar a Andrés Manuel López Obrador una carta en la que exponía las razones por las cuales había decidido presentar su renuncia al PRD.
     Habían pasado poco más de dos meses desde que Cuauhtémoc Cárdenas se había alzado con el triunfo en la contienda electoral por la jefatura de gobierno del Distrito Federal. Con López Obrador a la cabeza, el partido del sol azteca atravesaba por uno de sus momentos de gloria. El mejor de los que tenga recuerdo, hasta la fecha. Así parecía desde el exterior.
     En su carta, Rincón Gallardo acusó la pérdida de sentido de corresponsabilidad y tolerancia con el disidente al interior del PRD. En política, señaló, se debe buscar la racionalidad del argumento y rechazar la exclusión. “Esa es la visión que guió mi desempeño como secretario general del PMS —Partido Mexicano Socialista— y también fue la visión que me impulsó a encabezar la propuesta de unidad que dio origen al PRD”, escribió y, más adelante, agregó: “Ya no encuentro reflejada esa visión en el PRD. Los éxitos recientes del partido no pueden llevarme a desconocer que la acumulación de divergencias acaba por no hacer compatible el espacio de pertenencia”.
     Desde el momento de redactar dicha carta, Rincón Gallardo sabía el tipo de oferta política que delinearía en el futuro, por lo que en sus líneas dejó abierta la posibilidad de formar un nuevo partido de izquierda. “Buscaré una opción colectiva en correspondencia con lo que pienso y quiero para México”. Y con el hilo conductor de su historia, hilvanó: “Salgo del PRD porque después de cuarenta años de vida política he aprendido que vivir es pertenecer congruentemente”.
      Durante los actos de campaña de Rincón Gallardo a los que asistí, pude escuchar repetidamente algunas de sus propuestas en materia económica o en política social, y nunca variaban dependiendo del auditorio que estuviera escuchando. Su postura sobre la revitalización de Pemex —seguir un modelo de participación mixta, a la usanza de Petrobras— o la urgencia de una reforma fiscal a fondo han estado tan presentes en sus discursos como su propuesta de remunicipalización de Chiapas o la dotación de autonomía a la Contraloría General de la República.
      
     Algo pasa con Gilberto Rincón Gallardo cuando se enfrenta a un público inicialmente adverso. Las respuestas a los cuestionamientos más críticos —la viabilidad de un proyecto de izquierda es una constante— que le hacen y la claridad con la que expone sus propuestas, terminan por derrumbar la reticencia del público. Eso pasó durante sus visitas al Instituto Tecnológico Autónomo de México (ITAM), un centro universitario donde la impartición de cátedra por parte de encargados de la política económica nacional ha sido una práctica común.
     En su primer encuentro con los alumnos, el 5 de abril, hubo que retrasar casi treinta minutos el inicio del encuentro, a la espera de mayor quórum. Al final del acto, el auditorio estaba al 75% de su capacidad y la audiencia, que se había mostrado abúlica al comenzar su ponencia, aplaudió efusivamente a Rincón Gallardo. En su segunda visita al ITAM, pocos días después del debate, el candidato del PDS abarrotó ese mismo auditorio, y en el sondeo que se hizo una semana después, logró el tercer puesto, con el 10% de los votos.
     Los jóvenes ocupan gran parte de la fuerza de Democracia Social, un partido cuyo símbolo es la rosa socialista protegida por una mano morena, que comenzó a gestarse en 1996 y que obtuvo su registro ante el IFE el año pasado. La comitiva que acompaña a Rincón Gallardo en su campaña es eminentemente juvenil y la mayoría de ellos nunca había militado anteriormente en partido político alguno. Cuando pregunté a Guido por qué había decidido integrarse al PDS, su respuesta fue muy clara: “Terminé Ciencias Políticas en la UNAM y no sabía qué hacer, estaba cansado de apoyar una opción de izquierda cuyo comportamiento es difícil de defender. Entonces un amigo me contó que estaba en un nuevo partido; cuando vi lo que era, no lo dudé y decidí apostar”. Rincón Gallardo tiene muy claro que sus votantes potenciales se encuentran en las clases medias, desde educación media y hacia arriba, principalmente entre la población joven. Hasta abril, había visitado 31 universidades.
     La contraparte de la visión fresca y propositiva de Democracia Social radica también en su breve edad como partido y  en su tamaño. Colocado por la opinión pública en una sola categoría junto al PARM y al PCD, las especulaciones sobre el capital político que Democracia Social desearía obtener mediante una declinación a favor de alguno de los candidatos grandes, o su eventual papel como comparsa de otros intereses, está siempre en el aire.
     Al respecto, Rincón Gallardo ha sido contundente. Desde el inicio de su campaña rechazó toda especulación sobre el apoyo gubernamental con que puede contar su partido —la cercanía inicial de Jorge Alcocer al proyecto del PDS ha desatado muchos rumores— y, el viernes que conversamos en su casa, no dudó: “La declinación en el caso de Democracia Social es impensable, no está en el orden del día de ninguna de nuestras reuniones. Eso es seguro”.
     Por otro lado, está la participación de figuras no tan jóvenes en el PDS, que no forman parte de la comitiva que acompaña al candidato en su gira, pero que aparecen en el directorio del partido, y de cuyos nombres podrían inferirse afinidades políticas: Rolando Cordera Campos, Adolfo Sánchez Rebolledo, Ricardo Raphael o Jorge Javier Romero.
     Las dudas sobre la dirección de la campaña de Rincón Gallardo no podrán disiparse más que con el tiempo. Por su parte, el candidato imagina el futuro siguiente al 2 de julio “en la normalidad del partido, habiendo cubierto un trecho con éxito y pasando una nueva etapa ya para ocupar un lugar sin retrocesos en el sistema político, una posición de consolidación en donde juguemos el papel de esa minoría que adquiere enormes potencialidades”.
     —¿Tiene algún temor? —le pregunté a Rincón Gallardo casi al final de la entrevista. Anteriormente me había confesado que jamás imaginó, durante la etapa de desarrollo del proyecto de PDS, ser candidato a la Presidencia.
     Hubiera preferido llegar al Congreso, pero tuvo que asumir la posición que mejor garantizara la llegada a buen puerto de éste, el que Rincón Gallardo siempre define como un proyecto colectivo.
     —Sí, tengo el temor de una frustración o de una desviación muy seria de muchos años de luchas que se han dado en la sociedad, y no me refiero de ninguna manera a algo personal, sino que he visto movimientos campesinos, obreros, de la sociedad civil que van gestando un cambio cada vez más importante.
     “Mi gran temor —concluyó— es que todo esto termine en la expresión de un nuevo caudillismo en medio de una convicción mediocre de que se ha logrado un cambio.” –

 

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