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Balsa a la deriva con 27 marroquíes, a unas cuantas millas de la costa española, 1997.

Mexicanos en la línea fronteriza, Tijuana, 1997
Ningún drama ocurre sin testigos; incluso en altamar alguien contempla los desastres: cuando el barco ballenero naufraga, Ismael se aferra a un trozo de madera y sobrevive para contar el espumoso combate con Moby Dick.
     El testigo de cargo casi siempre está ahí forzado por las circunstancias, con un sincero deseo de irse a otro lado, de abandonar esa intemperie donde la sopa es una taza de zinc en la que cae la lluvia. El lugar de la tragedia suele tener pésimo clima. Después de los hechos, en el humo que empeora más la atmósfera, se descubre que alguien tuvo el heroísmo de no cerrar los ojos. El sobreviviente se convierte en vigía; lleva dentro lo que atestiguó.

Refugiados kosovares en Albania, 1995.

     Sebastião Salgado pertenece a la escuela de la última mirada: ve por excepción.

Sin embargo, no busca frentes de guerra ni explosiones tremendistas; persigue algo más sencillo y dramático: la aventura de la necesidad. En la más célebre de sus series fotográficas, El trabajo del hombre, registra oficios duros donde la mano aún sirve de instrumento primordial. La tecnología es precaria, casi adversa, en esos escenarios del esfuerzo. Acaso sus personajes pertenezcan a la última generación que enfrenta la naturaleza a puñetazos y acepta la posibilidad de perder sin remisión ni venganza. Salir de pesca, reparar un pozo petrolero, hacer cubiertos con el casco de un navío, buscar pepitas de oro en las cavernas son para los protagonistas de Salgado formas normales de vivir de milagro. En "El narrador", Walter Benjamin comenta que, a medida que hace compartibles sus productos, sus modas, sus valores, la sociedad industrial normaliza el sentido de la experiencia y transforma en rutina lo que antes implicaba una esquiva peripecia.

Obtener comida o trabajo se vuelven trámites de supermercado o sindicato. Las posibilidades de narrar disminuyen cuando lo diario no depende de olfatear el viento cargado de olor a venado, del duelo fatal o del trance religioso, sino de cumplir con un horario. Salgado ha vuelto la mirada a las orillas del progreso, zonas de alta narratividad donde amanece sin desenlace previsible. Su área de competencia es la parte iluminada de la Tierra, el día que reclama un arriesgado afán.


Campo de refugiados en Batnoga, territorio croata ocupado por los serbios, 1994.
     Si en El trabajo del hombre se ocupó de las cosas imprescindibles que las manos hacen por desesperación, en su nueva serie, Migraciones, Salgado se concentra en los trabajos forzados de los pies. Para el escritor sudafricano Breyten Breytenbach las experiencias culturales más significativas de la era son la bastardía y el nomadismo: la forma en que se mezclan y trasladan las historias.

Para el autor de Las confesiones auténticas de un terrorista albino, la refutación de las fronteras representa un acto de resistencia, una necesidad convertida en programa.


Refugiados ruandeses recolectando agua en Benako, Tanzania, 1994.
     Los nómadas de Salgado están lejos de este ideal; no pueden decir, como Stevenson: "viajo para ir". Su errancia es el bautizo de fuego para la subsistencia. Algunos deambulan por África durante seis años tratando de llegar a Europa y confiesan sin dramatismo que volverían a repetir la travesía si fuera necesario. Quizá algún día pasen a formar parte de los nómadas voluntarios, asumidos, que preconiza Breytenbach. Por ahora, son pies que escapan de sí mismos.

A propósito de este tema, Ryszard Kapuscinski le comentó a Ricardo Cayuela en Letras Libres: "La emigración es la combinación de la esperanza humana y el movimiento. La esperanza se realiza a través de la noción del movimiento… El Tercer Mundo, de manera subconsciente, cambió de estrategia: en lugar de confrontar, infiltrar".


Campo con más de 350,000 refugiados en Benako, Tanzania, 1994.
     Los hombres sin papeles que se adentran en Europa y Estados Unidos ponen en escena una paradoja: son necesarios pero pueden no serlo; deben llegar sin derechos para quedarse. Como en un extraño videojuego, el azar y las destrezas personales deciden el asunto: la patrulla fronteriza tiene una oportunidad de captura; si falla, el oponente permanece en el reino. Europa y Estados Unidos han elegido la migración accidental, la lógica del videojuego. El temerario cruce de fronteras cobra vidas y la población que escapa al control estimula la xenofobia.

Comienza el siglo de los infiltrados, los habitantes de sombra que, al modo de los cocineros chinos, morirán sin acta de defunción ni pruebas de haber llegado.


Campesinos llegando en camión a la ciudad de Hoo Chi Minh (antes Saigón), de la región central de Da Nang, en búsqueda de trabajo, Vietnam, 1995.
     Un fotógrafo puede amar los objetos de cerca o de lejos, componer la realidad o desordenarla, privilegiar las tinieblas o las claridades. Cuando se trata de un maestro, sus instantáneas trazan una gramática, un estilo de conjugar la luz. Atget y Álvarez Bravo revelan la perturbadora intimidad de los enseres comunes; Nadar y Avedon, los mensajes que la vida deja en los rostros; Adams y Weston, las posibilidades de dibujo de los árboles y los caracoles. Salgado pertenece al modo épico de la mirada. Sus piezas son acciones detenidas; una tensa dinámica explica a los protagonistas, no con la urgencia del fotorreportero que caza una noticia, sino con la suspendida eternidad del poeta que hace del olvido una noticia.

Ninguno de sus personajes lo era antes de ser fotografiado; Salgado no se limita a documentar: estamos ante un caso de realidad acrecentada, donde lo ya sabido encarna en situaciones únicas… Un joven mira por una rendija de la barda que separa México de Estados Unidos, hecha con desperdicios de la "Tormenta del desierto"; esa falsa cerradura mide el tamaño de la esperanza. La barda cumple un propósito simbólico más que utilitario: es fácil de escalar pero tan horrenda que anuncia las penurias que se padecerán al otro lado… Una lancha salvavidas invierte sus funciones y cumple la misión suicida de llevar a 27 marroquíes… Un alambre de púas, intrincado, confuso, semejante a las órbitas de los planetas en la astronomía medieval, indica que de ese lado están los serbios… Un campo de 350,000 refugiados en Tanzania parece darle la razón a Kapuscinski: "la principal actividad de África es la espera"…

Un camión vietnamita transporta un mueble con un corazón que sobrevivió al napalm, azaroso emblema de que todo lo que dura es sentimental.


Construcción de torres para oficinas y vivienda en el distrito comercial y financiero de Jakarta, Indonesia, 1996.
     En uno de sus pasajes más sugerentes, Bruce Chatwin refiere la historia de un blanco en África, sorprendido de que los cargadores de su expedición se detuvieran sin motivo aparente. "¿Qué sucede?", preguntó. "Están esperando que sus espíritus los alcancen", respondió el guía. En las migraciones, la caravana no se detiene a descansar. Desplazados: gente sin nombre, geografía, rostro definido. ¿Es posible construir un espacio para las identidades, las memorias, la vida que quedó atrás? ¿Hay modo de recuperar el flujo que al caminar pierde sus huellas? Las fotografías de Sebastião Salgado son la escala maestra donde los fugitivos se detienen. Abran los ojos: ya llegan sus espíritus. ~

 

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