El vaso roto

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Decir que alguna vez contuvo margaritas y campánulas
      Es ignorar, si no otra cosa,
     Su indeleble resplandor que, estrellado contra el piso,
     Yace en añicos, como si acogiera la luz,
     De verdes hojas orladas, su resplandor siempre deshecho,
     Su vidriada integridad esparcida en todas partes;
      Espectros, liberados hablarán
     De un florecer más frío donde roto quedó el frío cristal.

Astillas se desplomaron de la plenitud al caos
      Aun así retiene cada arista
     La nota opalina de la imperfección
     Cuyos rayos, aunque en desorden, emitirán
     Más de una red de ángulos de luz
     Cuando al anochecer apunten hacia intactas direcciones
      Y tracen en la estancia
     Las posibilidades del fuego y su aceptación.

Las generosas curvas de vidriado artificio
      Dan fe de su pureza
     En unidades lúcidas. Libre de éstas,
     Como el amor triunfa sobre la irrelevancia
     Y construye armonía en disonancias
     Y de algún modo vive entre nosotros roto, como si
      El tiempo fuera un vaso roto
     Y nuestra última alegría asumir que no se puede remediar.

Las astillas, iridiscente ruina en el suelo,
      Cortan estructuras en el aire,
     Delimitan, ojos o brújulas, un rostro
     De matemática fijeza, reflector
     Bajo cuyos límites podemos acomodar
     Todas las soledades del amor, espacio para el rostro del amor,
      Los proyectos del amor verdes de hojas,
     Los monumentos del amor como lápidas en nuestras vidas. –

— Este poema forma parte del libro La escuela de Wallace Stevens: Una

antología de la poesía estadounidense contemporánea, con textos introductorios de Harold Bloom,


 

y la selección y traducción de los poemas por Jeannette L. Clariond, que aparecerá próximamente en Editorial Pre-textos.

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