El secuestro del Islam

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El Islam, una religión de más de mil millones de fieles, ha sido secuestrado. Con la confirmación de las sospechas de la primera semana, los atentados suicidas contra el World Trade Center y el Pentágono son el coronamiento de casi veinte años de terrorismo perpetrado en nombre del Islam. A medida que se han ido acumulando los estratos
violentos, el Islam mismo ha terminado por estar relacionado, en la opinión mayoritaria de Occidente, con el terrorismo. Es un viraje trágico, del cual es en alguna medida responsable la amplia mayoría de musulmanes moderados.
     El Islam no es más propenso al terrorismo que cualquiera otra fe monoteísta. Como sus hermanos, el cristianismo y el judaísmo, puede ser compasivo y severo en la práctica; como aquéllas, también profesa el amor a Dios y a la humanidad de todos los hombres, sean o no sean creyentes. El Islam ha servido antaño de base para órdenes florecientes, tolerantes y pacíficas.
     Pero los sociólogos sostendrán que la religión, siempre, se convierte en lo que deciden sus fieles. Si este es el caso, entonces el islamismo, tal como lo entienden ya demasiados musulmanes, está en peligro de convertirse en un manifiesto que propugna el terror. La razón: ya demasiados musulmanes han permanecido en silencio.
     La frase "terrorismo islámico" se incorporó por primera vez al vocabulario una mañana de 1983 en Beirut, donde dos atentados suicidas destruyeron las barracas de los cuerpos de paz franceses y estadounidenses. El recuento norteamericano fue de 241 muertos; los chiítas que lo planificaron, inspirados por el Ayatola Jomeini, se atribuyeron la responsabilidad en nombre de la yihad islámica. Durante décadas los pensadores modernizadores islámicos se habían esforzado en desmilitarizar el concepto de yihad —la lucha librada "en el sendero de Dios". Los revolucionarios seculares habían arrumbado el término, empleando en cambio los términos de "resistencia" y "liberación". Sin embargo, fue una acción de la yihad lo que causó la retirada estadounidense del Líbano, y el efecto fue electrizante. Había comenzado una nueva etapa en la que los extremistas musulmanes interpretaron su fe como una patente para asesinar a los forasteros, "enemigos de Dios". Los clérigos islamistas radicales escudriñaron los textos sagrados del Islam en busca de justificaciones para la violencia, y las encontraron. En los años siguientes, los clérigos y los terroristas ampliaron su patente. Al comienzo, se limitaba a "los intrusos" en las tierras musulmanas: fuerzas extranjeras, embajadas y ciudadanos. Más tarde se extendió a fin de incluir instalaciones "enemigas" en terceros países y, finalmente, a los ciudadanos en las "tierras de los infieles". No había límite moral que detuviera la escalada.
     A la par, las operaciones suicidas se hicieron rutinarias. El suicidio está prohibido por la fe islámica. Antes, en 1983, sólo un puñado de clérigos radicales estaba dispuesto a clasificar las acciones al estilo kamikaze como "martirio", lo que aseguraba la inmediata entrada al Paraíso. A las primeras operaciones se sucedió un intenso debate sobre la ley religiosa, en el cual algunos clérigos estuvieron a favor y muchos en contra.
     Pero a medida que transcurrieron los años, los "mártires" se convirtieron en héroes populares y menguó la firmeza de los críticos. Cuando, el pasado abril, el supremo muftí de Arabia Saudita insinuó que tales acciones no eran sino suicidios, el rector de la universidad egipcia de Azhar, supuesto bastión moderado, se arredró (sostuvo que se podían permitir, aunque no contra la gente común). En algunos sectores, el "mártir" es tenido por el más noble de los fieles; de acuerdo con un respetado clérigo sunita, "estas operaciones son la manifestación suprema de la yihad".
     Dadas las circunstancias, es posible reclutar ya no un "mártir" sino a decenas. Y por primera vez los que planifican el terrorismo pueden concebir lo que parecía inimaginable: muchas operaciones suicidas simultáneas, llevadas a cabo por equipos de "mártires".
     Es una paradoja que, hasta hace unos años, el propio Medio Oriente sea menos vulnerable a la violencia extrema. Los regímenes de casi todos los países —cabe destacar a Egipto, Argelia y Arabia Saudita— han eliminado a sus opositores musulmanes. Pero han abierto una "válvula de seguridad" —no contra ellos mismos, sino contra los Estados Unidos. En consecuencia, la región está rebosante de instigaciones.
     Esto se ha visto acompañado de una timidez moral entre los musulmanes moderados. Han condenado y desconocido las atrocidades en Nueva York y Washington, y no hay motivo para dudar de su sinceridad. Pero ellos mismos han guardado silencio ante hechos semejantes perpetrados en menor escala en otros lugares. Cada pequeña atrocidad socavaba las mismas inhibiciones religiosas que habrían evitado el asesinato en masa de hace unas semanas. Y en el mundo globalizado, si se traspasan los límites en el Medio Oriente se traspasan por doquier.
     En años recientes, en Occidente algunos analistas del Islam han asegurado que se aprecia una paulatina evolución hacia una reforma ilustrada. Lo sucedido hace unas semanas fue lo contrario: el descenso hacia una guerra santa medieval. Para detener la regresión, la mayoría moderada tendrá que oponerse a la movilización de la religión islámica con fines bélicos. Los individuos pueden encontrar amparo en su fe en épocas de adversidad. Se puede invocar la religión ante la pérdida. Pero es imposible desplegar la religión para justificar el asesinato y la inmolación sin socavar los fundamentos mismos de la religión.
     En los compungidos rostros de los musulmanes respetables se advierte algo más que pesar por el duelo en los Estados Unidos. Se advierte la conciencia creciente de que los individuos que derribaron las Torres Gemelas han puesto en peligro al Islam. Sólo los musulmanes pueden redimirlo. –— Traducción de Aurelio Major
© Martin Kramer, 2001.

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