El Peje al desnudo

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Andrés Manuel López Obrador ha hecho de la "austeridad republicana" el eje rector de su forma personal de gobernar. Se desplaza en Tsuru, con los dientes muy apretados, a tempranísima hora de la mañana, desde su modesto departamento en el DF (la casa está en algún lugar del edén), a sus oficinas en el Zócalo. Antes de entrar en tema, le sugiero, modestamente, que un día a la semana, por ejemplo el viernes, vaya a trabajar en un horario común y corriente, por ejemplo a las 8 a.m., y descubrirá en mitad del tráfico y del caos posapocalíptico, de Copilco al Centro Histórico, más sobre la ciudad que gobierna que en todos los meses anteriores. Como diría el gran Lope de Vega en otro contexto, y que me perdone Tomás Burguillos, "Tanto mañanar, don Andrés, y nunca mañanamos". Todo esto, sin embargo, movería a simple cábula chilanga, cantinera y lépera si no fuera, además de todo, como demostró el mes pasado el incidente vial de su hijo, una gran mentira.
     Recordemos la historia. El primogénito de la familia López chocó una camioneta Grand Cherokee (¿será más cara que un Tsuru?) del gobierno del Distrito Federal contra una patrulla de seguridad y salió sin cargos, sin pisar un Ministerio Público y sin que se le practicara examen alguno. Esto ocurrió, clara y sucintamente, por ser el accidentado hijo de quien es. A eso, en la Ciudad de México, se le llama "tener palancas". Lo que vino después, las aclaraciones y desmentidos, es simple palabrería.
     Desde luego que con un ciudad en la ruina creciente, con menos inversión cada año, con problemas básicos sin resolver, como la delincuencia, y otros que se agravan a pasos agigantados, como el del comercio informal, el transporte público, la recolección de la basura y la espada de Damocles del suministro de agua, la travesura del vástago de los López es un incidente menor. Sin embargo, es significativo: incluso lo encomiable es un disfraz.
     E insisto, la Ciudad de México no es Macuspana y requiere de un gran proyecto de transformación que entusiasme a todos sus habitantes, algo que nos convoque a cambiar el paradigma de convivencia —por ejemplo, retomar como prioridad el sueño realizable de volver a la ciudad lacustre, inundando el vaso de Texcoco y salvando los lagos de Xochimilco y Tláhuac— en vez de planear el 2006 con los vales de pobreza que se dan con nuestros impuestos a ciertos grupos afines  y con la movilización permanente y demagógica de esas entelequias vacías que son los consejos vecinales. –

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(ciudad de México, 1969) ensayista.


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