La historia, dijo Cicerón, es maestra de la vida. Y el presente se ofrece atribulado, turbio, sin proyección. Por ello, con motivo del ingreso de Enrique Krauze a El Colegio Nacional, hemos decidido, en busca de enseñanzas, dedicar el número de mayo a algunos aspectos centrales de la historia de México.
En el primer ensayo, Krauze rescata a un personaje olvidado y anatemizado, José Fernando Ramírez, historiador, editor y político mexicano del siglo XIX. En una época turbulenta y feroz del México independiente, de discordia civil y desorganización política, con grandes conflictos dentro del Congreso y entre el Congreso y el Poder Ejecutivo —y del país con grandes potencias extranjeras—, este hombre sabio estudió y editó adecuadamente la obra de los cronistas de Indias y los primeros misioneros, rescató documentos coloniales y códices prehispánicos —y se dio tiempo de participar activamente en la política y en la vida cultural de su país. Sin esa callada y eficaz labor, el acervo documental mexicano sería más limitado y las fuentes para entender el pasado, más escasas. Liberal de credo católico, Ramírez supo ver la necesidad de las leyes de Reforma y de la separación entre la Iglesia y el Estado, anteponiendo el interés colectivo a sus creencias personales. Odiado por los radicales de ambos bandos y muerto en el exilio, de su talante conciliador y mesurado Krauze extrae lecciones necesarias para superar la endémica fragilidad democrática mexicana.
David Brading, por su lado, se adentra en la monumental biografía que Christopher Domínguez Michael ha escrito sobre Fray Servando Teresa de Mier, el “primer historiador de la Insurgencia”. Los ya esenciales libros del dominico, afirma Brading, compiten en interés con la peripatética y picaresca vida del propio monje, quien sufrió en persona el conflicto de su época entre la herencia barroca y las tendencias modernas.
El tercer ensayo corresponde a Josefina Zoraida Vázquez, quien ha leído con cuidado una novela de Francisco Martín Moreno convertida en éxito de ventas, México mutilado, sobre la pérdida de territorio mexicano bajo el mando de Santa Anna. ¿Qué tan nítida es la frontera entre la ficción y la realidad histórica? ¿Y qué tanto se puede desvirtuar a la propia historia, sin falsificarla, para alimentar el cuerpo de la ficción?
David Erlij contribuye con un paseo por lo que fueron las primeras agrupaciones feministas en México que, aunque titubeantes o no del todo conscientes de su importante papel, desembocarían en el derecho al sufragio femenino.
Es importante poner de relieve la importancia del término “convivio”. Contra el resuelto maniqueísmo de nuestros días, el diálogo y el debate inteligente, además de la convivencia de visiones diversas de la historia, son el camino natural, el más aconsejable para aspirar a una democracia de verdad. –
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