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Una revista literaria es una forma singular de escritura colectiva. Se redacta al interior de cada número y, al mismo tiempo, en diálogo con el número anterior y con el que habrá de venir. Con voraz dialéctica, las revistas además eslabonan otras revistas, afines o adversas, y los libros y desde luego a las generaciones de escritores. No hay entre nosotros hispanoamericanos una estafeta generacional de valía que no suponga una revista. Por lo mismo, la más verdadera y reconcentrada historia de la literatura moderna en español está en esos híbridos, brújula y escollo a la vez, hilo y laberinto, pitonisa y enterrador. Las revistas le otorgan esqueleto a la continuidad y razones a las rupturas; pontífices, hacen puentes de papel; obligan a la curiosidad y al diálogo, civilizan la inteligencia, orillan a asumir responsabilidades críticas y morales, su urgencia secuencial vacuna contra la indolencia y la soberbia. Las revistas contienen el flujo del día fugaz (hemeros) y a la vez lo fijan, cada hoja de una buena revista es hoja de calendario. Son la línea en que se unen el augurio y la recapacitación, el escaparate y la sala de juicio, la tribuna del debate y la oficina de actas. Son el termómetro más objetivo y confiable de la salud de una cultura. La hemeroteca en lengua española constituye una tradición literaria de la que podemos jactarnos sin excesivos titubeos.

Esa tradición está profundamente marcada, en el siglo XX mexicano, por Octavio Paz. Imposible explicar su idea de revista mejor que él mismo. En su juventud, esa idea más o menos precisa fue puesta en práctica en un ejercicio editorial que se inició en 1931 con Barandal y continuó hasta 1943 con El Hijo Pródigo (1943-1946). Cuando fundó Vuelta en 1976, luego de haber vivido el avasallamiento de Plural (1971-1976) a manos de un presidente histérico –y de la resultante conciencia de la precariedad de una revista crítica en México–, celebró cada aniversario de Vuelta con algunos escritos en los que, entre otros asuntos, explicó su quehacer de editor. Los veremos adelante. Hay en ellos una constancia en su idea de revista, tarea que ejerció prácticamente a la par de su vida de poeta.

 

Conciencia, confluencia, independencia

No podría ser de otro modo, pues la formación literaria de Paz se inició y se atizó en ese prodigioso revistero que fue la década de los treintas. Una edad de oro hemerográfica en la que imaginación e innovación se daban la mano con un sabroso desparpajo y un formidable empuje que, lejos de acompañar a la modernidad, la fundaba. En la preparatoria leyó a las mexicanas Ulises (1928) y Contemporáneos (1928-1932) y a las españolas Cruz y Raya (1933) y Revista de Occidente (1923). Y gastadas por el paso de mano en mano, tuvo entre las suyas otras revistas míticas como Sur (1931), Caballo verde para la poesía (1933) o Los cuatro vientos (1933). El haberse criado en esa tradición tuvo que predisponerlo a una vocación de editar revistas que guardaría toda su vida. Sabía que “la historia de la literatura moderna, en Europa y en América, se confunde muchas veces con las de las revistas literarias”.1 Esta voluntad se resume en el tipo de literatura para el que se necesitan las revistas, la literatura capaz de “invención verbal y reflexión sobre esa invención, creación de otros mundos y crítica de este mundo”, como abrevia en el primer número de Vuelta (noviembre de 1976).

Heredero de esa tradición, Paz cumplió desde los diecisiete años de edad con el rito de pasaje que exigía trasladar la iniciación a la imprenta generacional: “Siempre que un grupo de jóvenes escritores se juntan, quieren modificar al mundo, quieren llegar al cielo, quieren defender el infierno, y lo único que se les ocurre es fundar una revista”.2 Ya he contado con detalle la historia de esas primeras publicaciones en mi Poeta con paisaje, ensayos sobre la vida de Octavio Paz (ERA, 2004). Son las adolescentes Barandal (1-7, agosto de 1931 a marzo de 1932) y Cuadernos del Valle de México (1-2, septiembre de1933 y enero de 1934), sonrientes y solemnes catálogos de balbuceos poéticos e indigestas lecturas teóricas, y la juvenil Taller (1-12, diciembre de 1938 a febrero de 1941), en la que, por primera vez, explica el propósito que lo lleva a editar. Un propósito, hay que decirlo, con esa inmodesta pompa de los jóvenes: nuestra revista –escribe– no quiere “ser el sitio donde se asfixia una generación, sino el lugar en donde se construye el mexicano y se le rescata de la injusticia, de la incultura, la frivolidad y la muerte”.3 El paso de las revistas como muestrario de apetitos juveniles a zona de reflexión y trinchera combativa se acelera con el ingreso a la madurez. Con la llegada de los republicanos españoles –sobre todo el grupo que había hecho Hora de España (1937) durante la Guerra Civil– y su inmediata incorporación al consejo de redacción de Taller, Paz exhibe una convicción en el editorial del primer número que, con diversas modalidades, arraiga para siempre: una revista es la creación de una zona de confluencias.

La experiencia de Taller posee otro ingrediente de relieve: Paz ha optado por asumir la defensa de la libertad de la imaginación frente a los poderes y presiones de la ideología. Es también la primera vez que, en consecuencia, se enfrenta a la censura ideológica: Taller es juzgada por la mezcla de estalinismo y nacionalismo que en esos años atiza a la buena conciencia “cultural” que propicia el gobierno del general Lázaro Cárdenas. Taller tendía a un lenguaje excesivamente vago, entintado de lo que a sus detractores les parecía un humanismo de impreciso perfil pequeñoburgués, desdeñoso del rigor ortodoxo (por ejemplo: el deseo de “llevar a sus últimas consecuencias la revolución, dotándola de un esqueleto de coherencia lírica, humana y metafísica”). Y cosas aún peores: en el número tres de la revista, Paz reivindica la obligación que tiene el escritor de preservar la “antigua y entrañable fidelidad del poeta consigo mismo”.4 Los ideólogos decretarán entonces desde su revista Ruta (1933-1939) que en Taller hay “desviaciones” intolerables.

Le da por el humanismo, ignora el momento de emergencia, se desvía de las responsabilidades de la “historia” y, en resumen, cojea de trotskismo. “Su ejemplo [el de Taller] puede ser funesto. Su pesimismo, peligroso”, advierte un comisario anónimo en octubre de 1938. Tres meses más tarde, por boca del enjundioso fiscal Ermilo Abreu Gómez, Ruta engorda la lista de acusaciones:

 

Taller es un problema. Taller tiene obligación de definir su rumbo; tiene que fijar su orientación literaria, su posición política. No basta la calidad literaria. Eso estuvo bien ayer. Hoy se exige otra cosa: un sentimiento de responsabilidad social, revolucionaria, en literatura. Taller tiene que completar la obra ideológica de la revolución…

 

Paz y sus amigos, que se defienden únicamente con la lealtad a sus posiciones humanistas, terminan por enviar sumariamente al demonio a los comisarios. Habían optado por la independencia, valor que Paz sacraliza desde entonces. Si bien la revista no entra abiertamente a un debate, ofrece su respuesta en ensayos y poemas de sus coeditores y aliados José Revueltas y los españoles Juan Gil Albert, Antonio Sánchez Barbudo, Serrano Plaja, León Felipe, María Zambrano, Rafael Dieste. La disputa ocurre en el momento crucial en el que Paz y sus amigos toman la decisión, ante ese debate que tensa todos los debates del periodo. Es una decisión que coincide con la experiencia que Paz había tenido en España y, sobre todo, con una evolución interior que lo conduce hacia la convicción de que la literatura se debe a la individualidad, a la preeminencia de lo humano sobre la religiosidad secular de las ideologías; más a Baudelaire y a San Juan de la Cruz que a Gorki o a Sartre. Entre la batahola del momento, agotados por el saldo de la década roja y sus eternas disputas sobre la función social de la literatura, sobre el realismo socialista, el “compromiso con el pueblo”, las causas e ideologías, bebida hasta las heces la copa amarga de la Guerra Civil, incipientemente incómodos con la subordinación a partidos y sectas, Paz y sus amigos se acercan a la convicción de que un escritor no aspira a ser un maestro de las masas, sino un “blasfemo aislado”, que no grita en la plaza pública, sino escribe en el silencio de su habitación, que no se empeña en educar al pueblo, ni a concientizarlo, sino a ser fiel a sí mismo, a tener el derecho a dudar y hasta a equivocarse, pero “desde su soledad, desde su cuarto”, hecho preferible a repetir “la verdad del partido o de la iglesia”.5

Durante un tiempo, Paz colabora eventualmente en otras revistas como Tierra Nueva (1940-1942), que editan Jorge González Durán, José Luis Martínez, Alí Chumacero y Leopoldo Zea, donde publica algunas entregas de sus “Vigilias”; y en Letras de México (1937-1947), la longeva revista de Octavio G. Barreda, donde, además del eventual poema, Paz rompe abiertamente lanzas con Pablo Neruda y reitera su preferencia por las dudas del solitario sobre la buena conciencia tumultuaria. En 1943 renace el activismo editorial con El Hijo Pródigo, proyecto que mucho debió al entusiasmo inicial de Paz. Le interesaba que ese Hijo Pródigo saliera correctamente al ámbito literario del país en ese preciso momento. Insiste en que la revista defienda, para mejor incidir en la realidad, la libertad de la imaginación frente a la chatura de la propaganda, y que preserve la experiencia literaria de las contaminaciones del “compromiso”;6 en que, a su idea de la revista como zona de confluencia y ejercicio de independencia, se agregue el deber de obrar como actividad de conciencia. Lo que en Taller había sido un incipiente interés por teñir la revista con “cierta orientación filosófica y política” (léase ideológica) tenía que acrecentarse en El Hijo Pródigo. En este sentido, Paz sigue los pasos de su mentor Jorge Cuesta y de su frustrada revista Examen (1932), la primera revista estrictamente contemporánea de México, que publicaba literatura, pero además realizaba análisis político y debatía esquemas culturales de actualidad. Como la de Cuesta, Taller y El Hijo Pródigo asumieron la responsabilidad de pertenecer a una tradición más amplia, y continuaron la cruzada de Alfonso Reyes y Cuesta contra toda forma de sentimentalismo (el nacionalismo incluido). Una historia curiosa: en el primer número de El Hijo Pródigo apareció un ensayo del pintor español Ramón Gaya, exiliado en México, sobre el grabador mexicano José Guadalupe Posada. La izquierda nacionalista y la internacional comunista (es decir, Diego Rivera y Pablo Neruda) vieron en el estudio de Gaya una alevosa agresión a la temblorosa alma mexicana. Neruda largó algunos insultos olímpicos y Rivera exigió que, sin mayor ciencia, se expulsara del país a Gaya. Viene a colación porque creo que Paz y sus amigos se habrían sentido secretamente satisfechos al recordar que, quince años atrás, había ocurrido lo mismo en otra revista antecesora de la suya, Contemporáneos (1928-1931), en cuyo primer número otro español, Gabriel García Maroto, también le había “faltado al respeto” a un artista mexicano, Diego Rivera, y también se había armado la de Dios es grande. No sin humor, los responsables del Hijo Pródigo organizaron también un banquete de desagravio para su colaborador… En suma, Taller y El Hijo Pródigo, como sus modelos franceses o españoles, respetaban la línea de los frentes populares y denunciaban el fascismo, pero también deslizaban indicios –la amistad de Paz con Victor Serge, Jean Malaquais y Julian Gorkin, que colaboran en El Hijo Pródigo, obviamente a invitación de Paz, no había sido en vano– de que el totalitarismo no era exclusivo del fascismo. ¿Habrá sido Paz quien redactó el editorial del número cinco?:

El totalitarismo no es el fruto de la maldad ingénita de este o aquel pueblo; allí donde el hombre es simplemente un medio, un instrumento o un objeto de especulación, allí germina el totalitarismo.

 

Mas a pesar de su entusiasmo, El Hijo Pródigo no era su revista, y su deseo de entender la revista como una práctica incómoda y a contracorriente no era del todo compartida por Barreda y Villaurrutia, que a fin de cuentas pertenecían a una generación previa.

La cuota de Paz para entregarse a empresas colectivas comenzaba a agotarse. Nunca había dudado a la hora de ejercer un esprit de corps en años en que toda iniciativa suponía una pequeña colectividad. Había participado con sus amigos en las revistas juveniles lo mismo que como militante político, en un ánimo sectario que, desde luego, se exaltó con la defensa de la República Española y que continuaría en los años subsecuentes, cuando se encarga de recibir, acompañar y ayudar en México a sus amigos de la revista Hora de España (1937-1938). Pero los trabajos en grupo, por más justa que fuera la causa y por sólida que fuera la camaradería, podían ser frustrantes. La amarga aventura de la empresa colectiva para realizar la antología Laurel (Ed. Séneca, México, 1941) lo había fastidiado y entristecido: luego de tanto trabajo y empeño, lejos de celebrar su confluencia, el susceptible parnaso hispanoamericano se había convertido en un corral de gallinas esponjadas, denuestos e insultos. Las enormes cantidades de entusiasmo y trabajo en esas iniciativas, ya enfrentadas a la voluntad de los otros –o a su carencia– no tardaban en mudarse en decepción. Había llegado el momento de experimentar una soledad que, a sus casi treinta años de edad, las causas le habían escamoteado. Se hallaba muy incómodo con la situación del país y escribía artículos tristes y enfadados sobre lo que consideraba “la mentira de México” (como tituló una serie de editoriales en la prensa), la manía de gesticular que manchaba también el quehacer literario, como lo sostiene su último ensayo aparecido en El Hijo Pródigo, “Poesía de soledad y poesía de comunión”, con su elocuente diatriba contra los usos y abusos de la poesía. Era necesario tomar distancia y a mediados de 1943, salió del país.

 

Vueltas plurales

Los años fuera de México llegaron a su fin luego de la renuncia de Paz a seguir representando al gobierno de Díaz Ordaz ante el gobierno de la India. El horror de 1968 lo anima a volver a México y luchar por “una moral cívica y espiritual”,7 propiciar la crítica y la autocrítica, combatir por la democracia y contra el totalitarismo y, en suma, colaborar a “poner al día al país”. Se impone crear una nueva revista y comienza a hablar del tema con viejos y nuevos amigos. Julio Scherer, director del diario Excélsior –el único que impide hablar de la prensa mexicana del periodo como una completa catástrofe moral– se interesa en un hebdomadario político, algo semejante a Le Nouvel Observateur, que se divida entre la información y las ideas. Paz no desea convertirse en periodista de tiempo completo (“le dije que no tenía ni humor, ni tiempo, ni talento para una idea así”), pero ofrece en cambio una publicación mensual de orden cultural. El primer número de Plural aparece en octubre de 1971 y el último, cincuenta y cuatro meses después cuando, con una sola maniobra, el presidente Luis Echeverría se deshace del Excélsior de Scherer y propicia su propio debut como tycoon del periodismo, zona empresarial naturalmente atractiva para un amante de la verdad. Paz condenó enérgicamente el golpe contra Excélsior y lo condenó en “La libertad como ficción”, artículo que circula en todo el mundo pero que, en México, salvo Diálogos (la revista de Ramón Xirau en El Colegio de México) y un par de little reviews, nadie osa publicar. La política como rectora de la ficción parecía condenarlo todo a la estupidez. Lo sucedido nos hacía asistir, escribe Paz, “no al triunfo de la ideología verde, roja o negra sino al triunfo del color gris, el color del conformismo y la pasividad. ¿Por cuánto tiempo?”

Plural habría logrado ser una revista que por fin reunía los tres valores, conciencia, confluencia, independencia, y había cumplido con creces sus objetivos: no sólo había publicado la mejor literatura en español de esos años férvidos, y en traducción la mejor del mundo (su catálogo de colaboradores es hoy un canon de clásicos), sino que había incitado el interés en posturas críticas e innovaciones intelectuales inéditas en México, como la antropología de Claude Lévi-Strauss o la lingüística de Roman Jakobson. Evadió las satisfacciones sentimentales del populismo y el populacherismo y, como sus antecesoras, recibió los consabidos ataques de “elitismo” (“los populistas tienen una idea más bien baja de la inteligencia y la sensibilidad de la gente”, escribió Paz al respecto, repitiendo lo que en su momento dijeron Alfonso Reyes y Jorge Cuesta). La revista se exigía a sí misma y le exigía a sus lectores; creó un público, y, de nuevo, logró “ser el lugar de confluencia de muchas voces solitarias y libres”.8 Imposible ensayar siquiera el resumen de sus prolijos índices, y menos aún su cabal estudio. Ya lo inició Enrique Krauze en “Plural (1971-1976)” aparecido en el primer número de Vuelta, una crónica del atentado contra la revista, una evaluación y una nota luctuosa a la vez. La tendrá en cuenta el professor John King, de la Universidad de Warwick, Inglaterra, que venturosamente escribe una biografía de la revista para continuar la serie que inició con su estudio de Sur.9 ¿Se reunirá algún día, en un volumen necesario para discutir esos años, el abundante, rico y, en ocasiones divertidísimo material que, sin firmar, Paz aportaba mes a mes en la sección “Letras, letrillas, letrones”?

Durante un par de meses, Paz consideró que ya no había nada que hacer. Se dijo: “Bueno, se acabó esta pesadilla, ya no vuelvo a meterme en esto. Estoy escribiendo mis libros y tengo la vida más o menos resuelta en Harvard”, donde pasaba un semestre al año. Alejandro Rossi y Gabriel Zaid fueron a verlo y le preguntaron si no pensaba continuar la revista y les contestó que no. Luego de largas conversaciones lo convencieron.10 Zaid aportaría un modelo administrativo funcional; Rossi se encargaría de dirigirla mientras Paz estuviera en Harvard. Quizá la reacción internacional al agravio tuvo también que orillarlo a reconsiderar. En París, E.M.

Cioran –uno de los muchos escritores que debutaron en castellano en Plural– había escrito:

 

Paradójicamente América Latina, donde todo va a contrapelo, donde la anomalía es de rigor, está más abierta que nosotros al mundo. Plural era un reproche a la incuriosidad occidental, un desafío, una bofetada elegante.11

Sus amigos tenían razón: claudicar sería contradictorio con su espíritu y con el de su historia como editor. Había que regresar: “Dejamos Plural para no perder nuestra independencia; publicamos Vuelta para seguir siendo independientes.”12

La historia de Vuelta también deberá escribirse algún día. Krauze ha comenzado a hacerlo también con sus “Apuntes para una biografía de Vuelta” en el número 246 de la revista (diciembre de 1996). Por otro lado, a diferencia de las revistas juveniles, Paz mismo dedicó una buena cantidad de trabajos a reflexionar sobre sus revistas de madurez. Creo que la mejor manera de terminar esta nota es citando algunos párrafos de esa tarea de reflexión. Están tomados de cuatro escritos conmemorativos de otros tantos aniversarios de la revista Vuelta.13 Se leen también, sobra aclararlo, como reflexiones de Paz sobre su propio quehacer, pues sus revistas no eran sino prolongaciones de ese quehacer, retribuidas y contestadas por amigos, colaboradores y, desde luego, lectores:

 

– “Una y otra vez los escritores mexicanos han roto el solipsismo en que se ha querido encerrar a nuestro país. Ésta ha sido la tradición de nuestras revistas literarias desde el comienzo del siglo, de la Revista Moderna a la Revista Mexicana de Literatura en sus dos épocas y de Contemporáneos a Taller, Tierra Nueva, El Hijo Pródigo y Diálogos… Y ésta es la tradición que han querido continuar Plural y Vuelta.

– ”Desde que apareció el primer número de Plural se nos acusó de ‘elitistas’ y de publicar textos incomprensibles. No era exagerada la acusación: los populistas tienen una idea más bien baja de la inteligencia y la sensibilidad de la gente. En el fondo del populismo hay un gran e inconfesado desprecio por el pueblo.

– ”En las revistas de arte y literatura del pasado inmediato sólo de manera esporádica se debatían los asuntos públicos. Aunque la política colinda con la moral y la filosofía, las publicaciones que nos antecedieron evitaron casi siempre estos temas. Una excepción: las revistas claramente doctrinales, en general filomarxistas. En esto se distinguieron Plural y Vuelta: desde sus primeros números partiparon con decisión en la gran controversia que ha conmovido a las conciencias de la segunda mitad del siglo XX. No es necesario justificar nuestra actitud: corresponde a la exigencia de los tiempos.

– ”Comenzamos nuestra empresa en un periodo de la historia intelectual de México y de América Latina notable por la violencia de sus debates ideológicos y por el temple beligerante de sus protagonistas. Nadie estaba dispuesto a oír a su vecino y todos querían imponer su opinión a los otros. La mayoría de los intelectuales mexicanos, sobre todo los jóvenes salidos de las barricadas universitarias de 1968, profesaban ideologías compactas y contundentes que empuñaban como cachiporras. Nada más ajeno al clima de esos años que la palabra plural. Nosotros nos atrevimos a usarla como homólogo de multiplicidad y diversidad, fuimos recibidos con anatemas, vituperios y quemazones; alguien decretó que “habíamos sido expulsados del discurso político”.14 Sin embargo, hoy las palabras plural y pluralismo son de uso corriente y aparecen con monótona frecuencia en los labios y en los escritos de los mismos que nos combatían. ¿Se han convertido a la tolerancia? No hay que hacerse demasiadas ilusiones: el vaivén de las palabras indica que las opiniones han cambiado pero ¿las actitudes?

– ”Lo extraordinario no es que Plural haya provocado ataques –ésa es la suerte de todas las revistas vivas– sino la respuesta del público. Jamás en la historia de la literatura hispanoamericana una revista literaria había tenido tantos y tan atentos lectores. Se equivocaron los que nos acusaron de “elitismo”. El público mexicano ha demostrado ser más curioso, abierto e inteligente de lo que suponen los que se empeñan en mantenerlo en una perpetua minoría de edad.

– ”Sabemos que nuestra revista era leída no por ser el órgano de una ortodoxia sino por ser el lugar de confluencia de muchas voces solitarias y libres.

– ”Ser fieles a nosotros mismos: escribir. No nos avergüenza decir que la literatura es nuestro oficio y nuestra pasión. Cierto: la literatura no salva al mundo; al menos, lo hace visible: lo representa o, mejor dicho, lo presenta. A veces también lo transfigura; y otras, lo trasciende.

– ”Entre Plural y Vuelta las semejanzas son mayores y más profundas que las diferencias; en realidad, aunque con características propias, son dos momentos de la misma empresa, en la antigua acepción caballeresca de la palabra: designio o acción ardua que se lleva a efecto con resolución.

– ”La presentación de la realidad incluye casi siempre su crítica.

– ”Un pueblo sin poesía es un pueblo sin alma, una nación sin crítica es una nación ciega.

– ”[En el quinto aniversario de Vuelta, 1981] somos y no somos aquellos que fuimos; aunque defendamos principios idénticos, justamente por lealtad a ellos hemos procurado escapar de la ilusión petrificante de la identidad.

– ”Ante el frenesí de muchos de nuestros contemporáneos y su culto a las afirmaciones y las negaciones tajantes, opusimos desde el principio un tal vez, un quizá, un puede ser. No por escepticismo, sino por higiene moral e intelectual.

– ”Vuelta es una publicación que para vivir depende, exclusivamente, de sus lectores y de sus anuncios. La diferencia es capital. La sociedad mexicana es hoy más amplia, compleja y diversa; existe ya un público de lectores independientes y capaz de sostener una publicación independiente.

– ”Para Darío, la universalidad era una conquista; para nosotros es una condición que ni siquiera hemos escogido: la historia mundial se nos ha echado encima.

El horizonte histórico ha cambiado de forma y dimensión: el futuro se ha reducido y el presente se ha ensanchado. Al angostamiento del porvenir corresponde la universalidad de las preguntas que a todos nos hace el presente. No hay más remedio que contestarlas: en esto consiste la nueva universalidad. Responderlas es tarea de esta generación. Pero para responderlas tenemos antes que saber formularlas. Nuestra revista quiere ser el espacio en donde se desplieguen esas preguntas y en el que, quizá, se dibujen algunas respuestas.

– ”Vuelta se propone, en la medida de sus fuerzas, ser más y más la expresión del pensamiento crítico moderno. Creemos que hay muchas maneras de continuar una tradición; una de ellas, quizá la más eficaz, consiste en contradecirla. Nada le hace más falta a nuestros pueblos que practicar el examen de conciencia. Es el arte más difícil –y el más urgente. Aprender a dudar es aprender a pensar.

– ”Nuestro propósito nunca ha sido enciclopédico sino parcial, en el sentido que daba Baudelaire a esta palabra para definir al arte y a la literatura de la modernidad. Pluralismo no es eclecticismo. Hemos publicado y publicaremos lo que amamos o nos conmueve, lo que estimamos o nos gusta, incluso si a veces nos contradice.

– ”En materia de arte y de literatura no nos ha guiado una doctrina o un cuerpo de preceptos; nos ha regido una potencia misteriosa, rebelde a la definición, hecha de razones y corazonadas, de amor a las tradiciones y afición a los riesgos –ese conjunto de afinidades, diferencias y contradictorias simpatías que llamamos gusto. Es vano querer justificar o defender al gusto: no es una filosofía sino una segunda naturaleza. Por esto es irrefutable. El gusto se defiende solo; así nos defiende.

– ”No queremos ganar conciencias o votos; queremos decir algunas cosas y queremos ser oídos.

– ”En Plural iniciamos la crítica del partido hegemónico [el PRI] y de las taras y mentiras que corrompen nuestra vida política. La continuamos en Vuelta. Nuestra crítica no era ni es pragmática; no somos un partido político sino un grupo de escritores independientes, cada uno con una visión personal de las cosas. Nos unía –nos une– la convicción de asistir a un proceso, largo y sinuoso, encaminado hacia la democracia y el pluralismo. Un proceso que todavía está lejos de terminar.

– ”Nos anima, desde el primer número, una idea de la literatura que se puede, sumariamente, reducir a dos verbos: decir y oír […] Vuelta no ha querido ser sino una parte del proceso en que consiste esencialmente la literatura: la relación viva entre el decir y el oír, el nacimiento silencioso y solitario de la obra y su prodigioso y múltiple renacer en el espíritu de sus lectores.

– ”Desde el principio lo dijimos: somos y queremos ser servidores de la literatura. Servirla bien, con honradez, inteligencia y sensibilidad es una tarea dificilísima. No siempre hemos acertado y no nos avergüenza confesar nuestras omisiones y equivocaciones; agradecemos asimismo las críticas, cuando son objetivas y bien intencionadas. Sin embargo, creo que no es demasiada vanidad de mi parte afirmar que muchos de nuestros autores, gustos, criterios y preferencias, al principio vistos con desdén, han sido consagrados por la silenciosa aprobación de lectores numerosos. Las editoriales, las revistas y los suplementos culturales hoy publican con frecuencia escritores que aparecieron en Vuelta por primera vez hace bastante tiempo.

– ”Si Vuelta quiere vivir y no meramente sobrevivir, tendrá que hacer frente a los cambios que vivimos y tendrá que cambiar ella misma. Tendrá que ser otra…”

 

Parábola

El Hijo Pródigo acostumbraba abrir cada número con un editorial sin firma que se titulaba “Realidad e imaginación” en el que aludían a la temperatura moral del momento. Bueno, pues en esa sección, en la primera entrega de la revista, aparece este enigmático párrafo:

Tarde o temprano todo hijo de Dios es un Hijo Pródigo (We are all prodigal sons, decía Donne). Mas si conservamos la imaginación, nuestro regreso natural no será propiamente un regreso. Y quien quisiera hacernos regresar, y nos obligara momentáneamente a ello, no podría hacernos nunca regresar, en el buen sentido de la palabra. Regresaríamos, pero no regresaríamos. Y esta paradoja debe ser nuestro secreto, nuestro inalienable patrimonio que nunca nos podrán arrancar: regreso sin regreso; realidad e imaginación.

 

Conjeturo que el párrafo fue escrito por Paz: el estilo lo delata, la idea del “regreso sin regreso” prolifera en su obra: leía y traducía a John Donne. Además, porque treinta y tres años más tarde, en 1976, la misma idea reaparece en el primer número de Vuelta:

 

Vuelta, como su nombre lo dice, no es un comienzo sino un regreso… Vuelta quiere decir regreso al punto de partida y, asimismo, mudanza, cambio. ¿Dos sentidos contradictorios? Más bien complementarios: dos aspectos de la misma realidad, como la noche y el día. Damos vueltas con las vueltas del tiempo, con las revoluciones de las estaciones y las revueltas de los hombres: así cambiamos; al cambiar, como los años y los pueblos, volvemos a lo que fuimos y a lo que somos. Vuelta a lo mismo. Y al dar la vuelta, descubrimos que ya no es lo mismo: el que regresa es otro y es otro a lo que regresa.15

 

Es interesante que la idea surja dos veces y abarque, en un prolongado paréntesis, dos situaciones idénticas. Encuentro en ello licencia para suponer que (además de “todo hijo de Dios”) para Octavio Paz toda revista es un Hijo Pródigo. Sabemos que el personaje de esa parábola bíblica fue para algunos poetas del grupo de Contemporáneos (que a su vez se inspiraron en el relato de André Gide), y para sus descendientes, como Paz, un emblema moral: ejercer responsablemente la curiosidad, conducirla hacia todo aquello que rebase la comarca de lo conocido y comprobado, las “lunas caseras” de que habla Rossi. Paz nunca despreció a México como para considerarlo una excepcionalidad, una realidad remisa a las responsabilidades del mundo. Ser un “hijo pródigo” es una urgencia imperativa por estar al tanto de todo para luego, cumplida esa condición, enderezar de vuelta a la comarca. El único regreso meritorio consiste en ser el mismo, pero siendo otro. Una revista pródiga es una aventura en la geografía y una herencia en el calendario. Si su aventura busca sentido al salir, es sólo al volver cuando lo adquiere. Es entonces cuando adquiere prodigalidad. ~

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Es un escritor, editorialista y académico, especialista en poesía mexicana moderna.


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