Detener el vértigo y recomenzar

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Hugo Gola, Poemas reunidos, pról. Juan José Saer, México, Fondo de Cultura Económica (Col. Tierra Firme), 2004, 360 pp.

 
     Entre Jugar con fuego / Poemas 1956-1984 (Santa Fe, Universidad Nacional del Litoral) y este Poemas reunidos mediaron diecisiete años sin que Hugo Gola (1927) publicara más que un solo libro en México: Filtraciones —Universidad Iberoamericana— Artes de México (Col. Poesía y Poética). A esta parquedad en la publicación corresponde, como acto integral inusitado, una sobriedad de dicción más que expresiva. El de Gola es un trabajo de meditación lírica desde el interior hacia la exterioridad. Meditación sugiere el siguiente alcance: no la autocrítica evidente, la autopsia crítica precisada contra el propio cuerpo del poema para decir “aquí estoy”, objeto poético que se sacrifica a la hora criticoterminal de la vanguardia para dar cumplimiento o pasaje a lo que sigue, una posvanguardia epigonal. Meditación supone una contención ante el acto de escritura que resguarda al lenguaje poético de ese envión contra sí mismo que suele confundirse con su especificidad como acto poético de lenguaje. Una cosa es decirse como reconocimiento de lo que se es; otra cosa es atentar contra sí mismo para dar mayor alcance significativo al autorreconocimiento. En el primer gesto hay una preservación del lenguaje aun bajo apercibimiento de que se trata de un ente en situación de crisis histórica. El gesto supone también una actitud de imaginación lingüística anterior al lenguaje. El poema es la coincidencia, el encuentro entre la imaginación lingüística y el lenguaje ahí. Eso señala la distinción de la escritura de Gola respecto de la herencia de la vanguardia poética latinoamericana, si bien es muy cercano a ella: sentar plaza diferencial con ciertos procedimientos o recursos lingüísticos ya canónicos (suposición del poema como creación ex nihilo, uso indiscriminado del arsenal fonicográfico del lenguaje, reiterado recurso a la inmanencia de la escritura como si la escritura poética no tuviera una memoria histórica o no existiera el gasto de la palabra), la negativa a presentar un objeto de lenguaje desencarnado o el poema en carne viva, metáforas de la evidencia de una descomposición de la materia lingüisticopoética que sólo en algunos casos célebres logró, gesto de fénix, renacer. Gola evita la literalización de los procesos de escritura . Su trabajo es con la letra pero también con el espíritu de la letra.
     El trabajo de Gola está enraizado en una vertiente de la poesía latinoamericana que hereda lo verdaderamente perdurable de las vanguardias esteticohistóricas de principios del siglo xx: la actitud reflexiva ante el lenguaje poético y el vislumbre de la creación como un acto de rebeldía frente a las formas estereotipadas. Recibe la visión de la historicidad de las formas artísticas, concepción clave para el romanticismo alemán. Así, cada época posee un conjunto de formas (The age demanded an image decía Ezra Pound, heredero a su vez de la poesía como “visión total” propia del romanticismo y cara a cierta vanguardia) que le son propias. Al poeta le toca descubrirlas y revelarlas. El enclave genealógico argentino de Gola parte de Oliverio Girondo y sus radiaciones que han sido la felicidad para toda aquella poesía argentina que tenga en la búsqueda formal del poema uno de sus ejes. La generación de Gola ha sido extraordinariamente prolífica en poetas de rara calidad: Francisco Madariaga, Edgar Bayley, Hugo Padeletti, Aldo Oliva, entre otros.
     Pero hay que buscar el particular linaje de la escritura de Filtraciones en algo que proviene de una tradición lírica de desamparo, de lírica a la intemperie, motivos poéticos caros a una modernidad: la de la palabra entre dos aguas, un agua de la certidumbre realmente existente de la poesía, aunque sea una certidumbre conflictiva (tradición del barroco, del romanticismo alemán, de cierto simbolismo —Mallarmé— que no permiten, en conjunto, mentir) y esa otra agua de la evidencia de una palabra hecha pedazos. De esa encrucijada que define a la modernidad poética fuertemente existencializada en Gola como trabajo interior surge el recurso entrecortado, espacializado de su poema. Y desde esos intersticios creados en el lenguaje por la disposición verbal brotan los interrogantes sobre el tiempo, el sentido de la vida, la resistencia al desencanto que el mundo arroja cotidianamente sobre quienes quieren un mundo mejor, formulados desde una posición que no oculta su fragilidad, una fragilidad dada por la conciencia irreversible de saberse “afuera”. La poesía de Gola es una poesía del exilio que no necesita decir su condición. Gola no saca partido de esa determinante vital. Alguna mención metafórica, alguna alusión de pasada: “El cuerpo acostumbrado por años / al tibio aire de septiembre / descubre / sorprendido / que septiembre es el comienzo del otoño.” O en forma más directa y dura: “Y Mishael / allá en el Sur / enterrado en un pozo de cal / antes de los veinte / por el inocente pecado de / querer cambiar / el mundo.”
     Ese efecto de contención, la no desembocadura de ese fluir de verso entrecortado, respirado espacialmente, le otorga al objeto poético una dimensión que lo trasciende, indica un más allá del lenguaje sostenido por un aquí que sí es visible: el de la precariedad. La precariedad se alimenta de inocencia y juega todo su potencial a no perderla para así poder interrogar. De ese lugar cuya resonancia es interior es posible preguntarse por el qué, el dónde, el quién, el cuándo y, por qué no, el quizás. Es a partir de Siete poemas (1982-1984) que el signo remitirá, articulado desde un pliegue que parece doblar en dos la poesía de Gola, al interlocutor dialógico de la poesía anterior de Gola, la naturaleza física (árboles, caballos, pasto, pájaros, etc.), a una memoria de la naturaleza que desde ahí se aleja en el tiempo y se acerca en el signo. A partir de ese libro el signo poético refiere a lo que en otro tiempo fue presente y tuvo alguna similitud con el cobijo. El envío de la naturaleza, interlocutora válida, a un lugar en la memoria produjo ese cambio notorio: la ausencia de la naturaleza en el cuerpo simbólico del poema y su necesidad de presencia en la textualidad. El lenguaje entonces debe admitir su condición de artificio que busca entre su juego hacer un lugar para la ausencia, presentar la ausencia.
     Sin embargo, insisto: hay un no a la estridencia lingüística como eco siempre posible de la desolación. Y un sí a la meditación sobre la condición poética, el lugar del poeta y del poema. Característica de la poesía de Hugo Gola es concebirse como el recurso que se lleva todo —no por delante— lo que hay de tiempo disponible como un deseo más de estar, de detener el vértigo para un posible recomienzo.
     Un trabajo ejemplar. –

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