Democracia y cultura

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La relación entre democracia y cultura es un tema controvertido y espinoso. No es suficiente decir que debemos alcanzar una cultura política que nos permita vivir de forma más democrática. Esta afirmación se refiere exclusivamente a lo que la cultura puede aportar a los espacios de la política democrática.
A fin de cuentas, es un planteamiento que alude a la utilidad del arte y la literatura: su buen uso incrementa los valores democráticos de los políticos y de los territorios del poder. ¿Pero qué puede ofrecerle la política, aun la más democrática de las políticas, a la cultura? A esta pregunta se suele contestar así: la política debe inyectar democracia a los espacios del arte y la creación. Pero esto, en cierto modo, no es más que regresarle al mundo de la creatividad intelectual lo que éste ya le ha ofrecido a la cultura. No es que debamos menospreciar que los políticos cortejen a la cultura con sus actitudes democráticas y tolerantes, y que retornen algo de lo mismo que han recibido. ¿Pero puede darle la política a la cultura algonuevo, algo que los artistas y los escritores no tengan? Generalmente la política puede ofrecer retornarles algo que les haarrebatado el mismo poder: la libertad, la pluralidad…
      
     Patrimonialismo y burocracia
     Los políticos y sus partidos difícilmente evaden la tentación de utilizar a la cultura para los fines que persiguen. Más allá de las buenas intenciones que todos anuncian, sobre la libertad y la diversidad cultural, descubrimos en los políticos intenciones de manipular los espacios culturales y de usar a la gente de cultura, que a veces acepta papeles lamentables, ya conocidos: elrepartidor de regaños en nombre de una moral suprema, elintelectual orgánico delator de los vicios de los demás, el perseguidor de todo cuanto atenta contra las identidades profundas del ser nacional o el desenmascarador de las intenciones ocultas de sus adversarios. Como no faltan corrupción, confusión y moralina en los medios políticos, a estos "trabajadores de la cultura" no les faltan ocupaciones.
     Pero no se trata de un problema de voluntad política paracorregir ciertas malformaciones de algunos intelectuales ypolíticos. La presencia de una gruesa costra estamental de "trabajadores de la cultura" es parte de uno de los problemas másintrincados que nos ha dejado como herencia la larga dominación del nacionalismo revolucionario institucionalizado. Se trata de la estrecha unión —una verdadera simbiosis— entre la administración del inmenso patrimonio cultural y los mecanismos deapoyo a la creación y la investigación. El hecho ha tenido, a largo plazo, algunas consecuencias negativas. En primer lugar, haproducido en los territorios culturales formas de poder que Max Weber seguramente calificaría como patrimonialistas; es decir, el entronamiento de sectores administrativos que se apropian de la gestión del patrimonio cultural y, por extensión, de las instancias de apoyo a la investigación, la creación o la difusión. En segundo lugar, ha propiciado la hegemonía de las expresiones culturales que parecen emanar naturalmente de la administración delpatrimonio "nacional", lo cual tiende a imprimirles una orientación ideológica predeterminada y una función espectacular.
     El patrimonio cultural ha sido entendido como una minacuya explotación genera algo así como una renta nacional que alimenta la identidad de los mexicanos y fortalece la soberanía del Estado. Como el petróleo o el ejido, el patrimonio cultural debe ser custodiado por comisarios y administrado por unaextensa burocracia que acapara la gestión de los estímulos a la creación y a la investigación.
     Hay dos instituciones gigantescas que muestran las huellas del patrimonialismo cultural: el Instituto Nacional de Antropología e Historia y el Instituto Nacional de Bellas Artes. En los dos casos encontramos que el enorme peso del mantenimiento y de la administración del patrimonio arqueológico, histórico y artístico se ha convertido en un lastre para las funciones de impulso a la creación, investigación, educación y difusión de la cultura. La creación del ConsejoNacional para la Cultura y las Artes, que podría haber corregido este problema, no lo ha logrado y, en algunos casos, ha agregado confusión. Una consecuencia de ello ha sido que el Centro Nacional de las Artes se quedara a medio camino entre la academia y la aglomeración burocrática.
      
     Espectacularidad y populismo
     Uno de los efectos, como he dicho, de que la creación, la enseñanza y la investigación sean un apéndice de la gestión del patrimonio cultural es la tendencia a privilegiar la espectacularidad y las tendencias nacionalistas. La explotación del patrimonio cultural es motivoconstante de celebración espectacular, bajo las másdiversas formas. Así, los festivales, las ceremonias, las fiestas y los rituales tienden a sustituir a los estímulos profundos y permanentes a la creación. El calendario oficial de los festejos se sobrepone y con frecuenciaahoga a los procesos culturales mismos. Ya lo habíaadvertido Octavio Paz, cuando señaló que las importantes dimensiones de la fiesta sirven para interrumpir la marcha del tiempo. Es abrumadora la cantidad de reuniones, conferencias, festivales, celebraciones,coloquios, homenajes y espectáculos callejeros. Recientemente han surgido tendencias que renuevan la idea de que la cultura es un gran teatro donde se muestra el espectáculo magnífico de nuestra pluralidad democrática. Pero este teatro no es un sólido edificio conparedes, columnas y puertas, sino un movimiento que va hacia donde está el pueblo, a las calles y las plazas.
     El resultado es que el espectáculo y la fiesta —por decirlo así— absorben cantidades faraónicas de recursos. Encontraste, la ampliación, modernización y construcción de instituciones de estudio, bibliotecas, museos, galerías, editoriales o centros culturales reciben menos atención y se abandonan en manos de una burocracia ineficiente y poco imaginativa. Seprivilegia lo volátil y vistoso en detrimento del apoyo a las acciones prolongadas que generan instituciones sólidas. Laseditoriales gubernamentales se marchitan o se convierten en empresas de relaciones públicas de sus directivos.
     Con frecuencia se justifican los festines culturales con la idea de que se trata de estimular el consumo masivo de las artes o de que la participación popular en las celebraciones inyecta vitalidad en los ámbitos de las élites intelectuales. Esta visión hacontribuido a que se separen los circuitos de la "alta" cultura de las formas "populares" del arte. El resultado de esta contraposición —cultura popular versus cultura refinada— ha sido en no pocas ocasiones un empobrecimiento general de todas las expresiones culturales. El fomento de la popularidad ha rebajado muchas manifestaciones culturales, mientras que el encierroelitista ha deteriorado las expresiones artísticas menos consumidas. Así, muchos espectáculos masivos resultan degradantes y las vanguardias se endurecen y se enclaustran. El populismo, durante muchos años, estimuló las reacciones elitistas y noauspició una elevación de los niveles culturales.
     Gerencia e injerencia
     Estamos llegando al final de una larga época de injerencia gubernamental en la cultura: una injerencia política marcada por el patrimonialismo y el populismo. En realidad, la políticacultural oficial de los últimos años se alejó de estas formas tradicionales, para adoptar actitudes más plurales y diversificar las opciones. Pero no logró encontrar un nuevo camino.
     Sin embargo, lentamente, a partir de cambios en toda la gestión gubernamental, se ha ido abriendo paso una nueva actitud que estimula la eficacia, el control de calidad, la contratación de empresas especializadas y la descentralización, para sólomencionar algunos de los rasgos de una cultura gerencial, comoalgunos la denominan. Es claro que el futuro gobierno encabezado por Vicente Fox ha creado expectativas (tanto temorescomo esperanzas) de que esta cultura se extienda a todas lasesferas de la política estatal. El reto del próximo gobierno consiste en lograr que la vieja cultura revolucionaria sea vencida por una nueva cultura gubernamental. La primera se articula entorno de los símbolos del nacionalismo autoritario, del pueblo institucionalmente rebelde, de la agitación constante para lograr beneficios, de la cooptación de movimientos sociales, del prestigio de caciques y caudillos, del miedo a la represión. La cultura gubernamental con aspiraciones gerenciales tiene como símbolos la eficiencia, la profesionalidad, la supervisión, elfuncionariado como carrera, la contabilidad de beneficios y la calidad de la gestión.
     En realidad se está construyendo una nueva cultura y una nueva ideología: el futuro presidente es anunciado a veces como un superintendente capaz de administrar con honradez y eficacia el changarro gubernamental. Bastará con aplicar bien los manuales y supervisar las operaciones para que salgamos adelante. Pero muy pronto los golpes de la vida política requerirán de algo más que un gerente en Los Pinos.
      
     ¿Una política cultural pragmática?
     Los gobernados y los sectores culturales no son los accionistas de la superempresa gubernamental, aunque sí tienen intereses y desean obtener beneficios. La nueva simbología atraerá a los amplios sectores de la población que ya no viven bajo el paraguas de la Revolución Mexicana. Pero hay un amplio abanico de votantes, organizaciones y movimientos que viven todavía, por decirlo así, bajo la sombra de los generales Plutarco Elías Calles y Lázaro Cárdenas. En Chiapas tenemos la sombra del general Emiliano Zapata. Esa parte de la sociedad mexicana —bronca, convulsa, rijosa y con frecuencia corrupta— no responderá fácilmente a una cirugía gerencial mayor.
     ¿Hasta qué punto el nuevo pragmatismo, moderno y gerencial, puede funcionar en la política cultural? Esta pregunta nos regresa al problema de la utilidad política de la cultura. No me cabe duda de que la introducción de cierta racionalidad en la gestión cultural puede combatir con eficacia la corrupción y los vicios. Si, por ejemplo, se fabrican pantalones, es necesariosaber (mediante encuestas) la distribución de las tallas de la población consumidora; es necesario también tomar decisionessobre la calidad y los tiempos de desgaste de cada una de laspiezas, de manera que se alcance un equilibrio óptimo que produzca los más elevados dividendos. Pero los componentes, las medidas y las partes de los aparatos culturales no pueden ser programados de la misma manera. Es cierto que si los nuevos vestidos que los empresarios culturales elaboran para los políticos están hechos con manuales e instructivos poco adecuados, pueden surgir problemas. Es posible que a los mánagers de la fábrica de vestuarios no les parezca esencial invertir en las mejores cremalleras y prefieran gastar en casimires ingleses: pero si la bragueta de los pantalones no cierra, el señor ministro no podrá salir a la calle.
     Pero el verdadero problema es el diseño de una política cultural acorde no con las modas de los políticos, sino con lamedida de las nuevas tendencias de la cultura mexicana (y mundial). En este terreno no se pueden aplicar recetas preconcebidas. Yo sólo quiero recomendar una fórmula: duplicar o triplicar las inversiones culturales en forma diversa y amplia para, al observar los nuevos brotes y el florecimiento que el abono genere,discutir ampliamente los lineamientos de una nueva política cultural. Si vamos a ser pragmáticos, comencemos por el principio: invertir masivamente en la cultura. Ya veremos, después, si los resultados son "útiles". –

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Es doctor en sociología por La Sorbona y se formó en México como etnólogo en la Escuela Nacional de Antropología e Historia.


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