¿Década ganada?

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En menos de un año, varias derrotas consecutivas han agriado la experiencia de la izquierda latinoamericana en el poder. La oposición venezolana ganó la mayoría de los escaños en la Asamblea Nacional de Venezuela, en las pasadas elecciones legislativas. Evo Morales perdió el referéndum gubernamental que buscaba introducir la reelección indefinida en Bolivia. Mauricio Macri venció al candidato kirchnerista Daniel Scioli en las últimas presidenciales argentinas. Dilma Rousseff fue suspendida temporalmente del gobierno por el Congreso brasileño que la someterá a juicio político.

La lectura del fenómeno en la opinión pública iberoamericana, por lo menos, denota superficialidad e impaciencia. Para unos se trata de un “fin de ciclo progresista”, provocado por una reacción neoliberal. Más que vencidas, las izquierdas habrían sido derrocadas por una derecha que, aliada con el imperialismo, las oligarquías, el capital y los medios globales, no las dejó gobernar bien y ahora regresa por sus fueros. Para otros, lo que ha sucedido es el colapso de toda la izquierda latinoamericana, que asocian con el neopopulismo y que debe dar lugar a gobiernos más abiertos al mercado y más comprometidos con la democracia.

Esta interpretación polarizada de la crisis de algunos gobiernos de la izquierda latinoamericana reproduce la imagen maniquea de América Latina como una región dividida entre una izquierda socialista y una derecha neoliberal o entre una derecha democrática y una izquierda autoritaria. Basta mirar con un mínimo de atención el campo político de la mayoría de los gobiernos y las oposiciones en América Latina para constatar que ese binarismo es falso: hay democracia y autoritarismo, neoliberalismo y neopopulismo, tanto en la izquierda como en la derecha. Los problemas que han hecho perder o ganar a unos u otros no respetan fronteras ideológicas o políticas: corrupción, despotismo, desigualdad, decrecimiento…

El más reciente informe de la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (Cepal), Horizontes 2030. La igualdad en el centro del desarrollo sustentable, presentado en mayo pasado en la Ciudad de México, pinta un panorama desolador para las economías de la región. La crisis prolongada tiene que ver con una desaceleración que ya se advierte alrededor del año 2010 y que pone en entredicho el tópico de la “década ganada”, formulado por la presidenta Cristina Fernández de Kirchner y reproducido mecánicamente por buena parte de la prensa de izquierda latinoamericana, especialmente, la de los gobiernos adscritos al bloque bolivariano. Como sostiene el documento de la Cepal no se trata, únicamente, de una desaceleración provocada por el fin del “boom de los commodities” sino también por el aumento de la desigualdad, del deterioro ambiental y del rezago tecnológico.

El crecimiento medio del pib per cápita de la región pasó de 4.4% en los setenta o 2.7% en los 2000 a 1.8% en la segunda década del siglo XXI y seguirá bajando en los próximos años. El contraste con la zona de Asia Oriental y el Pacífico, que en los últimos años ha superado el 6% en el aumento del pib per cápita, no podría ser mayor. La tasa de desempleo urbano, que venía decreciendo hasta 2013, primero se estancó y luego comenzó a crecer en los dos últimos años. Las exportaciones de la región han decrecido dramáticamente: en América del Sur están en -3% y en Brasil, específicamente, en -2%, pero en los países exportadores de hidrocarburos, como Bolivia, Ecuador y Venezuela, llegan a -5% y en el Caribe dependiente del bloque bolivariano, con Cuba a la cabeza, alcanzan -12.1%.

El comercio latinoamericano se mantiene en números positivos en las zonas mejor integradas, como Chile, Perú, Centroamérica y, sobre todo, México, con 9.4% de tasa de crecimiento en el volumen de sus exportaciones, la más alta de América Latina. La inversión también ha caído de modo notable y en algunos países, como Venezuela, Bolivia y Ecuador, la vulnerabilidad real está por encima de la media regional. Otros indicadores, como la productividad, la infraestructura, el avance tecnológico o las condiciones ambientales, se han deteriorado gravemente en América Latina y el Caribe los últimos años. Esa desaceleración ha incidido en el aumento de la desigualdad, a pesar de la notable disminución de la pobreza durante la primera década del siglo XXI.

Entre 2002 y 2012, los pobres en América Latina pasaron de más de doscientos millones a cerca de ciento cincuenta, en buena medida gracias a las grandes transferencias de gasto público y redistribución del ingreso emprendidas por los gobiernos de Lula da Silva en Brasil y Hugo Chávez en Venezuela. Sin embargo, los últimos años la pobreza ha crecido hasta unos 168 millones y el coeficiente de Gini, que mide la desigualdad, también ha comenzado a incrementarse como ilustran los casos de Honduras, Brasil, Colombia, Perú y Panamá. Un gráfico incluido en el informe de la Cepal deja en claro que la desigualdad latinoamericana aqueja, por igual, a países gobernados por la izquierda que por la derecha. En cinco naciones de la región el 1% más rico controla más del 20% del ingreso total: Ecuador, Colombia, Chile, México y Brasil, que sigue siendo el país más desigual de Latinoamérica.

Una conclusión implícita en el informe de la Cepal es que la desaceleración ha afectado más a aquellos gobiernos que, como los del bloque bolivariano, apostaron todo a la dependencia de la exportación de hidrocarburos y descuidaron la productividad y la inversión en infraestructura. La combinación de alza de precios del petróleo e incremento del gasto público mezclaba variables coyunturales y estructurales de la economía que, en la segunda década del siglo XXI, entraron en conflicto. El resultado es un conjunto de economías improductivas, desconectadas de las redes del libre comercio e incapaces de mantener una política social eficaz que mantenga el ritmo de decrecimiento de la pobreza y de ascenso en la distribución equitativa del ingreso.

Casi todos los análisis sobre el llamado “ciclo progresista” privilegian la perspectiva política y encuentran constantes institucionales o carismáticas en los liderazgos neopopulistas. Steven Levitsky, por ejemplo, en Competitive authoritarianism (2010), ha destacado la naturaleza híbrida de esos regímenes, que combinan respaldos plebiscitarios, elementos tecnocráticos de gobierno y eficacia represiva. Otros estudiosos, como Andreas Schedler, en La política de la incertidumbre en los regímenes electorales autoritarios (2016), proponen entender la crisis de los gobiernos de la izquierda más autocrática a partir de las señales de agotamiento en el control de los mecanismos representativos de la democracia, que amenazan la gobernabilidad.

El informe de la Cepal, en cambio, llama la atención sobre el trasfondo común, en términos de política económica, de todos los gobiernos latinoamericanos, sean neopopulistas o no. El saldo de la política regional en las dos primeras décadas del siglo XXI es, a todas luces, negativo. Las economías decrecen, la desigualdad aumenta y las democracias se debilitan como consecuencia de la impunidad y la corrupción. Si ese es el rastro que deja el ciclo progresista, ¿qué esperar de la nueva ola de gobiernos de centro o derecha que parece observarse en América Latina y el Caribe? ~

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(Santa Clara, Cuba, 1965) es historiador y crítico literario.


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