Foto: Carlos Herrera/DPA via ZUMA Press

Visiones desde la cuarentena: Managua

Durante 34 días, cuando el contagio por coronavirus se multiplicó en el mundo, Nicaragua no supo de su gobernante. Tampoco de medidas para evitar el desastre. Reunimos en esta serie testimonios sobre la cuarentena más extensa de la historia.
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El único presidente desaparecido en la pandemia

El día que el presidente reapareció, tenía 34 días de no dejarse ver en ninguna actividad pública. Para ese 15 de abril de 2020, las principales cabeceras del mundo ya habían recogido la noticia de que en América Latina había un líder político del que nadie sabía su paradero, en medio de la amenazante y angustiosa pandemia del covid-19.

La larga ausencia a mediados de abril provocó que los enemigos de Ortega o los curiosos en la región se preguntaran si había muerto. Circularon en las redes sociales relatos fantasiosos de personas que escucharon helicópteros volar de madrugada en el sector del hospital militar en Managua y suponían al comandante sandinista, a sus 74 años, en una camilla, vigilado por decenas de circunspectos militares. Distribuyeron videos de propaganda de los simpatizantes cantando “no tienes permiso de irte”, “Daniel para siempre”, con imágenes actuales del caudillo sandinista y también de cuando vestía de verde olivo en los años ochenta.

A mí me recordó a El vuelo de la reina, de Tomás Eloy Martínez, que narra las truculencias de un expresidente argentino a quien se le aparece una divinidad justo cuando los diarios revelan un caso de contrabando de armas en el que está involucrado uno de sus hijos. El exmandario va hasta un monasterio, desde donde se transmitió en televisión su figura compungida, buscando un nuevo rumbo para su vida. Ortega tenía ya un antecedente similar cuando, en 2014, ordenó a sus diputados reformar la constitución para reelegirse indefinidamente. Entonces, canceló durante diez días su participación en eventos y finalmente salió de su madriguera para recibir en el aeropuerto al recién nombrado cardenal Leopoldo Brenes, a quien le agradeció que lo resucitara, porque ya lo daban por muerto.

Con el escenario puesto para la aparición, el miércoles 15 de abril de 2020 Ortega entró en un salón con paredes de cristal y lleno de flores, y se pronunció por primera vez sobre el coronavirus ante su gabinete. Pero no explicó su ausencia. Según el guión oficial, la noticia era que estaba ahí, y no la lista de medidas que no tomó para frenar la pandemia. Desconectado de la realidad, no quiso enterarse que la población más humilde le pedía respuestas ante la emergencia.

Desde que comenzó la crisis, las fronteras de Nicaragua han permanecido abiertas para los turistas, los colegios públicos siguen recibiendo a los niños y, en pleno verano, el gobierno invitó a los nicaragüenses a visitar las playas y disfrutar pese al riesgo de contagio. Aún con las advertencias de los expertos a nivel internacional, por idea del ejecutivo, niños nicaragüenses recibieron a turistas que llegaban al país. A principios de la crisis, en marzo, las autoridades invitaron a una marcha de empleados públicos bajo el nombre de “amor en tiempos de covid-19″.

Durante su alocución –que, a diferencia de los largos monólogos al estilo Fidel Castro que solía imitar sin éxito, solo duró 32 minutos– Ortega justificó su decisión de descartar la cuarentena por razones económicas: “si se deja de trabajar el país se muere y, si el país se muere, el pueblo se extingue”, afirmó.

Según el gobernante, solo una persona había muerto hasta entonces por la peste. Un segundo, tercero y cuarto fallecido fueron registrados en días posteriores. Las estadísticas son motivo de debate, con la credibilidad del sistema público desmoronándose después de que en Cuba se ha informado desde el 27 de marzo de al menos cinco casos de covid-19, de los cuales tres se contagiaron luego de viajar a Nicaragua y dos después de tener contacto con gente que estuvo en el país centroamericano.

Rosario Murillo, la vicepresidenta, tomó la palabra después de Ortega. Destacó el mensaje gubernamental y, recordando a jóvenes asesinados por la dictadura de Somoza hace 41 años, dijo que hablaba con muertos, para introducir otro elemento distractor. La fórmula del mandatario ausente y la vicepresidente omnipresente-médium-mística es quizás una de las características que distingue al gobierno del país centroamericano de otros, en un continente poblado por personajes que parecen sacados de novelas y llenos de intrigas.

Nicaragua es un país en crisis permanente. La ruptura de los gobernados con sus representantes es mayor ahora con la pandemia, pero hay que entender esta situación a partir de lo que ocurrió en las protestas de 2018. Miles de ciudadanos salieron hace dos años a las calles a demandar la renuncia presidencial tras la represión que dejó 328 asesinados y más de 2 mil heridos. Durante su discurso de reaparición, Ortega reabrió aquellas heridas. Dijo que han construido los hospitales que los manifestantes opositores “les quemaron” en las protestas. Sin embargo, no explicó con claridad a cuáles centros hospitalarios se refirió y lo acusaron nuevamente de mentiroso.

Ese 15 de abril, Ortega se despidió de sus ministros dándoles las manos y su esposa besó a cada uno en la mejilla.

Cuando las Naciones Unidas y la Comisión Interamericana de Derechos Humanos documentaron la violencia estatal en Nicaragua, una de las denuncias más graves recogidas entonces fue que se había negado la atención a opositores en los hospitales por razones políticas. Es decir, el sistema de salud que se plegó al discurso oficial del golpe de Estado para justificar la violencia es el mismo en el que los militantes sandinistas piden a la ciudadanía confiar durante la crisis sanitaria.

“Ya decía nuestro comandante Daniel, estos son tiempos para las transformaciones esenciales, para que el mundo asuma nuevos modelos de justicia social”, dijo Rosario Murillo el 15 de abril para presentar a Ortega como un pacifista que aboga por un reenfoque de las prioridades de los poderosos en el globo. No ve, sin embargo, la paja en su ojo. La represión interna continúa contra los opositores sin importar la emergencia sanitaria.

El gobernante de Nicaragua aún debe explicaciones sobre por qué removió a la ministra de salud a principios de abril, cuántas pruebas se han realizado entre la población y por qué insiste en mandar a miles de brigadistas casa a casa para explicar medidas de prevención, cuando ese acto los pone en riesgo tanto a ellos como a los pobladores visitados.

Las condiciones hospitalarias de Nicaragua también preocupan, porque son de las más precarias del continente. Según datos oficiales, el país tiene 12 camas por cada diez mil habitantes y la inversión estatal es de 77.19 dólares por persona al año. Pero la amenaza es más grande sin liderazgo real, y posiciones como la que expresó recientemente Wálmaro Gutiérrez, presidente de la comisión económica del Parlamento, quien sostuvo que “el sistema de salud le ha dado cátedra a los países del primer mundo”, causan más dudas que certidumbre.

En el país, las únicas defensas son el autocuidado ante el virus y la desobediencia civil ante el régimen, mientras se ha encendido la alarma de que el contagio comunitario avanza y algunas instituciones subordinadas al ejecutivo, como la alcaldía de Managua, empezaron a desinfectar mercados.

El 29 de abril, en un aparente giro a la posición inicial, Murillo dijo que también dieron la orden para hacer lo mismo con las unidades de transporte colectivo, así como la realización de jornadas de fumigación y limpieza en centros educativos. Las críticas se centran, sin embargo, en la falta de información sobre el impacto real de la pandemia, mientras los epidemiólogos nicaragüenses temen que el daño ya esté hecho.

 

El único presidente desaparecido durante el auge del coronavirus se esfumó después del 15 de abril, para reaparecer el día 30, en ocasión del octavo aniversario del fallecimiento del comandante Tomás Borge, uno de los fundadores del FSLN. Ortega centró buena parte de su discurso –que esta vez duró una hora y veinticuatro minutos– en la defensa de Venezuela contra las “infamias” de Estados Unidos. Fue hasta media hora después de haber iniciado que habló del covid-19 para insistir en que la nación no puede inmovilizarse. También aseguró que quienes lo critican por no respaldar la cuarentena son los mismos que intentaron “destruir” el país.

Ortega reconoció este jueves tres muertes más ocasionadas por el covid-19, para un total de cuatro, pero recordó que en el país fallecieron 2,833 personas por diversas causas –algunas de ellas fueron accidentes de tránsito, suicidios, ahogamientos– entre el 11 de marzo y el 30 de abril. “Eso no lo vemos porque todos están pendientes del tal coronavirus, y es correcto, hay que estar pendientes, pero no podemos ser insensibles al dolor que están sintiendo todas estas familias”, dijo.  Siguió leyendo un informe y añadió que, frente a las muertes causadas por el virus, se dio también el “milagro” de 14,571 nacimientos.

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(Managua, 1980) editor y reportero, se define como "enamorado de las investigaciones periodísticas y fiel devoto de la crónica en América Latina". Su trabajo ha sido reconocido con el Premio Ortega y Gasset y el Premio Rey de España.


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