Un café, nada más

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Quedo de verme con un amigo en un Starbucks que queda “cerca de mi casa”. Hay tantos Starbucks cerca de mi casa (y de cualquier casa) que me veo obligado a preguntar, ¿en cuál de todos? Resulta ser el de Picacho. Media hora después estoy sentado en una terraza, debajo de la ubicua sombrilla verde, rodeado de niñas con uniformes idénticos y cigarro en mano. El calor raya en lo abominable. Pero no importa: quiero un café. Y lo quiero caliente; me acabo demasiado rápido los cafés fríos, y, por cincuenta pesos, más vale que me dure dos cigarros.
     Mi amigo llega. Nos saludamos. Caminamos hasta la cola y esperamos quince minutos para ser atendidos.
     —Hola, buenas tardes. Ah no, buenos días, ¿verdad?, todavía no son tardes —me dice la cajera, esbozando una amplia, amplia sonrisa.
     —Sí, buenos días —me río.
     —¿Qué vas a llevar?
     —A ver, déjame ver…
     Observo el menú, justo enfrente de mí. Tanto de donde escoger.
     —Un mocca
     —¿Blanco?
     —¿Perdón?
     —¿Blanco?
     —¿Cómo que blanco?
     —¿Con chocolate blanco?
     —Sí.
     —¿Caliente?
     —Por favor.
     —¿De qué tamaño?
     —¿Mediano?
     La cajera me enseña el tamaño mediano, luego el grande y luego el venti. El mediano es el chico, el grande el mediano y el venti el grande.
     —No, no, el chico no, el mediano.
     —O sea, ¿el grande?
     —No, no quiero el venti.
     —El grande es el mediano.
     —Entonces ¿el mediano qué es?
     —El mediano.
     Estoy confundido.
     —El grande, entonces.
     —Muy bien, ¿tu nombre?
     —¿Mi nombre?
     —Sí, ¿me lo das?
     —Daniel.
     —¿Gamiel?
     —¿Quién se llama Gamiel?
     —Perdón, ¿cómo te llamas? —dice sonriendo.
     —Daniel.
     —Ah, ¿Daniel?
     —Sí, Daniel.
     —Muy bien, Daniel.
     Pago.
     —Aquí te entregan tu café.
     Y me guía hasta la última parada de la línea de producción de Starbucks. Ahí, por cierto, hay ya diez personas en claro estado de desesperación.
     —Gracias.
     Después de un rato llega la palabra que más quería escuchar “Daniel”: seguido por: “Mocca blanco venti.”
     Un señor se para junto a mí al lado del café. Dice ser Daniel y haber pedido un mocca blanco venti. Yo lo pedí grande pero, pienso, entre tanta confusión, quizá me lo hicieron venti; después de todo, como bien me explicó Miss Sonrisas, el venti es el grande y el grande es el mediano y yo ya ni me acuerdo qué pedí.
     —Creo que yo también pedí un venti.
     —No, yo pedí el venti —me dice el señor.
     No pienso discutir, así que pregunto si hay algún otro mocca blanco grande para Daniel.
     —Sí, ahí viene: mocca blanco mediano, para Daniel. –

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