Foto: Ronald Preuß / CC BY-SA (https://creativecommons.org/licenses/by-sa/2.0)

Tres claves sobre Kraftwerk

A medio camino entre el futuro y la tradición, Kraftwerk abrió avenidas musicales inexploradas. Esta es una breve guía para recorrer algunas de ellas.
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Tras la muerte, el mes pasado, de Florian Schneider, mucho se ha escrito sobre el papel decisivo que Kraftwerk, la banda electrónica alemana que él y Ralf Hütter fundaron en 1970, tuvo en definir el curso de la música popular de los últimos cincuenta años. Medio siglo da perspectiva suficiente para apreciar la influencia que un artista ha proyectado, y la multitud de artistas que los han reconocido y siguen reconociendo es prueba de ello.

En estos sitios se puede leer más sobre la descomunal dimensión histórica del grupo, ver un documental muy completo sobre su trayectoria, o conocer todas las canciones que los han sampleado. Pero hay otras claves alrededor de la agrupación que, aunque tal vez menos discutidas, quizás ayuden a apreciar su obra con más profundidad.

 

1. La música y el concepto van siempre de la mano

Hütter y Schneider decidieron formar Kraftwerk, que significa “planta de electricidad”, poco después de coincidir en el conservatorio de su natal Düsseldorf. Partieron, como toda una generación de agrupaciones de Alemania Occidental, del krautrock –género que combinaba el rock psicodélico, la electrónica y el avant garde para formar piezas hipnóticas e improvisatorias, sin estructura ni dirección muy definidas– y se autodenominaron Musik Arbeiters –trabajadores de la música–. Con un cono naranja y blanco frente a su set instrumental,  empezaron a tocar en universidades, galerías de arte y cafés, ante una multitud a la vez curiosa y desconcertada, como se puede ver en este concierto.

Desde su primer disco, de 1970, Kraftwerk explora un imaginario tecnológico. Esto es evidente, por ejemplo, en el juego de palabras que da nombre a la pieza “Megaherz” (“mega-corazón”, y no la unidad de frecuencia, “Megahertz”) o en la afilada referencia de “Vom Himmel hoch” (“desde lo alto del cielo”): es el título de un himno de Martín Lutero que Bach utilizó en sus variaciones canónicas y que el dúo retoma en una pieza en la que el silbido de una bomba que cae desde el aire sirve para contraponer dos momentos clave de la historia de su país.

La célebre “Autobahn” (1974) es una transcripción sonora de un viaje en coche por autopista (atravesar Europa por auto, tren o bicicleta será otro tema recurrente). En algún momento del viaje se rompe “la cuarta pared” y se escucha el estribillo a través de la radio. El estribillo, (Wir) fahr’n, fahr’n, farh’n auf der Autobahn parece aludir al “Fun, fun, fun” de los Beach Boys, apropiándose de él en un contexto diferente.

Radio-Activity (1975) abre con los registros de un contador Geiger, que en un principios son distantes entre sí, pero se aceleran progresivamente hasta convertirse en el pulso de la canción que da título al ​disco​, que gira en torno a las emisiones radiales que circulan por los aires tanto como al fenómeno atómico en sí. A la par del coro se escuchan los pulsos de un mensaje en clave morse que le hace eco: “Radio-activity is in the air for you and me”, un gesto ingenioso y elegante para combinar tecnología y música. Hay referencias y guiños por todos lados.

Si Scnheider se referiría a sus primeros tres discos como “arqueología”, la historia moderna de Kraftwerk comienza con Autobahn, álbum bisagra con vestigios de sus orígenes krautrock (lo grabó y mezcló Conny Plank, productor gurú del movimiento): piezas largas y expansivas, en su mayoría sin letras, y en las que participan algunos instrumentos acústicos. Todas sus producciones posteriores serán electrónicas. Dejarán atrás la música instrumental, integrando letras de corte minimalista que con frecuencia resultaron visionarias, como “Computer Love” (la búsqueda del amor auxiliada por una computadora) o “Pocket Calculator” (que bien podría describir al antepasado del smartphone). Para la gira promocional de Autobahn adoptan la formación de cuarteto, al sumarse los percusionistas Wolfgang Flur, quien además creaba los visuales proyectados durante sus presentaciones en vivo, y Karl Bartos, quien más adelante participará en la composición.

 

2. Kraftwerk abreva de la tradición musical alemana

En una entrevista de 1978, David Bowie declaró que “lo que me apasiona sobre Kraftwerk es su voluntad de separarse del estereotipo de secuencias armónicas americanas y su entrega absoluta a una sensibilidad europea a través de su música.”

Esa sensibilidad europea se puede apreciar en distintos niveles. La hegemonía de los instrumentos de teclado favorece un discurso más contrapuntístico, frente a las texturas de acordes de guitarras, predominantes en el rock y el pop anglosajones. Del inicio de Kraftwerk 2 (1971), cuyas exploraciones tímbricas reverberan directamente con aquellas de Stockhausen, a “Numbers” (Computer World, 1981), cuya única melodía discernible –una nota nerviosa que sube y baja de altura continuamente, provocando una especie de “glissando”– podría describirse como atonal, haciendo un puente con Arnold Schoenberg y la segunda escuela de Viena, las referencias a la tradición alemana afloran a lo largo de sus discos.

La melodía del sencillo “Tour de France” (1984) es, seguramente por idea de Schneider, quien era flautista, una reproducción nota por nota del inicio de la sonata para flauta y piano de Paul Hindemith, compositor considerado exponente del “arte degenerado” por el régimen nazi. “Ohm, sweet Ohm”, pieza con la que cierra Radio-Activity, comparte la grandilocuencia del último movimiento de una sinfonía de Beethoven. Mi ejemplo favorito es “Trans-Europe Express”, del disco homónimo (1977), y cuyo video retrofuturista parece sacado de una escena de Metrópolis. Sobre una base que emula el avance de un tren sobre las vías, llega el primer tema musical (:04), una secuencia de siete notas que parecen apilarse de la más grave a la más aguda; poco después (:57) se escucha un silbato del tren que, tras pasar a toda marcha, baja de tono (1:07) debido al efecto Doppler, y la música junto con él. En esta nueva tonalidad aparece el segundo tema (1:33), un motivo de cuatro notas que se repite con ligeras variaciones. Más tarde llega una sección de desarrollo eminentemente percusiva (3:47), tras la cual se escucharán nuevamente los dos temas; ahora ambos están en la misma tonalidad (5:17). Esta secuencia de eventos remite inequívocamente a la forma sonata, estructura en la que dos ideas melódicas contrastantes se enfrentan, desarrollan y reconcilian, omnipresente en los primeros movimientos de cuartetos, conciertos y sinfonías de los periodos clásico y romántico. Kraftwerk miraba al pasado mientras inventaba el futuro.

 

3. La simbiosis entre el hombre y la máquina es un medio y un fin

Ralf y Florian se conocieron en un curso de improvisación musical, y la experimentación y la intuición fueron tan esenciales para su música como la ya mencionada tradición europea. Aunque enmascarillado, siempre hubo lugar para el error humano, presente tanto en sus grabaciones de estudio (por ejemplo, los “dedazos” en “Trans-Europe Express” y “Showroom Dummies”, o la desincronía del teclado en “Pocket Calculator”) como en sus interpretaciones en vivo ( en un concierto en 2014, ante una interrupción imprevista en “Autobahn”, Ralf Hütter comentó, con humor: “Nos quedamos sin gasolina”). A pesar de su aura mecánica, sus canciones nunca dejaron de tener algo de calidez.

“El cuerpo humano tiene una corriente eléctrica mínima –dijo una vez Hütter–. Como puede verse en un electrocardiograma, no hay separación entre los humanos y la tecnología, nos pertenecemos los unos a los otros, como una unidad.” Esta idea alcanza su cúspide con The Man Machine (1978), y su pieza-manifiesto “The Robots”, como vemos en esta interpretación: maniquís de rostros inertes, voces sintéticas, movimientos mecánicos y vestimentas idénticas que predican, sin rastro alguno de instrumentos acústicos: “Estamos recargando las baterías / y ahora estamos llenos de energía. / Somos los robots”.

En esos años, la banda se rodeó de un equipo de técnicos y matemáticos, sus “lauderos”, quienes ayudaron a construir el estudio Kling Klang –su mega corazón eléctrico–, un laboratorio sonoro de punta, optimizado a lo largo de los años para ser transportado en sus giras, lo cual les permitía interpretar en vivo con la precisión y fidelidad del disco. (En este artículo, ofrecieron una maravillosa y detallada explicación sobre su equipo.)

Este video de 1981 muestra la simbiosis en pleno funcionamiento. Frente al público, Kraftwerk interpreta la última pieza del concierto. Los cuatro Musik Arbeiter parecen alimentar a la máquina desde sus estaciones. Cuando terminan y salen del escenario, el Kling Klang continúa haciendo música. En 2008, Florian Schneider se retiró de Kraftwerk, pero el robot siguió tocando. Esa es la naturaleza de las máquinas.

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Compositor mexicano proclive a borrar las fronteras entre la música clásica y la popular. Ha compuesto cuatro óperas, así como música para teatro y cine. Es codirector de la compañía Ópera Portátil.


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