Pochismos cultos

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Se llama pocho al mexicano “agringado”, como dice brevemente César Macazaga (Vocabulario esencial mexicano): el que adopta formas de ser y de expresarse de los Estados Unidos. No es lo mismo que chicano: el ciudadano de los Estados Unidos de origen mexicano, que asume su identidad de manera más o menos militante (no todos los Mexican-Americans se consideran chicanos).

Francisco J. Santamaría (Diccionario de mejicanismos) supuso que pocho viene de pochi, un sonorismo de origen yaqui. Según Horacio Sobarzo (Vocabulario sonorense), pochi deriva del ópata potzi. En ópata se llama tacopotzi al animal rabón y potzico la acción de cortar o arrancar la hierba. En el español de Sonora se llama pochi a lo rabón: el animal sin rabo, la ropa rabona. También se llama pochi al pocho. Según Sobarzo, este uso es anterior al de pocho (que llegó a Sonora del resto del país) y puede derivar de que el pocho se desarraiga (como la hierba). Pero cabe también suponer que pochi se dijo del habla rabona de los pochos, como se dice que alguien habla un “inglés mocho” o un “español mocho” cuando no lo habla completamente.

Se llama pochismos a los usos peculiares del habla de los pochos y, en general, a los usos lingüísticos agringados. Son anglicismos, con una diferencia geográfica: los demás llegan de otras zonas de habla inglesa y están presentes en otros países de habla española y aun otras lenguas. Llamarle miss a la maestra de escuela es un anglicismo que viene de la tradición de contratar institutrices británicas, y se usa en español y en francés. Boomerang viene del inglés australiano y se usa en muchos idiomas. En español se usó tal cual hasta que fue castellanizado como búmeran (a diferencia de miss, que no se castellanizó).

En el va y viene de las influencias, hay casos notables. La palabra pochi pasa del español de Sonora al español de todo el país transformada en pocho, que vuelve como búmeran a convivir con pochi. La palabra footing es un anglicismo inventado en francés para referirse al ejercicio de correr (que no se llama así en inglés, sino jogging); y, sin embargo, se adoptó en España como galicismo. En México se dice simplemente correr, aunque muchas personas, cuando empezó la moda de hacer ejercicio así, decían jogging.

La adopción de un uso lingüístico del inglés pasa por varias etapas. Primero es visto como la intrusión de un cuerpo extraño, y por lo mismo señalado con advertencias (“como se dice en inglés”) o escrito entre comillas o en letra cursiva. Si prospera, es denunciado como innecesario o ridiculizado. Si sobrevive a las defensas que tratan de eliminarlo y circula ampliamente, acaba incorporado al uso normal (sin cursivas ni advertencias) y en lo posible se castellaniza. Pero, en muchos casos (como jogging), el uso desaparece.

Este proceso es normal, y está a cargo del consenso de los hablantes. De una manera más o menos anónima y misteriosa, la adopción, el rechazo y la propuesta de una alternativa ganan adhesiones. Por lo general, las propuestas artificiales no prosperan, aunque las proponga una autoridad en la materia, con excepciones raras como insumo, palabra inventada por Javier Márquez y Víctor Urquidi para traducir input en el Fondo
de Cultura Económica, que ahora se usa en todos los países de habla española. Prudentemente, las academias suelen abstenerse y esperar hasta que se produzca un consenso, de preferencia legitimado por buenos escritores.

La lenta formación de consensos hace que convivan soluciones distintas entre los hablantes, los escritores, los gramáticos y las academias durante años. Los nuevos medios complican la situación. No tienen tiempo de esperar un consenso normal y acaban por imponer lo primero que se les ocurre, que puede estar bien o no. Y, por supuesto, las primeras formas de adopción tienden a imponerse si las usan medios de mucha difusión.

Para que la imposición sea menos azarosa, la Agencia EFE creó en 1980 un Departamento del Español Urgente, que consultaba a especialistas para improvisar de inmediato un consenso razonable. Lo cual es oportuno cuando algo nuevo se vuelve noticia y todavía no tiene nombre en español. De esta iniciativa surgió en 2005 la Fundación del Español Urgente (www.fundeu.es), bajo el patrocinio técnico de la Real Academia Española y económico de la Agencia EFE y el banco BBVA. Paralelamente, en 2007 se creó la Fundación del Español Urgente México (//fundeumexico.org).

Sería bueno crear también (por lo pronto en la web) un organismo internacional de correctores de libros, revistas y periódicos de habla española para establecer consensos y uniformar las soluciones. El papel de los correctores está absurdamente subestimado, aunque en la práctica son ellos los que aplican las normas. Tienen más poder de hecho sobre la lengua escrita que las academias, los gramáticos e incluso los traductores y escritores (sobre todo los que se dejan publicar de cualquier manera, porque no les importa).

Hay varias clases de pochismos.

Los accidentales o personales, que no dejan huella porque resultan de las circunstancias del hablante, sin pasar al habla común. El pochismo consiste en usar muchas palabras en inglés cuando se habla en español, porque no se recuerdan o conocen las palabras correspondientes; o por afectación: para exhibir conocimientos de inglés o hacer sentir que la lengua española es incapaz de expresar ciertas cosas.

Los comunes entre los mexicanos que viven en las zonas fronterizas, o trabajan en los Estados Unidos, o en empresas o instituciones que llegan a México de allá. No está claro en qué medida coinciden con los usos del español de los chicanos.

Los especializados de las jergas del mundo de los deportes, la computación, los negocios, los medios, la economía, la medicina, la ingeniería, las ciencias, distintos de los anglicismos de otros países y lenguas. Los Estados Unidos se han vuelto la fuente principal de anglicismos en todas partes, pero la adopción no siempre toma la misma forma.

Los del habla general culta en México.

Los pochismos pueden darse en el vocabulario, las frases hechas, la construcción, la pronunciación, la ortografía, la tipografía y otros calcos lingüísticos.

Hay tanto escrito sobre los pochismos léxicos, que bastan dos ejemplos curiosos: guayín (que no lo parece) y ponchar (que parece y no lo es).

Se llama guayín o guayina al automóvil largo cuyo espacio de carga no es una cajuela oculta, sino más amplia y a la vista, con dos ventanas adicionales alineadas con las otras cuatro (de un sedán normal). En ese espacio (que se puede ampliar abatiendo los asientos traseros) pueden ir niños o equipaje o compras. Es una especie de camioneta creada para familias suburbanas más o menos numerosas. También se llama vagoneta, que traduce station wagon. Antes de ser un automóvil familiar, el station wagon era algo así como los taxis colectivos de los aeropuertos: un carro o diligencia pequeña de caballos o mulas que daba servicio a los pasajeros que iban a tomar el tren o llegaban. Tenía un estribo de entrada y otro de salida marcados way in y way out. Fueron importados a México y recibieron el nombre de guayín, que se usa desde mediados del siglo XIX. Concepción Lombardo de Miramón usa el término en sus Memorias, y (si mal no recuerdo) lo explica: guayín deriva de way in.

Ponchar es una palabra muy común en México, aunque ignorada o mal vista en los diccionarios. Santamaría la incluye con asco: le parece digna de “pochos y chafiretes”. Ponchar es reventar, y se aplica en tres casos: las llantas que revientan por una púa, los jugadores de beisbol que revientan (después de no pegarle a la pelota bien lanzada tres veces) y los estudiantes que revientan (en un examen). Lo más curioso del supuesto pochismo es que en inglés no se usa punch para ninguno de estos casos: se usa puncture para las llantas, strike out para el bateador, flunk para los exámenes. ¿En dónde está la influencia del inglés? Ponchar parece una variante de punchar, que se usa en español desde el siglo XV, y deriva en último término del latín pungere (punzar), según Joan Corominas (Diccionario crítico etimológico castellano e hispánico). Según el Diccionario de la Academia, puncha es “púa, espina, punta delgada y aguda” y punchar es “picar, punzar”, palabras que, en último término, vienen del latín punctus: punto.

Es un pochismo pronunciar en inglés las palabras no inglesas. La regla (en español y otros idiomas) es pronunciar en la lengua que se está hablando o en la original. Bartók es un apellido húngaro que leído en español debe pronunciarse como palabra aguda: /bartóc/. En húngaro se pronuncia igual: con acento en la o. (Toc toc. ¿Quién es? Bartók, el que compuso un rock en la lengua de Oc.) ¿De dónde sale pronunciarlo /bártoc/? (Béla estaba hártoc de que le dijeran bártoc.) De leerlo en inglés.

Nobel es un apellido sueco de origen francés que en español debe pronunciarse como novel, y que en francés y en sueco se pronuncia igual. ¿De dónde sale pronunciarlo /nóbel/? De leerlo en inglés. Lo mismo sucede con Garamond, el gran tipógrafo francés del siglo XVI, que los tipógrafos mexicanos llaman /gáramond/, en vez de /garamónd/. Y con Stendhal, que puede pronunciarse /stendal/ o /standal/, pero no /sténdal/. Infinitum es una palabra latina que en español se pronunciaría /infinitúm/ y en latín /infinítum/, pero los anuncios de Teléfonos de México pronuncian /infínitum/, que es un pochismo.

Robert A. Fradkin (The well-tempered announcer: A pronunciation guide to classical music) publicó un libro para locutores de radio, que sería bueno ampliar para toda clase de nombres propios en una base de datos escuchable en la internet. Al teclear un nombre, se escucharía la pronunciación correcta en la lengua original. No es un proyecto tan costoso, si se obtiene la cooperación de las embajadas respectivas. Lo sería, de incluir la pronunciación recomendada en español, para hacer algo semejante a lo que tiene la cadena Voice of America (//names.voa.gov), que incluye la pronunciación recomendada en inglés de los nombres extranjeros que están en las noticias.

Otro pochismo sumamente culto es construir plurales con la gramática latina por imitación del inglés, cuya tradición es la adopción indigesta de palabras extranjeras, a diferencia de la tradición española que las asimila y castellaniza. En español conviven curriculum y currículo, que finalmente desplazará la palabra latina. Y, en congruencia con esto, aparecieron el plural currículos y el adjetivo curricular. No es imposible que aparezca curriculitis para referirse a la inflamación del ego que aspira a más. Lo incongruente es usar curricula, en vez de currículos, por imitación, no del latín, sino del inglés.

En el catálogo de la Biblioteca del Congreso (www.loc.gov) los títulos de los libros están con minúsculas, excepto las palabras que ortográficamente requieren mayúsculas: la primera, los nombres propios, etcétera, como en cualquier texto en prosa. En el anexo bibliográfico del Oxford English Dictionary (al final del tomo 20), los títulos de los libros están escritos de la misma manera. Sin embargo, los diseñadores gráficos suelen usar muchas mayúsculas en las carátulas de los libros, en los anuncios de periódico, en los letreros comerciales. The Chicago manual of style (que es la biblia de los editores) codifica cuáles palabras sí y cuáles no deben ir con mayúscula (por ejemplo: The Chicago Manual of Style). En español, al citar un libro escrito en inglés, hay que seguir las normas de la ortografía en inglés, pero no hay razón para seguir las de Chicago sobre tipografía.

At the end of the day es una muletilla que se ha difundido (y ridiculizado) en los Estados Unidos como supuesta elegancia para no decir: In conclusion. Ahora hay mexicanos elegantes que sueltan por aquí y por allá: “Al final del día”… ~

 

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(Monterrey, 1934) es poeta y ensayista.


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