Las razones del aplauso

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Decir que el arte es un reflejo de nuestros tiempos es, sin duda, un lugar común. No obstante, es un lugar común cierto. El cine, en particular, va de la mano, década tras década, del Zeitgeist de la cultura de donde proviene y en la que es recibido. ¿Qué tanto del cine norteamericano de los años setenta fue resultado de la guerra de Vietnam?, ¿qué tanto del neorrealismo italiano proviene de los horrores de la Italia de posguerra? El cine, en ambos casos, se nutrió –como reflejo, como antípoda– del pulso del país que lo vio nacer. Hoy, en la “aldea global”, con una oferta tan amplia y una cartelera ocupada perennemente por cintas palomeras, la mejor manera de palpar el rumbo del cine es leer a los críticos y, por supuesto, ver qué se premia en los grandes festivales.

Cada año una película destaca por encima de las demás, tanto a la hora de recibir aplausos de los conocedores como de acumular galardones. En 2006 el turno le tocó a la fantástica La vida de los otros. En 2007 la elegida fue 4 meses, 3 semanas y 2 días, de Cristian Mungiu. Recibida con el aplauso unánime de la crítica, esta cinta rumana trata sobre un embarazo no deseado en la Rumania comunista y sobre lo que dos amigas llevan a cabo para interrumpirlo. Por lo pronto, los críticos no se han decidido entre alabar las proezas estrictamente formales de 4 meses… o, como suele ocurrir cuando una película habla de un tema controversial, celebrar lo que la película significa, lo que dice del régimen comunista y el aborto. Es importante señalar que el arte puede funcionar en ambas esferas. Por poner un ejemplo clásico: el Guernica de Picasso es una obra maestra tanto desde el punto de vista estético como del moral. Es, por un lado, el pináculo del cubismo y de la carrera de uno de los artistas más importantes del siglo XX y, por el otro, una denuncia insoslayable, un recordatorio concreto de los horrores de la guerra.

¿Qué tan innegable es la valía de 4 meses… como obra de arte? Más importante, ¿qué tan crucial es lo que denuncia? ¿Y qué dice de nosotros el hecho de que la hayamos nombrado “la mejor película del año”?

Actuada a la perfección por Anamaria Marinca y Laura Vasiliu, 4 meses… cuenta la historia de Otilia y Gabita, dos amigas universitarias que emprenden un sórdido viaje al mundo del mercado negro con el fin de terminar el embarazo de la segunda (Vasiliu). Lo que ocurre en las siguientes veinticuatro horas es, en una palabra, aterrador; puede que la cinta de Mungiu sea la película más incómoda de los últimos años.

Filmada con un ojo austero y parco, la atmósfera recrea un universo de concreto en donde nada puede crecer (en toda la cinta lo más vivo que vemos es un pez en una pecera), por lo que no sorprende la decisión –inicial– de ambas amigas. Sin embargo, la trama está repleta de agujeros. Un cineasta más convencional quizá los habría avizorado, pero Mungiu parece trabajar dentro de los cánones del cine de arte europeo contemporáneo (su estilo se asemeja al de los hermanos Dardenne) y, por lo tanto, no cree en el empleo de herramientas que serían imprescindibles para cualquier otro director. Desdeña, por ejemplo, el uso de justificaciones psicológicas e historias pasadas para retratar a sus personajes, dejándolos así como títeres que, vencidos desde el primer minuto, no tienen de otra más que obedecer los designios de su temperamental creador. El personaje de Otilia, en particular, termina resultando incomprensible: dada a la tarea de ayudar a su amiga a abortar, la joven rumana tiene que tomar –justo a la mitad de la película– una decisión que, en cualquier contexto y circunstancia, resulta poco creíble. De ahí en adelante las cosas no mejoran. Aunque dotado con un oído genial para el diálogo, Mungiu rápidamente cae en lo artificioso (un cuchillo como dispositivo dramático, una ambulancia como símbolo ominoso que jamás cristaliza) y culmina en lo gratuito con una toma que, para una cinta que luce por su contención, resulta francamente burda.

Poniendo en duda el contenido meramente narrativo, la película debe ser apreciada, entonces, por lo que dice de “su tiempo” (en este caso, el régimen comunista), o bien, por lo que intenta expresar (que el aborto tiene consecuencias nefastas). A decir verdad, la cinta de Mungiu no refleja un mundo comunista sino uno donde la gente es, si acaso, una mierda (y eso puede ocurrir en cualquier país y bajo cualquier régimen). Lo que les termina ocurriendo a ambas chicas no es resultado del momento en que viven sino de su propia incapacidad para oponerse a la brutalidad que les es sugerida. A diferencia de lo que ocurre en, digamos, La vida de los otros, estos personajes no se ven orillados a la tragedia por sus circunstancias sino por un deseo incomprensible de ayudarse unos a otros frente a una alternativa que, para ser francos, tampoco es la muerte: tener un hijo no deseado. Lo anterior queda de manifiesto en una secuencia en que la lógica se rompe: Otilia debe decidir si es violada o no por el doctor que practicará el aborto.

Es la única alternativa: o entrega su cuerpo o su amiga tiene al niño. Ese es el motivo que flota en la superficie y, no obstante, en el fondo de la disyuntiva no parece haber nada: nunca vemos un vínculo suficientemente fuerte entre ella y Gabita, así como jamás observamos que se pregunte, ni por un instante, si posibilitar el aborto amerita el ser violada. La película parece querer decirnos que esto pasa con los doctores comunistas cuando el aborto no es legal. No lo creo. Eso pasa cuando tu doctor es un psicópata que carga, como ocurre en la cinta, una navaja junto a sus utensilios abortivos. O bien, eso ocurre cuando un director sexista crea dos personajes, ambos mujeres, que son incapaces de decir que no. Vaya, es como si a uno le preguntaran si prefiere que le corten un dedo, un brazo o una pierna y, sin titubear, ofrece el cuello.

Entonces, ¿qué es lo que ven los críticos y los festivales? Habrá quien diga que premiar 4 meses… es premiar al cine independiente: seco, austero, contundente, sin concesiones. Un cine que se atreve a retar, que no parpadea, que denuncia. Todos estos términos le quedan a la película de Mungiu; sin embargo, yo propongo otra teoría: el éxito de 4 meses… hay que atribuirlo a los temas que pretende tocar. Es una cinta que intenta denunciar el mundo comunista y que, si uno escarba un poco, también aspira a denunciar la práctica del aborto. Al acabar de verla recordé otra cinta –hollywoodense, pero no por eso menos exitosa–, Juno, en la que una adolescente embarazada decide tener a su hijo y darlo en adopción. Juno pretende “decir la verdad” y lo que termina haciendo (para ser benévolos) es trivializar un tema tan duro como un embarazo no deseado. Resulta imposible verla y creer que, en el siglo XXI, todavía haya público para una versión tan maquillada de la realidad: los adolescentes hablan como adultos, los adultos hablan como niños y el tener a un hijo y luego darlo en adopción no deja atisbos de cicatrices ni heridas (Hollywood en su máxima expresión). Aunque me quedo con el gris realismo de Mungiu cualquier día de la semana, ambas cintas parecen ser síntomas de la misma enfermedad. Al parecer los críticos (y, juzgando por las nominaciones de Juno, también los miembros de la Academia) consideran que, por el solo hecho de denunciar tibiamente el aborto –o el comunismo–, hay cintas que merecen nuestra indivisible atención. Caray. ¿Quién hubiera pensado que, a estas alturas, resultaríamos tan conservadores? ~

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