Eterna Cadencia: el catálogo como constelación

En entrevista, Leonora Djament, directora editorial de Eterna Cadencia, explica por qué un catálogo es una serie de conversaciones entre títulos, y no la suma de libros buenos ni un reflejo de los gustos personales del editor.
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La primera vez que escuché el concepto de “catálogo como constelación”, en referencia al trabajo de la editorial argentina Eterna Cadencia, recordé la sorpresa con la que leí, hace unos años, acerca de la Biblioteca Warburg. Su fundador, Aby Warburg, comenzó en 1901, en Hamburgo, uno de los proyectos de lectura más excéntricos del siglo XX. La importancia de su idea no residía en la colección, sino en el modo en que estaba organizada, que pasó a ser su característica primordial: textos colocados uno al lado de otro en combinaciones no siempre lógicas a simple vista, en lo que Warburg denominaba “la ley del mejor vecino”. Así, el lector, a través de una asociación inesperada o insólita, hacía un “descubrimiento” que de otra manera habría sido improbable. Fritz Saxl, quien fuera director de la biblioteca después de Warburg, dijo que la intención de esas peculiares agrupaciones y conexiones era guiar al lector para que pudiera percibir las fuerzas de la mente a lo largo de la historia y expresar “el pensamiento de la humanidad en sus aspectos constantes y cambiantes”. Casi un siglo después, Wendell V. Harris,  hizo eco de ese concepto: “[Un canon] se construye a partir de cómo se leen los textos, no de los textos en sí mismos”.

Las “constelaciones” que Eterna Cadencia propone  en su catálogo se pueden observar en el cartel que la editorial publicó en 2018, durante las celebraciones de su décimo aniversario. El diseño evoca un firmamento crepuscular en donde los libros, agrupados en series dibujadas por los editores, se extienden a lo largo y a lo ancho de ese cielo literario. Así, por ejemplo, Mavis Gallant está conectada directamente con Julia Deck; Machado de Assis, con Juan Rulfo; Boris Groys, con Michel Foucault. Hay constelaciones pequeñas, o nacientes, de tres o cuatro libros, y otras muy complejas, tanto en forma como en alcances textuales, con decenas de títulos. Pero sobre todo es llamativo lo que esta lectura de afinidades comienza a insinuar o a despertar en el observador: poco a poco vemos aparecer lectores imaginarios, con sus idiosincrasias singulares; y los volúmenes, como en la Biblioteca Warburg, empiezan a hacer ignición con sus vecinos, a sugerir un sistema mucho más complejo. Pero estos “son solo algunos recorridos posibles por nuestro catálogo –dice Leonora Djament, directora editorial–. Hay muchos otros. Supongo que cada lector armará en su cabeza sus propios recorridos y sus propias conversaciones con nuestros libros. Ojalá. O no; tal vez los lectores no identifican esas constelaciones y los libros se van sumando azarosamente: eso también es interesante”.

En diciembre de 2005, tres años antes de la creación de la editorial, Pablo Braun había inaugurado la librería Eterna Cadencia en el barrio de Palermo, en Buenos Aires. Quería que fuera una librería “muy literaria”, y su intención al nombrarla así era, en sus palabras, “reflejar un poco el desasosiego que a veces produce la literatura: la eterna cadencia, el eterno aprendizaje”. La librería  adquirió rápidamente una personalidad propia y se convirtió en una referencia: sus listas de títulos más vendidos nunca coinciden con las de los best sellers que aparecen en la prensa, y a veces da más la sensación de biblioteca que de librería. Desde los primeros años, Braun pensaba en “la posibilidad de armar una editorial, y yo venía de trabajar en editoriales grandes desde hacía varios años y quería un cambio –dice Djament–, quería trabajar con otra concepción sobre el libro”.

Djament había estado desde 1996 en la filial de Alfaguara en Buenos Aires, primero en prensa y luego como editora de ensayo. De ahí pasó a Norma, en donde fue directora editorial por nueve años y aprendió cómo administrar una editorial, pero la experiencia se hacía cada vez más comercial y corporativa. En octubre de 2007 tomaron la decisión de iniciar con Eterna Cadencia Editora, y su primer título se publicó al año siguiente: Cuarteto para autos viejos, una breve novela de Miguel Vitagliano. “Nos importaba mucho la ficción latinoamericana, tanto las nuevas escrituras como los clásicos. Nos interesaba también que la editorial mantuviera lo mejor de la librería y a la vez que creara su propio camino, que inscribiera su propio tono.”

Una de las peculiaridades distintivas de Eterna Cadencia es que no está estructurada a partir de colecciones, sino de una manera más orgánica: a través del desarrollo, entre intencional, azaroso y rizomático, de líneas temáticas no siempre obvias para el lector. Son libros que se intercomunican, que van formando series de ficción, ensayo y textos híbridos, y cada uno de ellos debe de tener una relación, aunque sea lejana, con una totalidad.

“De manera muy consciente pienso en el catálogo completo. Siempre”, dice Djament al explicar el procedimiento a través del cual selecciona nuevos títulos. Hay dos grandes filtros en el proceso: las características intrínsecas del texto, su calidad literaria, pero sobre todo cuál será su relación con el resto de los libros ya publicados por la editorial. “La idea de constelación, como yo la imagino, tiene un doble movimiento: por un lado, son series que arman los libros entre sí, en relación a lo que tienen de parecido. Por ejemplo, novelas que trabajan con la memoria y la historia como material o bien ensayos de y sobre la Escuela de Frankfurt. Pero también constelaciones (en un sentido adorniano) donde un título discute, se contrapone con otros o actualiza una discusión en el tiempo. Cada libro nuevo participa de esas discusiones y le aporta una mirada. Ningún libro entra ‘hablando solo’ en el catálogo. Y eso es así más allá de que un libro sea bueno. Un catálogo no es una suma de libros buenos.” Djament confirma esta idea con algunos de los títulos que han publicado: “La habitación del presidente, de Ricardo Romero, habla con Distancia de rescate, de Samanta Schweblin, y Pequeña flor, de Iosi Havilio”.

Eterna Cadencia publica autores que trabajan con la lengua en primer lugar: “[queremos] poner en circulación escrituras potentes: nos interesa más la escritura que la trama; lo que importa es cómo está hecha, en términos de artefacto estético”. A la editorial le interesa también, y mucho, su función social: libros que tengan algún tipo de actualidad y que participen en la cultura y en la política de una sociedad; que digan algo respecto al presente; que hagan evidentes ciertas discusiones, problemas y palabras. Aunque algunas veces, editando escritores olvidados, de igual forma se produce un fenómeno nuevo que genera cierta conexión con un problema actual. “No me interesa el catálogo que es definido como aquel que refleja los gustos personales del editor”, afirma Djament. En el catálogo hay cierto azar, “pero luego, en la interacción con el mercado –con los lectores, con los críticos literarios, con los libreros– es como uno va afinando esa búsqueda: hay un calibrar permanente”.  Se aprecia una mezcla de autores nuevos, consagrados y clásicos, y también, por supuesto, están las traducciones, en especial de ensayo; traducciones “muy cuidadas en todo sentido: que haya una reflexión sobre qué significa traducir, a qué lengua se traduce cuando se traduce para toda una región, qué significa volver a traducir clásicos”.

Desde su concepción, Eterna Cadencia marcó un rumbo internacional muy claro. Nunca se concibió a sí misma como una editorial exclusivamente argentina, sino que quería alcanzar a  todos los países de habla hispana. El primer factor de esta decisión es simbólico: “Durante las últimas décadas en América Latina leíamos sobre todo lo que los grandes grupos españoles dictaban (traducían, publicaban) y a su vez se definía desde la península qué autores latinoamericanos circulaban por América Latina. Durante mucho tiempo el recorrido de los libros fue axial, desde España hacia América Latina. Afortunadamente desde hace unos años, gracias a la vitalidad de las editoriales pequeñas y medianas latinoamericanas, los escritores latinoamericanos no tienen que consagrarse necesariamente en España para ser leídos en América Latina (o si sucede es en menor medida)”. El segundo factor es económico: de sus títulos se imprimen entre mil y dos mil ejemplares, de los que un porcentaje importante –entre el veinte y el treinta y cinco por ciento– se exporta, ya sea a empresas de distribución o directamente a una librería. “Para que fuera viable la publicación de varios de los libros era necesario pensar en un territorio más amplio que nuestro país. A la hora de pensar qué libros publicar, pensamos no solo en las discusiones locales, sino en las de la región.” La experiencia editorial de Djament fue decisiva en este aspecto: “Los grandes grupos han pensado mucho el negocio del libro –afirma–; hay que aprender del modo en que han pensado”.

Hoy, doce años después de su creación, Eterna Cadencia cuenta con 217 títulos, unos dieciocho por año. En su primer aniversario los editores hicieron selecciones con lo mejor de su catálogo: los cinco más tristes, los cinco sobre el amor, etcétera. En los cinco clásicos fundamentales agruparon Tres cuentos, de Flaubert, El doble, de Dostoievsky, Hijo de hombre, de Roa Bastos, Juntacadáveres, de Onetti, y la obra completa de Rulfo. “No es una literatura convencional, cómoda, [sino] con cierta exigencia –dice Djament–. La novela de entretenimiento no está en nuestro catálogo.”

Si pensamos en el espacio donde se gestó la editorial, quizá sea natural encontrar la lógica de su catálogo en esa zona de descubrimiento que para el lector significa la visita a una librería: Eterna Cadencia como una editorial que complejiza las inquietudes de un lector complejo. “Diría que en el fondo para mí la edición es una forma de seguir pensando: la edición como forma de exploración y formación permanente. […] Me gustaría que nuestros libros, tanto de ficción como de ensayo, les sirvan a los lectores no solo para ser más felices, sino también para pensar, para que se les revele algo del mundo: que les ayude a construir alguno de esos momentos epifánicos en que uno levanta la cabeza del libro y dice ‘ah, claro, así funciona el mundo’.”

 

 

Este artículo es parte de una serie sobre editoriales literarias sobresalientes por su catálogo, su proceso editorial o con características distintivas e inesperadas.

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(Guanajuato, 1976) es editor en Gris Tormenta, una editorial de ensayo literario y memoria.


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