Visiones mexicanas en Visions du Réel 2021

El cine documental acerca a sus espectadores a una realidad desconocida, aún a pesar de la distancia obligada en estos tiempos. Este año, en Visions du Réel, las visiones de la realidad mexicana tuvieron un lugar preponderante.
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En abril de 2020, cuando era claro que la pandemia no iba a ser controlada en poco tiempo, y que los calores de la primavera y el verano tampoco iban a alejar al virus, los festivales de cine programados desde marzo tuvieron que tomar decisiones apresuradas. Algunos, como sucedió en nuestro país con el Festival de Guadalajara, decidieron posponer el encuentro para fines de año; otros, como los de Cannes o Munich, decidieron cancelar todo. Y otros más optaron por organizar sobre la marcha, y a partir de la infraestructura digital que suelen usar para sus secciones de mercado, la variante que predominó el año pasado: los festivales en línea.

Visions du Réel –uno de los festivales especializados en cine documental más influyentes del mundo, que se organiza todos los años a fines de abril en Nyon, Suiza– fue el primer gran festival fílmico que decidió seguir adelante, a pesar de la pandemia. Su exitosa versión en línea, además, estuvo abierta a cualquier cinéfilo con conexión a internet. En 2021, tras la experiencia del año previo, Visions du Réel anunció su emisión número 52 completamente en línea, aunque, a unos días de la inauguración, las autoridades suizas anunciaron la apertura de cines, teatros y auditorios. Así que los organizadores tuvieron que preparar, otra vez sobre la marcha, una emisión híbrida que permitió a los residentes suizos asistir a los cines (con aforo reducido y otras medidas sanitarias de rigor, por supuesto), mientras que el resto de invitados, cineastas y críticos seguimos la competencia a la distancia.

El festival de este año resultó ser particularmente importante para nuestro país. En primera instancia, porque se presentó un merecido homenaje a la salvadoreña-mexicana Tatiana Huezo, una de las mejores documentalistas nacionales contemporáneas al lado de Everardo González, Juan Carlos Rulfo y, por supuesto, el decano Nicolás Echavarría. A este último, la propia Huezo lo reconoció como una de sus influencias más importantes, pues presentó y comentó el clásico del cineasta nayarita Poetas campesinos (1980) como parte de su master class. En Visions du Réel se exhibieron, entonces, los dos largometrajes de Huezo, El lugar más pequeño (2011) y Tempestad (2016), cinco de sus cortometrajes, y otro filme más, Trópico de Cáncer (2004), dirigido por Eugenio Polgovsky (1977-2017), otra de las figuras inspiradoras reconocidas por la cineasta.

Además de la dominante presencia de Huezo, el cine mexicano se presentó con largueza tanto en competencia como fuera de ella, pues se mostraron diez filmes –tres en el propio festival y siete en el Film Market– en busca de compradores y distribuidores. En la sección de largometraje internacional –la más importante de las cinco divisiones competitivas del festival– se presentó Users (E.U. – México, 2021), de la cineasta sonorense-sinaloense Natalia Almada. Este es un contemplativo videoensayo poético de su experiencia personal sobre la maternidad, en un mundo cada vez más dominado por las máquinas. Una segunda coproducción mexicana-estadounidense, presentada en la sección Latitudes, fue Dirty feathers (2021), dirigida por Carlos Alfonso Corral. Esta se ubica en El Paso, Texas, y se centra en las comunidades marginadas de los dos lados de la frontera. Una crónica en tiempo presente que no se logra desembarazar, por completo, de la inevitable etiqueta de cine de la pornomiseria.

En la sección de mediometrajes y cortometrajes internacionales se presentó Temporada de campo (2021), que resultó ser la mejor cinta mexicana en competencia y fuera de ella. Es un notable documental de 65 minutos de duración dirigido por Isabel Vaca, con la colaboración clave de la veterana y multipremiada editora Valentina Leduc y la sensible banda sonora de Galo Durán. He aquí una empática crónica de maduración y crecimiento juvenil en la que seguimos a Brayan, un chamaco que vive en algún pueblito de Jalisco, cercano al rancho ganadero La Punta, que se dedica a criar toros de lidia. El título del filme juega, capciosamente, con el escenario que vemos –los campos abiertos de Jalisco– y el apellido del protagonista, “Campos”, del que Brayan reniega, una y otra vez. Criado por su mamá y sus abuelos maternos, Brayan no conoce a su padre más allá de las fotos de la boda que conserva su mamá, pues hace once años se fue a Estados Unidos y no volvió. En todo caso, Brayan tiene muy claro que no quiere ser como él, pues sabe que alguna vez estuvo en la cárcel y “dicen que es muy borracho”.

Lo que sí quiere ser Brayan es un vaquero como su abuelo y todos sus tíos, o –¿por qué no?– un torero. No le gusta la escuela, se queja de la telesecundaria a la que asiste y cuenta, sin tapujos, sus tácticas para hacerse el enfermo. Su horizonte de vida plena es montar a caballo, lazar un torete, herrar reses y echarles la mano, cual entusiasta aprendiz, a los recios trabajadores del rancho en la preparación y envío de algún impresionante toro de lidia. Brayan sabe que esas semanas de felicidad, esos chapuzones en las aguas oscuras de algún canal de riego con su perro Rayita, esa cariñosa crianza del bravo becerro Pancho que no deja de darle topes, esa cacería de pájaros con su buen rifle de postas, no van a durar mucho, pues la “temporada de campo” se refiere también al verano en que el chamaco vive con sus abuelos, mientras llega la fecha de regresar a la aborrecida escuela.

La debutante Vaca (qué apellido tan oportuno, por cierto) no juzga y, por supuesto, no condena. Observa al adolescente, a su familia y al escenario que les rodea con la perspicacia suficiente como para compartirnos, sin artificio alguno, el ethos en el que está creciendo Brayan, sus juegos perturbadores y dizque infantiles de sicarios contra sicarios –porque en el Jalisco de hoy, ¿quién juega a policías y ladrones?–, su rudo aprendizaje de lo que significa ser un hombre en ese contexto, y su muy articulada defensa de esta forma de vida a la que evidentemente no desea renunciar.

Pero, ¿qué nos dice a los que vemos todo esto en la pantalla, desde fuera? Trepado en una cerca con uno de sus primos, Brayan lanza el desafío: uno tendría primero que ir a ver, para hablar y saber. Vaca nos ha presentado esa oportunidad: ya vimos y ya sabemos. Y de alguna manera, aunque sea vicariamente, ya lo vivimos.   

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(Culiacán, Sinaloa, 1966) es crítico de cine desde hace más de 30 años. Es parte de la Escuela de Humanidades y Educación del Tec de Monterrey.


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