Toronto 2016: diez títulos memorables

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Hacia fines de cada año se configura una lista: películas que aún no llegan a cartelera pero que pronto catapultarán carreras, confirmarán prestigios, merecerán la atención de la crítica y serán tema de sobremesas. Por añadido, obtendrán reconocimientos en las entregas anuales de premios.

Una de las funciones no oficiales de los festivales de cine es generar esta lista. En su recorrido desde Sundance, en enero, hasta Venecia, en septiembre, algunas películas generan el llamado buzz: rumores entusiastas que crecen de un festival a otro y que no dependen del palmarés oficial.

El Festival Internacional de Cine de Toronto (TIFF) arroja un borrador más o menos definitivo de esta lista. Cierra el circuito anual de festivales de categoría “a” y recoge sus títulos más sonados. Y aunque otros festivales otorgan un “premio del público”, el del TIFF es visto como un oráculo que anuncia qué película podría dominar las categorías del Óscar. Ya que algunos jurados no toman en cuenta la capacidad de una cinta para reflejar el clima cultural, el TIFF reintegra el factor zeitgeist a la ecuación. Las compañías distribuidoras están atentas al efecto que tiene cada película en los asistentes. Por tanto, es el festival que determina la agenda de cine del año por venir.

A continuación, un atisbo a esa lista/agenda generada en el TIFF reciente. La lista sigue un orden de preferencia personal.

Elle, de Paul Verhoeven.

El más fascinante de los muchos personajes con secretos turbulentos que ha interpretado Isabelle Huppert. Tras ser violada en su casa por un intruso, Michèle cultiva en la misma medida deseos de venganza y fantasías sexuales relacionadas con el ataque. Ambos anhelos se verán satisfechos en un desenlace que ilustra la noción de erotismo propuesta por Georges Bataille: el deseo que deriva de transgredir lo prohibido. Tras 45 años de carrera, una obra perfecta del holandés Verhoeven.

La La Land, de Damien Chazelle.

Solo un cínico no sucumbiría al encanto de este musical. En Los Ángeles, una aspirante a actriz (Emma Stone) y un devoto del jazz (Ryan Gosling) persiguen sus sueños e intentan hacerlos compatibles con su romance. Aunque la historia se sitúa en el siglo XXI, su diseño de producción, referencias cinematográficas y uso de arquetipos del género hacen un homenaje al Hollywood clásico. Pero ojo: tal y como hizo en Whiplash, Chazelle muestra el lado b del mito. Si en su debut abordaba la parte oscura del perfeccionismo artístico, aquí se niega a conceder a sus personajes un destino “de película”. La La Land es vital pero no ingenua ni escapista; por tanto, un musical moderno.

Jackie, de Pablo Larraín.

Una inquietante deconstrucción del mito de Jackie Kennedy. Alternando tres momentos claves en la vida de la primera dama –el tour de remodelación de la Casa Blanca, los funerales de jfk y la entrevista que ella dio luego a Arthur Schlesinger Jr.– el guion de Noah Oppenheim muestra la evolución de Jackie (Natalie Portman, estupenda) de esposa con pedigrí a guía de una nación huérfana. Nunca la Casa Blanca había lucido tan fantasmal –sello inconfundible del cine de Larraín, uno de los autores más arriesgados de la actualidad.

Nocturnal animals, de Tom Ford.

La segunda incursión al cine del también diseñador de moda tiene efecto de veneno lento. Un primer acto hiperestilizado presenta a una dealer de arte (Amy Adams) cuyo aspecto y estilo de vida evocan la publicidad de Gucci, marca de la que Ford fue director creativo. Pronto la mujer se sumerge en un relato paralelo cuando lee la cruda novela escrita por su exesposo. Las decisiones de vida erróneas, los terceros afectados y formas crueles de venganza son tema de ambas historias. El poder de Nocturnal animals está en la mirada ácida de Ford a un mundo que conoce bien.

Arrival, de Denis Villeneuve.

Sin preámbulos, Villeneuve pone al espectador en la inefable situación de ver al mundo invadido por naves alienígenas. Una experta en lingüística (Amy Adams) es elegida por el ejército de Estados Unidos para averiguar la intención de los visitantes. Tan asustada como cualquiera, la lingüista decodifica los glifos extraterrestres. El rigor estético en las escenas de contacto es un logrado homenaje a Kubrick. El tono nostálgico de las imágenes en las que se revela el mensaje evoca al Solaris de Tarkovski. Emotiva y cerebral, la mejor ciencia ficción en años.

Aquarius, de Kleber Mendonça Filho.

Una mujer llamada Clara (Sonia Braga, vigorosa) se niega a ceder su departamento a una firma constructora. Aquarius hace dos retratos: el de un urbanismo corporativo que sacrifica sitios emblemáticos y el de una mujer que ha hecho de su vivienda parte de su identidad. Mendonça Filho acompaña a Clara en sus viajes al pasado dando a la cinta un tono lírico que, súbitamente, vira hacia el thriller. Aquarius muestra el poder de un relato que no se ciñe a fórmulas de guion.

Manchester by the sea, de Kenneth Lonergan.

Tras la muerte de su hermano mayor, un plomero (Casey Affleck) es designado custodio de su sobrino. Su renuencia a hacerse cargo se explica a través de flashbacks que revelan una historia de pérdidas. Pocas películas incorporan con tal eficacia escenas retrospectivas, crean tensión en el relato y desvelan poco a poco el misterio del desapego afectivo del protagonista.

Toni Erdmann, de Maren Ade.

Una comedia alemana de casi tres horas de duración suena a desafío. Su premisa no ayuda: un padre bromista percibe a su hija como adicta al trabajo y quiere devolverle la alegría de vivir. La cinta supera estos retos tomando partido por el personaje de ella y mostrándolo a él como intrusivo y patético. El humor incómodo llega al clímax en una escena de antología que incluye a una criatura peluda. Para muchos, la cinta que debió ganar en Cannes.

Into the Inferno, de Werner Herzog.

En su recorrido por volcanes del mundo, Herzog describe la lava como “fuego al que no le importa lo que hacemos arriba”. A esta visión antiarmónica de la naturaleza se suma otro identificador de su obra: intercambios delirantes con personajes ídem, como el paleontólogo que grita “¡bingo!” cuando encuentra piezas de un cráneo, o los muchos norcoreanos que afirman que Kim Jong-il nació dentro de un volcán.

Moonlight, de Barry Jenkins.

En el Miami de los ochenta, un niño afroamericano es víctima de estigmas y de una introversión no apta para sobrevivir en su entorno. Años después, tras construir una identidad defensiva, aún lucha por reconciliarse con su orientación homosexual. Moonlight explora cómo los modelos convencionales de masculinidad sofocan a individuos de ciertas comunidades. Mi rechazo a una dirección que percibo artificiosa me coloca en una minoría: no la considero la mejor película del TIFF. Pero es una mención obligada, será de las cintas más celebradas de 2017. ~

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es crítica de cine. Mantiene en letraslibres.com la videocolumna Cine aparte y conduce el programa Encuadre Iberoamericano. Su libro Misterios de la sala oscura (Taurus) acaba de aparecer en España.


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