Canoa, introducción al horror

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En una escena de Canoa, cinco jóvenes sentados en el piso de una casa de adobe escuchan el relato de su anfitrión, un campesino llamado Lucas. Este se ha ofrecido a alojarlos del aguacero que esa noche azota el pueblo de San Miguel Canoa, a pocos kilómetros de la ciudad de Puebla. Son empleados de la universidad aficionados al montañismo y pasaban por San Miguel en ruta al volcán La Malinche. Consideraron regresar a Puebla pero un volado decidió su suerte: pasarían la noche en el pueblo. Lucas les habla mal del cura de Canoa: les dice que es un hombre intrigoso, corrupto y que controla a la población. Los chicos lo escuchan entre divertidos e incrédulos pero los distraen campanadas y lo que parecen balazos. (“¿Son cuetes?”, pregunta uno.) Lucas sigue su relato, que ahora incluye anécdotas de fuereños asesinados por órdenes del cura. En medio del clamor, se escucha a una mujer gritar por altavoz: “¡Ya llegaron los bandidos al pueblo!” Tomas exteriores muestran una turba armada con machetes y palos, concentrada fuera de la iglesia. El rostro de los muchachos delata que han comprendido: ellos son los supuestos “bandidos”. La multitud corre furiosa hacia casa de Lucas.

El linchamiento de Canoa sucedió en realidad el 14 de septiembre de 1968. Postergué mencionarlo en honor al efecto de horror que produce la escena aun sin contexto. Y es que la sola fecha da a Canoa otra dimensión: la vuelve una historia ominosa y una metáfora de lo que pasaría dos semanas más tarde en la plaza de Tlatelolco. Con sus secuencias fechadas y la inclusión de encabezados de diarios y fragmentos de discursos por radio, la cinta deja claro que la satanización de los movimientos estudiantiles fue aliada de la paranoia que indujo en el pueblo el cura de San Miguel. Días antes de la llegada de los montañistas, el sacerdote había lanzado un discurso inflamatorio: habló de “comunistas” que con su bandera “roja como el infierno, negra como el pecado” insultaban a dios y a la patria. Aseguraba que pronto llegarían a San Miguel a despojar a sus habitantes y a prohibir la religión.

Canoa se exhibió en la Ciudad de México en 1976 –algo extraordinario, considerando la cercanía cronológica con las matanzas–. Para conmemorar los cuarenta años de su estreno, el Festival Internacional de Cine de Guadalajara llevó a cabo una proyección de la cinta. También se anunció un Blu-ray de la película editado por Criterion Collection, la compañía de distribución más prestigiosa del mundo. Hasta la fecha, Criterion tiene en su colección solo un puñado de películas mexicanas. Una de ellas es Y tu mamá también, del director Alfonso Cuarón. La mención parece irrelevante. Se verá que no lo es.

La ocasión del aniversario lleva a hablar del valor documental de la película y/o la vigencia de sus temas –la manipulación ideológica, la pobreza que la hace posible, la retórica oficialista–. También habría que resaltar sus virtudes como cinta de género. Algunos dirán que este enfoque la “reduce”. Por el contrario, es el que permite apreciar el espléndido guion del fallecido Tomás Pérez Turrent y la filosa puesta en escena del director Felipe Cazals.

Y es que a los nacidos alrededor del 68 el encuentro con Canoa no nos significó una experiencia generacional. Apeló a emociones primarias, todavía no pulidas por una formación escolar que nos permitiría comprender a fondo su dimensión política. Aun así nos impactó. No recuerdo cuándo vi la cinta por primera vez –debió ser en los años ochenta– pero la escena descrita en el primer párrafo me persiguió en pesadillas. A veces era idéntica; otras veces yo era parte del grupo. En todas me inundaba el miedo. Canoa fue la película que me inició en el cine de horror.

Esto lleva de vuelta a Cuarón, un miembro de esa generación limbo muy joven para “entender” Canoa el año de su estreno, pero en edad suficiente para quedar marcado por su hábil narración. Sin que muchos lo sepan, el director ha sido un ferviente promotor de la cinta. En 2002 la presentó en el Directors Guild of America; cuatro años más tarde, en el Lincoln Center de Nueva York. En ambos casos, la describió como una de las películas que más influyó en su formación. Luego persuadió a los quisquillosos curadores de Criterion de darle el rango de cinta esencial en la historia del cine. En entrevistas a la prensa a propósito de las presentaciones Cuarón dijo haberla visto cuando tenía catorce años. “Quedé sacudido por ella”, dijo a Los Angeles Times, “y volví a verla una y otra vez”. Es decir, se enganchó en descifrar los mecanismos de su construcción.

Hitchcock describió el suspenso como la expectativa que se crea cuando un personaje ignora que está en peligro pero el espectador lo sabe. Pocas películas ilustran este principio como Canoa. En su primera secuencia, un periodista dicta a otro la información sobre una masacre sucedida la noche anterior: cuatro muertos y un sobreviviente, linchados por considerarlos activistas. Más adelante, una secuencia en formato de pietaje periodístico registra los cadáveres destrozados en el suelo. En adelante, cada escena que muestra a los chicos planeando su excursión genera un suspenso que bordea el terror.

También crea intriga el uso de formatos conocidos que dan un giro siniestro. Por ejemplo, la descripción de San Miguel Canoa en forma de reportaje turístico donde una voz en off –optimista e impostada– aporta datos duros que, contra la expectativa, revelan la miseria del pueblo. La sensación de extrañeza crece con la aparición a cuadro de un campesino de mirada esquiva y tono burlón (un memorable Salvador Sánchez). Este pasa de responder preguntas a ser un guía del infierno. Vuelve a romper convenciones cuando aparece en las escenas mismas del linchamiento, siempre mirando al espectador.

Canoa se infiltró en el cine mexicano del nuevo milenio en una de sus películas clave: Y tu mamá también. Según Cuarón, ese narrador crítico que advertía al espectador de las carencias de San Miguel Canoa fue el modelo de la voz en off que, con el mismo propósito, acompaña a los protagonistas de su película de 2001. Más allá de su aparente relajo, la cinta de Cuarón es un retrato amargo del clasismo mexicano: una fábula determinista donde el destino de los personajes no depende de su voluntad sino de las estructuras sociales. La vigencia de Y tu mamá también radica en este subtexto –el cual se construye a través de su voz en off–. A cuarenta años de la exhibición de Canoa, este es su legado más inesperado. Un enlace entre generaciones que muestra la complejidad de una herencia cinematográfica –entre menos obvia, mejor. ~

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es crítica de cine. Mantiene en letraslibres.com la videocolumna Cine aparte y conduce el programa Encuadre Iberoamericano. Su libro Misterios de la sala oscura (Taurus) acaba de aparecer en España.


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