Foto: Netflix

1994 y sus imágenes

La teleserie documental estrenada hace un par de semanas en Netflix vale la pena por sus innumerables hallazgos visuales, que integran un deformado mosaico de la clase política mexicana de fines de siglo pasado.
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Hacia el final de Carlos Salinas de Gortari: El hombre que quiso ser rey (México, 1999), episodio televisivo clave de la teleserie documental Los sexenios, producida por Editorial Clío y basada en La presidencia imperial (Tusquets, 1997), de Enrique Krauze, la imagen se congela, mientras la voz en off narrativa del propio Krauze habla del fin del “hechizo del sexenio”, del caos y la incertidumbre que se vivieron al final del gobierno salinista. Más allá del juicio tan certero como demoledor, el hallazgo irrepetible es la imagen congelada con la que termina el programa, obtenida de los archivos de CEPROPIE: el presidente Salinas se encuentra de espaldas y delante de él, el hijo de Luis Donaldo Colosio voltea a ver al mandatario, mientras Krauze anota, lacónicamente, que “las preguntas quedan en el aire”.

Esa mirada de reojo de Luis Donaldo hijo con la que finaliza el episodio dirigido por la cineasta Eva López-Sánchez representa mejor que nada la losa bajo la que ha sido sepultada la reputación política de uno de los más ambiciosos presidentes que ha tenido México. No se trata, forzosamente, de una mirada acusatoria, pero no es necesario que lo sea: la mirada sobre la mirada, es decir, la mirada del espectador, resiste esa lectura.

1994 (México, 2019), teleserie documental de cinco episodios dirigida por el reportero y documentalista Diego Enrique Osorno (su notable opera prima, codirigida con Emiliano Altuna y Carlos Rossini, es El alcalde, de 2012; también comparte com Alexandro Aldrete la dirección del cortometraje documental La muñeca tetona, de 2017, ganador del Ariel 2018 en esa categoría, y es guionista de la apabullante La libertad del diablo, de Everardo González, de 2017) está repleto de momentos similares. Es más: yo diría que si esta teleserie documental estrenada hace un par de semanas en Netflix vale la pena –y vaya que lo vale– se debe precisamente a eso: a los innumerables hallazgos visuales encontrados por la investigadora iconográfica Aida Bautista y ordenados magistralmente por la experimentada editora Paloma López que, bajo la dirección de Osorno, alterna algunas de esas imágenes inéditas con los testimonios en tiempo presente de innumerables protagonistas, desde el propio Luis Donaldo Colosio hijo hasta el Subcomandante Galeano (antes Marcos) –con panza chelera digna de Thor– pasando por algunos de los colaboradores más cercanos de Colosio –Federico Arreola, Alfonso Durazo, Agustín Basave–, dos de los cuatro fiscales que investigaron el asesinato del candidato presidencial y, por supuesto, el gran protagonista de ese año y del documental, el expresidente Carlos Salinas de Gortari.

Tanto las escasas dramatizaciones que aparecen a lo largo de la teleserie como los abundantes testimonios en tiempo presente y frente a la cámara de Axel Pedraza nos remiten al cine de Errol Morris, a su estilo de investigación y a su depurada puesta en imágenes. Cada personaje habla sin tapujos (los colaboradores de Colosio, por ejemplo) o, en contraste, como es el caso de Raúl Salinas, mejor se queda callado, por más que el lente de la cámara siga hurgando en su rostro y los segundos sigan avanzando o, en su defecto, alguien más suelta un juicio que se quiere concluyente para luego sacar un puro y empezar a fumar frente a la cámara (Diego Fernández de Cevallos, ¿quién más?). Así pues, entre la verborrea de unos, el silencio de otros, el increíble descaro de aquel, la aparente sinceridad del de más allá, todos y cada uno de los personajes que aparecen en 1994 se revelan frente a nosotros en el encuadre, mientras que, a través del montaje paralelo de Paloma López, entre el presente reinterpretado por los protagonistas y el pasado rescatado a través de inéditas imágenes de archivo, Osorno y su equipo construyen una historia que, por más conocida y discutida que sea, no deja de ser fascinante.

El periodista y cineasta deja que el espectador forme su propio juicio sobre Colosio (¿fue el sonorense un audaz reformador en ciernes o un priista más, lógico heredero del salinismo? Yo pienso lo segundo) y, por supuesto, sobre su asesinato (¿hubo un complot planeado desde algún círculo de poder como lo piensan incluso el día de hoy algunos colosistas o fue producto de la acción individual de ese enigma llamado Mario Aburto?: anótenme en el segundo grupo). En estos y en otros temas, Osorno deja que las imágenes hablen por sí mismas y lo que éstas nos entregan a lo largo de cinco episodios es un deformado mosaico de la clase política mexicana de fines de siglo pasado que, en mayor o en menor medida, sigue presente en el México de hoy: la hibris de Manuel Camacho que en cierta conferencia de prensa se niega a separarse del micrófono; la desmesura apostólica de algunos colaboradores de Colosio que parecen estar hablando de un mesías y no de un político más; el cinismo de Raúl Salinas de Gortari con todo y su risita bonachona; y, por supuesto, la olímpica seguridad del expresidente Salinas que, con sus maneras suaves, su voz siempre modulada y una perfecta calva cinematográfica, parece estar participando en una audición para interpretar a Blofeld en Bond 25 (2020). Méritos no le faltarían: es el villano perfecto. En el mito y en la realidad.

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(Culiacán, Sinaloa, 1966) es crítico de cine desde hace más de 30 años. Es parte de la Escuela de Humanidades y Educación del Tec de Monterrey.


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