Cinco decenios adentrándose afuera

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Hace unos meses la editorial Tusquets puso en circulación, desde Barcelona, el volumen Arden las pérdidas, el más reciente libro de Antonio Gamoneda (1931), una de las voces más importantes de la actual lírica hispánica, pero es probable que la presencia del libro apenas fuera advertida en México por lectores atentos que siguen la actualidad literaria. Es tal la desconexión entre lectores de ambos países que aquellos nombres que ocupan un lugar sobresaliente en un lugar son desconocidos en el otro y a la inversa, y éste es el primer libro de Gamoneda con circulación en México. Por eso es importante ahora la aparición de Atravesando olvido (1947-2002), una antología personal que lo sitúa en su trayectoria de ya más de cincuenta años como poeta. Tal vez la insistencia editorial —vale la pena, la verdad— lo vuelva un poeta conocido entre nosotros.
     Gamoneda pertenece a esa generación que vivió la guerra en la niñez y en la que la violencia permaneció presente muchas décadas después y tal vez no desaparezca nunca. No se trata de un poeta cuya revelación fuera fulgurante desde sus primeros libros, sino que se fue asentando en el gusto del lector, mientras trabajaba en su tono personal sin dejarse llevar por las modas del momento. Lejano del ritmo histriónico de algunos poetas de su edad, desde el principio mostró una voluntad de concentración que poco a poco lo fue llevando a una dicción esencializada y al encuentro de una transparencia asombrosa que acentúa su densidad.
     Vistos retrospectivamente, los libros de los años cincuenta y sesenta, de los cuales Atravesando olvido trae algunas muestras, son a la vez un aprendizaje y un señalamiento del tono que se volvería más evidente en libros futuros. La importancia que tuvo en aquellas décadas la circunstancia de la dictadura franquista y el dolor de la posguerra hizo que los poetas se dirigieran sobre todo a una exterioridad colectiva, mientras que Gamoneda decidió interiorizar el sentido, hablarse a sí mismo para poder así hablar a cada uno. Cuando el tiempo transformó el contexto, las virtudes de Gamoneda empezaron a mostrarse con más firmeza ante sus lectores. La publicación, en 1988, de su poesía reunida bajo el significativo título de Edad —que incluye el notable Blues castellano de 1966— le dio el lugar que se merecía y le permitió evolucionar hacia libros más arriesgados y singulares.
     Lo ocurrido en esa evolución sólo es comparable a lo que sucedió con José Ángel Valente después de la publicación de Punto cero. Cada libro que Gamoneda publicaba se volvía una pieza clave de la poesía hispánica —Libro del frío (1992), Libro de los venenos (1995) y en 2003 Arden las pérdidas—, mientras que el reconocimiento de la crítica y el número de sus lectores en la Península crecía. Atravesando olvido es una notable introducción a su obra para el lector mexicano, perfilada por la selección del propio autor, con prólogo de Eduardo Milán, y un apéndice que incluye una conversación con Gamoneda y un texto (muy bueno) de él mismo reflexionando sobre su labor.
     Para el poeta la palabra adquiere un peso esencial, no la fetichiza, pero sí busca que en su ritmo exista como un subtexto. Así, Gamoneda va de un discurso mesurado a uno explosivo, sin que la forma se le vaya de las manos. Un libro que ya anticipaba el cambio que vendría con el Libro del frío fue Descripción de la mentira, en donde el carácter discursivo aumenta hasta volverse excesivo, y por lo mismo el verso evoluciona hacia el versículo y la prosa, a la vez que desaparecen los títulos y se combate la fragmentación con la unidad del flujo conceptual (características que tiene, en México, un libro como Incurable de David Huerta). A partir de allí, lo fragmentario deja de ser algo formal para pertenecer a la misma médula del poema, para ser condición de su sentido. Es cierto que hay en Descripción de la mentira un cierto histrionismo que provoca estridencias innecesarias, pero en los volúmenes futuros Gamoneda controla mejor esa tendencia y en Arden las pérdidas se vuelve casi de una frialdad mineral. La diferencia es que primero busca afirmar, confundiendo el valor de la afirmación con el del poema, mientras que después el poema mismo es la afirmación, ya no lastrada por su sentido conceptual (aunque sin perderlo).
     También es cierto que se puede decir de Gamoneda que es un caso raro en la poesía española de posguerra, pero la verdad es que, en ese panorama, sólo los raros son verdaderos poetas, y siguen un camino muy similar entre ellos. ¿Una tradición de heterodoxos o de iconoclastas? Sí, en parte, ya que los poetas de la primera mitad del siglo mostraron tal solidez y contundencia en su canon que no heredaron otra posibilidad que la de la heterodoxia a sus sucesores. Así, Gamoneda paga sus deudas con un sentido casi religioso en sus inicios, también con una métrica tradicional, para acceder después a un escepticismo liberador en ambos sentidos. Paga también su deuda discursiva, sin empantanarse en la retórica del compromiso social, y arriba a una esencialidad admirable en su última época, esa que Milán define como la de una intimidad del afuera.
     Cuando Gamoneda señala el arraigo en la experiencia de la condición simbólica, muestra plena conciencia de lo que su último periodo —el que forman los libros publicados en los años noventa— propone, combinación de una composición plástica con las palabras —su relación con la pintura está ampliamente documentada en sus poemas—, casi de delicadeza colorista, lo que le permite mostrar —decir— una violencia que permanece bajo el texto, soterrada en su sentido estético. Esto es muy notorio en la sección “De un diccionario relativo a la ciencia médica arcaica”, muy breve pero que tiene la gracia de ser inédita hasta su inclusión en esta antología personal.
     Atravesando olvido ofrece al lector una oportunidad ideal para entrar en la puerta de Gamoneda, y no la debe desperdiciar. ~

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