Los reguladores parecen pensar que todo internet es Facebook

A nivel mundial, los intentos de regulación respecto a temas como la moderación de contenido o el cifrado de información se centran en las acciones y el comportamiento de algunos actores, principalmente Facebook. Sus consecuencias, sin embargo, afectan a todo internet.
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En 1997, SixDegrees.com se convirtió en el primer intento real de una red social, creando un espacio donde los usuarios podían cargar su información y enlistar a sus amigos. El sitio llegó a tener unos 3.5 millones de usuarios antes de cerrar en 1999.

Desde entonces, han surgido una serie de modelos de negocios de redes sociales, los cuales ofrecen herramientas cada vez más avanzadas para la interacción del usuario. LiveJournal, un sitio para mantenerse al día con los amigos de la escuela, combinó funciones de blogs y redes sociales inspiradas en WELL. Friendster fue una red social que permitía una mayor interacción y control por parte de los usuarios. Myspace ofrecía membresía abierta y les daba a los usuarios la libertad de personalizar sus páginas. En 2005, el sitio web, con sus 25 millones de usuarios, fue comprado por News Corp. Pero tres años más tarde, Myspace había sido superada por Facebook, que se lanzó en 2004 inicialmente para estudiantes universitarios y se abrió al público en general en 2006.

Como muestra esta historia, los cambios fueron profundos y constantes en los albores del internet. Surgieron nuevas compañías de música, videos, comercio electrónico, publicaciones, y telefonía casi todos los años. El internet parecía ser un espacio donde la competencia podía prosperar.

Pero ya no es así.

Hoy en día, el cambio ocurre de formas mucho más pequeñas. Los ejemplos son cada vez menos porque las economías de escala han concentrado la innovación en manos de unos pocos jugadores.

Lo más frecuente es que las disrupciones provengan de la regulación, para bien o, frecuentemente, para mal. Los intentos de regulación actuales se centran en las acciones y el comportamiento de algunos actores, principalmente Facebook, pero crean consecuencias no deseadas para el internet, en particular la fragmentación, o el quebrantamiento del internet global en uno que se apega más a las fronteras territoriales.

Es comprensible que tanto el público como los reguladores puedan pensar que regular “internet” significa centrarse en los actores más importantes. Mucho de esto tiene que ver con el hecho de que los usuarios frecuentemente están expuestos a varios tipos de comportamiento y contenido ilegal a través de algunos de los servicios más populares que existen en internet. Se piensa que si se logra arreglar los problemas de la desinformación, el extremismo, el atrincheramiento ideológico o la seguridad en Facebook, se arreglará el internet como un todo.

Esta es una narrativa inútil y equivocada. En primer lugar, el internet no es un monolito, y tratarlo como si lo fuera no servirá de nada. En segundo lugar, muchos de los temas que los reguladores están tratando de abordar no son problemas del internet, sino sociales. El terrorismo, el abuso infantil, la información errónea y la desinformación no son una consecuencia del internet, existían antes del internet, y seguirán existiendo después, ya que están arraigados en las sociedades humanas. Sin embargo, estos problemas se tratan como si fueran exclusivamente del internet. En tercer lugar, y lo más importante, los reguladores deberían dejar de pensar en internet como sinónimo de Facebook, y de tratarlo como tal. Hay, en el panorama regulatorio del internet, una mezcla de temas disímiles, y la participación directa o indirecta de Facebook en todos ellos se suma a la complejidad actual. La moderación de contenido, la privacidad, la responsabilidad del intermediario, la competencia, el cifrado, todos estos son problemas que atañen a internet, no solo a Facebook. Sin embargo, el patrón que ha surgido es tratarlos como problemas de Facebook. Lo que esto significa es que, en lugar de buscar abordarlos de maneras que sean apropiadas para todo el ecosistema de internet, se abordan a través de la lente de Facebook. Esto se ha identificado con bastante precisión como el “síndrome de trastorno de Facebook“.

La agenda regulatoria mundial está repleta de ejemplos de este tipo. En el Reino Unido, la legislación de seguridad en línea busca prohibir el cifrado de extremo a extremo debido al plan de Facebook de introducirlo como configuración predeterminada en su servicio de mensajería. Australia introdujo recientemente un código de negociación de medios dirigido principalmente a Facebook. Facebook se posicionó en el ojo del huracán por “abandonar” el país antes de renegociar un nuevo acuerdo. De manera similar, en lo que parece ser un esfuerzo coordinado, Canadá se ha comprometido a trabajar con Australia en un intento de imponer restricciones regulatorias a Facebook.

Y esta tendencia no se limita al Commonwealth.

Las nuevas pautas para intermediarios en India apuntan a reforzar el control regulatorio sobre Facebook y su empresa asociada WhatsApp, mientras que el proyecto de ley de noticias falsas de Brasil, que fue aprobado por el Senado, se centra en la moderación del contenido en Facebook y la capacidad de rastreo en WhatsApp. En Francia, ha habido conversaciones sobre la introducción de “nuevas reglas” para Facebook, mientras que la Ley de aplicación de la red de Alemania, NetzDG, se redactó con el objetivo principal de contener a Facebook. Finalmente, en Estados Unidos, la administración Trump emitió una fallida orden ejecutiva que tenía como objetivo regular a Facebook por sesgos.

Este enfoque de limitar la regulación a Facebook no es del todo inusual. Refleja el dilema del agente-principal que, a lo largo de los años, ha permitido a empresas como Facebook proponer políticas e implementar herramientas que pueden tener un impacto en la forma en que se hace cumplir la regulación. El dilema del agente-principal se caracteriza predominantemente por conflictos de interés y riesgos morales. Debido a las asimetrías de información, el agente tiene el poder de negociación y esto crea algunas incógnitas: el principal no está en posición de conocer la información que tiene el agente. Incluso cuando lo hace, no puede estar seguro de que el agente esté actuando en su mejor interés. Entonces, el principal termina enfocándose directamente en el agente, sin tener en cuenta cualquier problema periférico que pudiera ser significativo.

El problema del agente-principal puede ayudar a explicar por qué los gobiernos parecen listos para introducir regulación dirigida a Facebook; sin embargo, no ayuda a entender por qué, en el proceso de hacerlo, los principales perdedores son internet y sus usuarios.

En los últimos años, Facebook ha dicho: “Apoyamos la regulación” y “queremos que las regulaciones de internet actualizadas establezcan pautas claras para abordar los desafíos más difíciles de hoy en día“. Esta declaración sería significativa si no reflejara el interés propio de la empresa. En este punto, la regulación es inevitable y Facebook lo sabe, al igual que el resto de las grandes compañías tecnológicas. En un esfuerzo por adaptarse a esta nueva realidad, las empresas suelen aprovechar su posición dominante para impulsar ciertos procesos regulatorios, a menudo a expensas de la propia regulación.

En este contexto, la pregunta que deberíamos hacernos no es si la regulación es apropiada, sino cuáles son las implicaciones reales de regular de esa manera. Ya existe el argumento de que centrarse en unos pocos jugadores grandes tiene un impacto en el bienestar de la innovación y la capacidad de los recién llegados para competir. Y luego está internet. Su alcance global es una de sus principales fortalezas. Es una característica, no un error. Entre otras cosas, permite el mantenimiento de cadenas de suministro en todo el mundo. Permite que la gente se comunique, que se reduzcan costos, y que se facilite el intercambio de información, al mismo tiempo que ayuda a abordar problemas sociales como la pobreza o el cambio climático.

El intento de regular con base en una –o un puñado– de empresas puede poner en peligro este importantísimo objetivo de internet. Puede crear fragmentación, en el sentido de no permitir que los datos fluyan a través de las fronteras o que las redes se interconecten, y esto puede tener un impacto muy grande. Puede imponer límites a la forma en que la información y los datos se comparten y la forma en que las redes pueden operar. Se trata de sacrificios importantes y deben formar parte del proceso de cualquier regulación.

Entonces, ¿qué hacemos ahora?

Por supuesto, la respuesta no puede ser dejar de regular. Pero debemos aceptar que el enfoque actual a menudo genera consecuencias no deseadas que solo afectan superficialmente a quienes realmente deben ser regulados.

En este sentido, una posible forma de avanzar es experimentar con la regulación. La regulación experimental es un enfoque relativamente subutilizado, pero lo suficientemente flexible para adaptarse a mercados dinámicos como el internet. Esta idea, originalmente asociada con el trabajo de John Dewey, se basa en el hecho de que, en la formulación de políticas públicas, la forma en que abordamos las teorías y estrategias de justicia depende de “la experiencia de su búsqueda; son estos cambios los que luego nos permiten considerar la mejor manera de lograr nuestros objetivos”. La ventaja de este pensamiento es que considera las consecuencias no deseadas como una oportunidad para definir de mejor manera los marcos regulatorios apropiados y cómo lograr los objetivos deseados.

No se experimenta lo suficiente con la regulación del internet y, cuando se hace, parece tener un enfoque equivocado. En Australia, por ejemplo, el esfuerzo por garantizar periodismo sólido en una era de desinformación en las plataformas de redes sociales condujo a un “impuesto a los enlaces” que socava la arquitectura, la historia, y la economía de internet. Esto se debe en parte al papel que juegan las grandes empresas tecnológicas en el proceso regulatorio. Una de las cosas inmediatas que se pueden observar con la regulación de internet es el proceso que siguen algunos actores: al principio, operan a favor de sostener las políticas y burocracias existentes. El pensamiento es que la longevidad trae legitimidad y, como resultado, la política se convierte en su propia causa. Una vez que esta estrategia está incorporada en el proceso, estas fuerzas poderosas avanzan para impulsar su propia agenda regulatoria.

Es por ello que existe un cierto atractivo hacia sistemas regulatorios flexibles que permitan a diferentes unidades experimentar con diferentes enfoques y dar lugar a evaluaciones que separen las reglas relevantes de las no relevantes y preexistentes. Aunque la experimentación no ofrece un enfoque drástico ni pretende reemplazar las rutas tradicionales de regulación, sí puede limitar los riesgos de politización, a medida que la política se enfoca más en el contexto.

Una de las primeras cosas que necesitamos es una evaluación de impacto de internet que analice las diferentes partes de la infraestructura de internet y el efecto que puede tener la regulación. Ya no se trata solo de regular a unos pocos actores. Se trata de proteger la infraestructura global de la que todos dependemos a diario.

El internet tiene un problema con Facebook, pero el internet no es Facebook.

 

Este artículo representa las opiniones del autor y no las de su empleador, Internet Society. Facebook es una organización miembro de Internet Society.

Este artículo es publicado gracias a una colaboración de Letras Libres con Future Tense, un proyecto de SlateNew America, y Arizona State University.

 

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