Brasilia, la modernidad consolidada

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La nueva capital brasileña prepara orgullosa su cuarenta aniversario tras el esplendor hierático y escenográfico de su eje monumental. La polémica propuesta urbana de Brasilia chocó con el escepticismo de la crítica internacional en la época en que los últimos CIAM (Congresos Internacionales de Arquitectura Moderna) dejaban lugar a los jóvenes del Team X holandés y británico, a los neo-liberty italianos y al Grup R catalán, alejándose de la ortodoxia del primer Movimiento Moderno.
     El carismático presidente Juscelino Kubitschek, elegido en 1956, retomó la idea de los primeros años del siglo, al fundar una nueva capital lejos del ruido carioca de Río. El encargo recayó en Oscar Niemayer, quien a su vez indujo la convocatoria de un concurso a nivel nacional en el que participaron arquitectos de la talla de Rino Levi, Vilanova Artigas y Lucio Costa. Niemayer, como presidente del jurado, otorgó el primer lugar a su amigo y maestro Costa, con el que diseñó el pabellón brasileño de la Feria Mundial de 1939 en Nueva York. Además, la propuesta de Costa era sin duda la más interesante. El proyecto de Brasilia como nueva capital reaccionaba al caos de Río de Janeiro, a su serpenteante trazado sobre la costa atlántica y, hasta cierto punto, al anodino y montañoso trazado de Sao Paulo. Brasilia podía ser algo objetivo, científico, y a su vez un proyecto de tal envergadura que requería aunar todos los esfuerzos económicos y políticos.
     Se decidió, pues, alejar la nueva capital del ruido y las intrigas de la vieja, se escogió el lugar estratégico, a mil metros sobre el nivel del mar, con un clima uniforme y benévolo, suficientemente lejos de las grandes metrópolis, donde no había más que algunos árboles, y se buscó una cierta centralidad geográfica en el extenso territorio brasileño, para desarrollar el proyecto ganador en tan sólo cuatro años.
     Sobre el plan regulador de Lucio Costa, estructurado y vertebrado según un eje monumental que alberga los edificios públicos como el Parlamento, el Senado, los Ministerios, la Catedral, etcétera, y con extensas áreas residenciales conformadas por supermanzanas corbusianas, Oscar Niemayer tuvo ocasión de proyectar todas las variantes de arquitectura representativa. Cabe destacar el Ministerio de Defensa, con su diáfano y glacial vestíbulo de 3,000 m2 en el que flota una escalera helicoidal en un extremo, mientras que en el otro la geometría tropical de un jardín de Burle Marx invade el espacio interior. También sobresale la Catedral transparente, como elemento asimétrico dentro del conjunto hierático y marcial de los edificios para Ministerios, así como los esbeltos paralelepípedos que coronan los dos platos —cóncavo y convexo— del Senado y el Parlamento.
     Estas obras brillantes y expresivas pertenecen a la época madura de este genial arquitecto carioca, que culmina con las oficinas para Mondadori. El edificio para esta editorial italiana sería su última obra de calidad —ensimismada y manierista—, a pesar del excesivo parecido fotogénico con el Ministerio de Defensa antes mencionado. Niemayer nunca renunció a seguir proyectando y construyendo en Brasilia, ni en los años de la dictadura militar que públicamente denigraba, desde su militancia comunista del autoexilio europeo. A sus 92 años sigue proyectando, y sus croquis se convierten en maquetas del tamaño de edificios, por arte de colaboradores, discípulos, acólitos y especuladores. Así, un nuevo platillo volador se posará en la explanada de los Ministerios. El nuevo Conjunto Cultural de República es el último objeto arquitectónico de Niemayer, al que sólo queda inventar un programa que dé función a su forma.
     La Brasilia de ahora sufre de sobreprotección del Patrimonio Monumental Moderno, asumiendo sin ver los crecimientos de nuevos barrios satélites donde vive la mayor parte de la población brasiliana. Sólo las boutades del nonagenario genio son aceptadas en el centro monumental, a poca distancia de los nuevos y vulgares centros comerciales.
     Paradójicamente, Río de Janeiro, donde Niemayer construyó recientemente un museo en forma de copa de martini sobre el Pao de Azucar, recorre el camino opuesto. La capital mundial de la samba ha reaccionado activamente desde que en 1994 el nuevo alcalde y arquitecto Luiz Paulo Conde empezó un proceso de renovación sin precedentes con varios programas de actuación, de los que los más conocidos y divulgados son el de Río-Ciudad y el de Favela-Barrio. Estos tratan de recuperar los espacios más cualificados de la ciudad, actuando directamente sobre puntos bien escogidos. Se proponen intervenciones estratégicas concretas en el tejido urbano, capaces de contaminar las áreas próximas y transformarlas. Aquello que Oriol Bohigas, consejero de Conde, denomina "metástasis urbanas" que deben ser intervenidas con "acupuntura urbana".
     Ahora, a los cuarenta años de la inauguración de Brasilia, se extraña la presencia de Lucio Costa, quien equilibraba la espontánea y efusiva creatividad de Niemayer con el juicio justo y ponderado, en una ciudad que, lejos de corroborar el fracaso anunciado de los postulados del Movimiento Moderno para una nueva urbe, muestra desde su madurez y sus síntomas de esclerosis burocrática y arquitectónica la consolidación de la modernidad. –

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