Aichi 2005 Faltó la arquitectura

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La Feria Internacional de “Aichi 2005” ha logrado reunir —de marzo a septiembre— 121 países participantes, a cerca de quince millones de visitantes, más de ochenta pabellones, pero poca arquitectura. A excepción del Pabellón de España —realizado por Farshid Moussavi y Alejandro Zaera Polo—, que se ha convertido en la imagen icónica del conjunto, en esta edición han quedado ausentes los grandes nombres de la arquitectura contemporánea. El lema de la Feria, “La sabiduría de la Naturaleza”, centra la atención en aspectos ambientales, de coexistencia sostenible, y en la manera en que cada país interactúa con la naturaleza. Sin embargo, mientras categorías como tecnología, industria y turismo han tomado un papel protagónico, se ha olvidado responder por medio de la arquitectura.
     Dado que en los pabellones de exposición suele permitirse aquello que se prohíbe en otros lugares, las ferias internacionales han sido el laboratorio arquitectónico por excelencia. Las características únicas de los pabellones —su condición temporal, dimensión acotable y flexibilidad programática— los convierte al mismo tiempo en lugares de liberación y de concentración de contenidos. Son tanto escaparates como manifiestos.
     La condición efímera de la feria condiciona por un lado el uso de arquitecturas aceleradas al servicio de los flujos masivos y del consumo simbólico, pero permite también explorar nuevos caminos. En Aichi, el Pabellón de Japón —realizado con un tejido de bambú como si fuera un capullo que se acomoda como piel al espacio— y el de España —hecho con bloques de cerámica “que llevan la tierra del mediterráneo al Asia”— provocan una arquitectura que replantea, desde los materiales que utiliza, la manera de concebir y construir un edificio. En ellos se halla no sólo el recuento de los ecosistemas y la biodiversidad que se exhibe dentro, sino que existe una coherencia con el contenedor. El resto de los pabellones caen en un papel retórico al condensar fragmentos que engloban una atmósfera emotiva nacionalista —a la manera del Epcot Center—, o en el despiste acerca de la importancia de la relación con el entorno más allá de la utilización de pantallas que proyecten imágenes de la naturaleza, como en el caso del Pabellón Mexicano.
     La “Expo del Futuro” —que ha costado 3,550 millones de dólares— busca, con nociones como “waste not, want not“, cambiar la manera en que se utilizan los recursos naturales. Desde mamuts hasta robots, de árboles milenarios a pantallas gigantes, la primera Exposición Universal del siglo XXI adelanta la tecnología del futuro. La Feria, ubicada en un bosque a medio camino entre Tokio y Osaka, cerca de Nagoya (capital de la provincia de Aichi), se divide en seis diferentes comunidades globales, donde se agrupa por continentes los pabellones de distintos países. Esta cita mundial, en la que aparecen autobuses ecológicos conducidos por choferes automáticos y trenes que levitan por magnetismo, ha sido criticada por ser un evento que muestra de forma involuntaria las desigualdades del planeta.
     En ella cohabitan distintos tipos de pabellones: los nacionales, los de las ONG —invitadas por primera vez a una feria mundial— y los más solicitados, como el de Toshiba, Hitachi, Mitsubishi y Toyota —donde hay desde un grupo de rock robótico hasta un cine en cuya película los espectadores se convierten en los protagonistas. Pero más allá del regocijo tecnológico, la idea es fomentar técnicas que protejan la naturaleza. El hecho de que la arquitectura —como discurso, como propuesta— esté, en buena medida, ausente de esta Feria Universal —dedicada, además, a la relación con el entorno— vuelve sospechosa tanto la capacidad de hacer útiles los términos “ecoarquitectura” o “arquitectura verde” como el enfoque de los promotores en turno.
     Mientras ya se perfilan para “Zaragoza 2008” y sobre todo para “Shanghái 2010” fachadas veloces, infraestructuras despampanantes y arquitectos sonoros, queda pendiente pasar de la eficacia de la arquitectura como detonador de acontecimientos de impacto turístico y mediático a una arquitectura eficaz en la participación de un desarrollo equilibrado para las ciudades. Entre la prepotencia y el camuflaje, la arquitectura es un espacio que se define en relación con el entorno. El equilibrio de éste depende en gran medida de la forma de intervenir en él y habitarlo. De ahí que sorprenda la frase del arquitecto Francisco López Guerra, creador, junto con Antonio Toca Fernández, del Pabellón de México en Aichi —que ganó una medalla de plata dentro de su comunidad—, acerca de su edificio: “Como es un lugar cerrado, la iluminación artificial juega un papel fundamental.” –

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