Absolut Vodka: El Nautilus en Vinlandia

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Vodka: sustancia transparente que provoca sueños lúdicos e iluminaciones placenteras.
     He visto peces abisales sumergidos en el acuario gozoso de la botella y más allá de las medusas. Al otro lado de la diáfana sustancia vagaba una falda roja, ligeramente levantada; las uñas rascaban las medias de nylon, el tiempo parecía detenerse en un instante perpetuo y algo me decía: es hoy, estás aquí, es la eternidad que recomienza…
     Son los fiordos del instante: archipiélagos, naves que llegan cargadas de especias y recuerdos que se agitan y se mezclan. Allá arriba la luna se evapora, recordándote que el hielo, como la arena, es otra de las formas del tiempo. En el congelador vagan trineos buscando el Polo Norte o la Antártida: el punto ciego de la Tierra. Saco algunos hielos, esquimal perdido en el presente. El Capitán Scott busca el Polo Sur, las ventiscas son cada vez más inclementes, los Vikings regresan con sus naves cargadas de tesoros, Moby Dick agita las aletas, el Nautilus se ha perdido en nuestro vaso y Leviatán, oceánico, nocturno y medusante, nos observa. Hemos sido descubiertos…
     Hace más de mil años los vikingos descubrieron América. La llamaron Vinlandia, Tierra del Vino. El vodka no podía tener mejor destino que esta zona insospechada del planeta. Proveniente de los fiordos intactos, donde aún se puede probar el agua del Mamut y del Neardenthal, el vodka Absolut nos remite a esa zona sagrada de la aventura y del instinto que aún no hemos agotado y que apenas comenzamos a redescubrir.
     Conocer una ciudad es saber perderse en ella. No hay ámbito mejor que el de la noche para convertir la ausencia en goce puro. La noche es el ámbito necesario para transfigurar el vagabundeo en placentero insomnio y sueño lúcido. Bares y cafés son los descansos necesarios para que el vagabundo, como el detective o el extraterreste, se detenga a contemplar el océano sin fondo de la noche y arribe, de este modo, a la Revelación. Este deambular sin rumbo nos permite asistir a éxtasis instantáneos: momentos en que el tiempo parece detenerse, atisbamos la otra realidad; instantes plenos en los que el tintineo de las copas nos hacen recordar un rostro, escuchar el eco de una voz, darle cacería a una presencia en fuga permanente, diluirnos en el ritmo hipnótico del baile, evadir la identidad, los nombres, las maneras, fundirnos en la gozosa disolvencia del presente.
     Hermosamente editado, pleno de fotos de todos los rincones de Vinlandia, el libro Absolut Latin America, que forma la campaña publicitaria de Absolut Vodka —una de las más imaginativas del mundo contemporáneo— depara algunas sorpresas para el viajero inmóvil que gusta de estas travesías instantáneas.

Alguna vez el padre de los poetas modernos, el inefable Charles Baudelaire, definió la obra de arte como “la forma sentimental de la mercancía”. La publicidad, con sus guiños y maneras de definir su objeto, es quizás la forma última de la obra de arte tal y como la conoció la Modernidad. Cuando la quincallería del presente se haya convertido en nostalgia, cuando haya que buscar aquello que desvelaba a las mujeres y los hombres de nuestro tiempo, es muy probable que el antropólogo futuro tenga que echar mano de la publicidad: ahí estarán depositados nuestros deseos y nuestras obsesiones.
     Perú, Chile, México, Colombia, Argentina, Venezuela, Brasil son parte del itinerario de estos viajes. El sabor del Absolut peruano queda develado por la narración de Jaime Bayly y las fotos de Marina García Burgos Benfield. A su vez, los textos de Alberto Fuguet y las imágenes de Marcelo Kohn nos otorgan un Santiago de Chile de pálidos colores de grano reventado y antros cuyo goce es el del alucine controlado. Mientras tanto, el texto de Héctor de Mauleón y los recuadros de Jorge Betancourt recorren las ciudades de la noche mexicana. Al mismo tiempo, la narración de Daniel Samper Ospina, ilustrada por Claudia Uribe Touri, nos dan cuenta de ese ambiente tecno que no dejamos de habitar en la movida colombiana. La crónica de Milagros Socorro y los atisbos de Ricardo Gómez Pérez y Ricardo Ramírez redescubren el milagroso universo de una Venezuela llena de sabores intemporales. La saga de Fernando Noy y Malala Fontán exploran un Buenos Aires pleno de muchachas caídas en desgracia y hallazgos siempre afortunados. Y del Brasil, los espléndidos textos de Ziraldo Alves Pinto, del cantautor Arnaldo Antunes y las iluminaciones de André Faccioli nos demuestran que sigue siendo la eterna Terra Incognita del Continente Americano.
     Éxtasis portátiles: el mesero se acerca, la diáfana quietud de la copa entre las manos, el hielo se agita y tintinea, el crac del rompehielos en el vaso, la chica camina más allá de los cristales biselados, la tarde lluviosa se ríe con nosotros, el lejano murmullo de una cumbia, el tango y sus tacones afilados, las caderas de la samba, el insistente parpadeo de un escote: todo eso recuerda que el presente es lo único que podemos reclamar como verdadero…
     Lo irrepetible es siempre permanente. Al deambular por este espléndido periplo, redescubrimos la aventura del instante, los icebergs que, al bogar en la frescura, insisten en que gracias a la mágica alquimia del vodka bajo cero sabemos cuál es nuestro reto: navegar, perdernos en nuestra ciudad como si fuera tierra ignota, asistir al instante siempre nuevo, porque sólo aquello que nunca hemos vivido es verdadero. ~

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