Violencia gráfica explícita. Se recomienda discreción

Posiblemente no haya una sola forma correcta de aproximarse a hechos como estos, pero sí es una obligación del trabajo periodístico respetar el derecho de las personas y de sus familias a la vida privada y a la dignidad.   
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El diario La Prensa fue por décadas una publicación que permitía asomarse, desde el horror y la sordidez, a los barrios populares de la ciudad. Contribuyó a moldear estereotipos sobre víctimas y delincuentes; la moral ahí expresada se exhibía escandalizada frente al crimen pero al mismo tiempo se regodeaba en la sangre, escamoteando al lector cualquier análisis sobre las dinámicas responsables del incremento de la delincuencia y la inseguridad.

El libro Fuera de la ley. La nota roja en México 1982-1990, subrayaba un elemento fundamental en la narrativa de ese periodismo, antes que la penetración del narcotráfico y sus repercusiones colectivas ocuparan la agenda de los medios: los crímenes carecen de una explicación social y son “resultado de naturalezas erráticas y destructivas, que se oponen a un orden pulcro y armónico, que se ve alterado por este tipo de desviaciones”.

Metro, de Grupo Reforma, y El Gráfico, de El Universal, renunciaron a ser diarios de la metrópoli y volvieron el crimen síntoma de la ciudad, tomando a veces demasiada distancia con las víctimas de la violencia y ofreciendo con frecuencia un buen ejemplo de cómo los medios deciden acercarse a la desgracia.

Semanas atrás, la nota destacada por estos diarios fue la de una joven violada, estrangulada y posteriormente abandonada en una colonia de bajos recursos. Metro y La Prensa exhibieron a la víctima, en primera plana, sangrante, desnuda y ultrajada. El Gráfico, se acercó al suceso con una mirada distinta y una imagen menos dura de la víctima, de la cual se ve solo un brazo.

Posiblemente no haya una sola forma correcta de aproximarse a hechos como estos, pero sí es una obligación del trabajo periodístico respetar el derecho de las personas y de sus familias a la vida privada y a la dignidad. Dice Michela Marzano en su libro La muerte como espectáculo, que la circulación de imágenes en el límite de lo insoportable tiene como resultado instalar progresivamente en el espectador una forma de insensibilidad y de indiferencia frente al sufrimiento de los demás. “La costumbre, esa costumbre que permite aceptar lo inaceptable”, escribe.

La pelea en los kioscos de periódicos por la atención de los lectores ha entrado al terreno de la brutalidad feroz en el que los diarios pueden ofrecer la misma escena como una exposición directa del sufrimiento y de la muerte. Sin embargo, eventualmente destaca la manera en que alguno de estos medios puede resolver la cobertura de un hecho sobrecogedor, gracias al trabajo de un fotógrafo y un editor.

En agosto de 2011, un cuerpo decapitado fue colgado en un puente a la entrada de la ciudad de México. Hecho inédito, dos medios deciden publicar la foto de cuerpo completo, la crueldad de este nuevo espectáculo de barbarie penetra por los tragaluces de 30 x 45 centímetros que cuelgan en cada puesto de periódicos. El tercer diario ofrece una imagen elocuente y se acerca a los brazos inusualmente largos del hombre asesinado, mostrando, sin mostrar, que la cabeza ha sido quitada de su lugar. Lo mismo ocurrió en abril de 2012, cuando seis estudiantes murieron en un accidente carretero; La Prensa salió a la calle con el rostro de uno de los muchachos muertos; Metro, con los cuerpos fracturados en medio de los fierros retorcidos; El Gráfico, una vez más recurrió a mostrar solo la mano de alguien que se adivina joven por las correas de la pulsera que llevaba al momento del choque.

Tal como lo explica Michela Marzano, las fotos de guerra atraen la atención sobre la tragedia y el sufrimiento. Pero no solo sirven para informar, sino que contribuyen a un trabajo de reparación esencial, pues las escenas a las que asiste el espectador en una tragedia le permiten ejercitar la mirada de otro modo. La “realidad horror”, en cambio, enturbia esa mirada con violencia extrema y confusa.

Hay un vínculo, pues, entre la crueldad hacia los demás y el olvido de uno mismo como ser humano; “ser despiadado y no experimentar ninguna empatía frente al sufrimiento de un semejante significa en uno y otro caso un desprecio por la humanidad”.

El colombiano Javier Darío Restrepo asegura que el peor periodismo es el que se dirige a los sentidos; el otro se dirige a la inteligencia, de modo que la nota roja puede cambiar en la misma medida en que el periodista convoque a la inteligencia de los lectores. “Repensar y reconstruir el dique que ayuda a contrarrestar la crueldad bárbara e impedir que la realidad horror termine un día por compararse con el derecho a saber”. He ahí la tarea.

 

 

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Periodista. Autor de Los voceros del fin del mundo (Libros de la Araucaria).


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