Crédito: Save the congo

Unwatchable: efectismo versus efectividad

Un corto para advertir sobre los impensables horrores que suceden en el Congo logra su cometido, pero cuando se buscan grandes audiencias y repercusiones masivas, ¿qué tan efectiva es en realidad esta estrategia?
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Hace poco se reabría un debate que cada tanto aparece en escena: ¿es legítimo que organizaciones no gubernamentales lleven a cabo acciones publicitarias de alto impacto emocional para lograr sus objetivos, por loables que éstos sean?

La encargada de reinstalar el debate fue Save The Congo, pequeña organización londinense integrada en su mayoría por congoleños residentes en Reino Unido que, principalmente, se dedica a campañas de concientización e incidencia política con el objetivo último de que mejore el cumplimiento de los derechos humanos en su país. Save the Congo logró reunir a un muy selecto grupo de artistas de la industria audiovisual para crear Unwatchable, un corto dirigido por los multipremiados Isabel Whitaker y Marc Hawker, del dúo DarkFibre.

El filme se desarrolla en una idílica campiña inglesa, en Cotswolds, sur de Inglaterra. Una familia feliz. El marido lava el coche frente a la casa, la esposa en la cocina, la hija adolescente llega del colegio, la niña pequeña juega en el jardín. De pronto, caen bengalas del cielo, arrojadas desde un helicóptero con combatientes que, como ellos, parecen ingleses. Irrumpen en la casa, y violan repetidamente a la hija adolescente sobre la mesa de la cocina mientras obligan al padre a observarlo todo. Después arrastran al padre fuera, lo matan de un tiro, le arrancan los genitales y se los obligan a comer a su mujer. Al menos parece que la niña pequeña logra escapar.

“Lo hicimos en Inglaterra porque queríamos preguntar: ¿Lo aceptaríamos si estuviera ocurriendo aquí?”, explican los organizadores de la campaña.

Unwatchable está basado en la historia de Masika, una mujer que tras haber sido víctima de atrocidades aún peores a las que narra el filme (ella lo recuerda bien: fue el 29 de octubre de 1999, a eso de las 5 de la mañana), ha consagrado su vida a trabajar dando apoyo a víctimas de violaciones.

Después de los brutales cinco minutos de película, se te pide que firmes una petición a la Unión Europea para que tome medidas concretas para que las compañías que comercien con minerales de la zona de los Grandes Lagos de África publiquen detalladamente sus cadenas de suministro y respeten los procedimientos obligatorios de la ONU y la OCDE. También se urge a que la UE se comprometa a tomar medidas “rápidas y severas” si cualquiera de las partes rompe los acuerdos de paz o instiga a la violencia masiva. “Durante mucho tiempo, la UE ha visto a los escuadrones de la muerte violar, saquear y cometer graves crímenes contra la humanidad, respondiendo sólo con palabras de condena”, reza la petición. No es una petición revolucionaria: sólo se exige el cumplimiento de la legalidad.

Con esta modalidad poco ortodoxa, Save the Congo pretende llamar la atención sobre un conflicto que no ha merecido demasiada atención de los medios occidentales pese a ser el más devastador desde la Segunda Guerra Mundial, con la muerte de unas 5 millones y medio de personas desde 1998, y en el que la utilización de la violación como arma de guerra es el denominador común de las diferentes facciones que luchan por el control de las zonas de extracción de estos minerales.

No vamos a explayarnos en detalles sobre cómo el estaño, el coltán o tántalo, el tungsteno y el oro son minerales necesarios para que los teléfonos móviles funcionen, ni cómo funcionan las mafias de la extracción y el contrabando de estas materias primas cuyo destino final está en esos aparatos que nos son tan útiles. Sí diré que la iniciativa, en mi caso fue efectiva, porque me llevó a adentrarme en un problema del que no tenía idea (por ejemplo, viendo reportajes como éste). Pero me sorprendió que, pese ser un filme de altísima calidad técnica y con grandes nombres de la industria audiovisual en su producción, su página de Facebook no supere los 350 seguidores y su cuenta de Twitter no llegue a los 200. Esta falta de segumiento en las redes sociales marca un claro contraste con la repercusión que Unwatchable ha tenido en los medios digitales, en especial los británicos.

Jane Martison, del diario The Guardian, escribió al respecto que “los filmes más efctivos no son los más chocantes”. Pone como ejemplo un corto de Richard Curtis, No Pressure, que intenta concientizar sobre el cambio climático. En este filme de humor explotan las cabezas –con el consecuente reguero de sangre– de aquellos que no se muestran dispuestos a reducir sus emisiones de carbono. Los responsables de No Pressure reconocieron que cometieron un error con un corto “que se suponía debía ser humorístico pero terminó molestando a mucha gente”.

Este filme no es directamente comparable a Unwatchable pues en aquél no hay una relación real entre la muerte violenta de los insensibles al cambio climático y el verdadero problema que se pretende abordar, mientras que en el segundo sí se reproducen fielmente los crímenes que ocasiona el tráfico de minerales en el Congo –aunque ambientado en una campiña inglesa. Pero en lo que sí son comparables es en la utilización de imágenes visualmente impactantes, que han tenido como indeseable consecuencia que quienes lo vean no deseen compartirlo. Y así el buscado efecto viral se desvanece.

“Después de ver Unwatchable, firmaré la petición para que los fabricantes de celulares sean más transparentes en cuanto a sus materias primas y urjo a ustedes a que  lo hagan, también. Pero, ¿ver el film? ¿No es suficiente el saber que, mientras lo ves, cinco hombres, mujeres y niños fueron violados en el Congo?”, escribe la periodista de The Guardian, quien reconoce que no quiso compartir el filme.Yo también lo comprobé. En un almuerzo con compañeros de trabajo, hablé sobre Unwatchable. Un par de ellos miraron hacia otro lado. Literalmente. Y uno admitió: “Parece que hay gente así de mala. Pero prefiero no saberlo”.

Así que, aunque a mí sí me haya llevado a enterarme más del problema del Congo y los minerales, debo reconocer que el argumento de The Guardian sobre la falta de efectividad de la iniciativa es inapelable: aunque los responsables del filme advierten de que debe verse contextualizado con el material de la campaña que nos ilustre sobre este flagelo, fallan en el mismo centro de su intención, pues no logran que quienes lo vean pasen la voz. Y si de lo que se trata es de que la campaña llegue a la mayor cantidad de gente posible (no para que se sientan impactados por el filme, sino para que se enteren de los entresijos del negocio de los minerales y su relación con la industria tecnológica), Unwatchable ha fallado. Más allá de sus loables intenciones.

 

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Periodista todoterreno, ha escrito de política, economía, deportes y más. Además de Letras Libres, publicó en Clarín, ABC, 20 Minutos, y Reuters, entre otros.


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