Una cuestión retórica del populismo

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Además de la frase sobre el desengaño del cambio histórico que hizo emblemática a su novela El Gatopardo (“se vogliamo che tutto rimanga come è, bisogna che tutto cambi”*), Tomasi di Lampedusa tiene otra no menos reveladora. No está en su novela, sino en una reflexión de las lecciones de literatura que dio a un pequeño grupo de palermitanos. “Los hombres –dijo Lampedusa– llaman fácilmente ‘retórica’ a la dialéctica que se ocupa de los sentimientos que no comparten o con los que deben cumplir un esfuerzo para darle alcance.”

No es un despropósito recurrir a un autor de supuesta inmovilidad histórica como Lampedusa para acercarse al presidente de una supuesta revolución. En el fondo Lampedusa no era determinista, ni la llamada “Revolución Ciudadana” del presidente ecuatoriano Rafael Correa ha significado un cambio radical en el país. (Revuelta, más bien, si recordamos la distinción entre ambos términos que hizo Octavio Paz.)

Lo que sí hay es un elemento retórico que exige cumplir el esfuerzo del que hablaba Lampedusa para dar alcance al actual régimen ecuatoriano, desde su líder a sus seguidores. Correa desata entusiasmos populistas. Estos no tienen que ver solamente con los cambios y medidas que había que implementar en un país que los necesitaba hace décadas, sino con la suerte de carta blanca que ha logrado entre sus seguidores hacia cualquier medida o decisión que tome el presidente, pasando por alto una serie de despropósitos que, sí, son de difícil comprensión, como su desaforado combate a la prensa. La incontinencia verbal de Correa ha tildado a los periodistas ecuatorianos de “mafiosos” (a una periodista la llamó “gordita horrorosa”) y hasta creó una categoría tan sucinta como adjetiva: “prensa corrupta”. Esta muletilla se usa para cualquier medio de comunicación. Este presidente ha demandado a tres periodistas y un medio de prensa por daños morales por un monto que suma, en una ya atenuada sentencia de la Corte de Justicia ecuatoriana, los cuarenta millones de dólares, y es necesario un gran esfuerzo para descifrar su retórica incomprensible. Quien no comprenda los sentimientos de una “revolución” para la cual “la patria ya es de todos”, deberá hacer ese esfuerzo para entender, por ejemplo, que hay que proteger los derechos de la naturaleza por disposición constitucional y con nombre propio “Mamapacha” (Madre Tierra), mientras que el mismo gobierno pretende abrir explotaciones mineras, pese al reclamo de miles de indígenas que realizaron una marcha a lo largo del país, precisamente ellos que tienen la relación directa con la tierra y no la retórica sobre la tierra. Habría que preguntarse si no es más bien el presidente Correa y su gobierno quienes han terminado, por falta de comprensión, considerando retóricos y agotadores los sentimientos de los indígenas ecuatorianos, los únicos que han sabido sustraerse a la hipnosis populista porque se han dado cuenta de que, en definitiva, no son beneficiados.

Por una parte hay una necesidad de cambios históricos y, por otra, un presidente que siempre lleva una incómoda piedra en el zapato: considerar cualquier crítica un atentado contra su honra (ha dicho que no dejará “ofender la majestad presidencial”), lo que ha incentivado que se presente un código en el que se tipifican más de diez delitos contra la honra y la posibilidad de cierre de medios de comunicación durante cinco años como medida cautelar.

La prensa de cualquier país con libertad crítica no puede llegar muy lejos cuando tiene frente a sí a Rafael Correa. Un ejemplo fue lo ocurrido en la entrevista que le hizo la periodista Ana Pastor en Televisión Española con motivo de la visita de Correa a España en el mes de marzo. Conforme avanzaba la entrevista y Ana Pastor sacaba a colación distintos temas, Correa iba perdiendo el control. El primer síntoma fue decir que era un “cliché”, “un lugar común”, hablar de libertad de expresión. Para atenuar las preguntas insistentes de la periodista, empezó a evitar las respuestas directas y terminó por llamar “Anita” a la periodista, en una especie de chantaje de confianza por el uso del diminutivo. Como era de esperar Ana Pastor insistió en que su nombre era Ana y que no le gustaba que la llamaran de otra manera. Al final de la entrevista, haciendo una pausa enfática, Correa volvió a llamarla Anita. Más allá de este capricho y su repunte que habla por sí mismo, el gesto muestra que Correa no tiene la destreza suficiente como para dialogar. Lo suyo es simplemente imponerse. Quizá por eso lo que le hizo dar marcha atrás para su indulto a la prensa es que lo criticó una contundente opinión internacional, desde la solidaria republicación en varios medios colombianos de la columna de Emilio Palacio, “No a las mentiras”, a los editoriales de medios como The New York Times (“Ecuador’s Assault on Free Speech”), entre muchos más, y las columnas de Mario Vargas Llosa o Antonio Muñoz Molina, además de un manifiesto de más de cien escritores de varios países, encabezado por las firmas de Fernando Savater, Rosa Montero y Javier Cercas.

El caso de Correa con la prensa ecuatoriana revela que no era ningún beneficio para “el pueblo ecuatoriano” que los periodistas fueran declarados culpables y paguen una multa descomunal. Era algo de beneficio personal, y no aludo a que se habría embolsado millones de dólares, sino a dejar sentado quién es el intocable en Ecuador, sellando con este gesto el nuevo estamento que hará que todo cambie para que todo, Lampedusa dixit, siga igual. Es decir: una clase enquistada en el poder y una ciudadanía sujeta a arbitrariedades. Aunque el presidente Correa alegó que se presentaba a demandar a los medios de prensa como ciudadano común, nunca faltaron, en su asistencia a la Corte de Justicia, despliegues que iban mucho más allá de la básica seguridad de un funcionario de alto rango. Siempre estuvo acompañado de sus ministros, al punto que fue emblemático que estuvieran muchos de ellos el día de la sentencia final contra El Universo, acaso porque también habían sido duramente criticados desde las páginas del diario que se sentaba en el banquillo, y no les venía mal darse el gusto de ver cómo caía la sentencia a sus críticos. Una vez dada la sentencia, como en un juego de capricho, Correa pasó a dar el “perdón sin olvido”. Esta marcha atrás pone en evidencia que el discurso populista se cuida mucho cuando se dirige a dos públicos distintos. Por una parte está el electorado interno y por otra la opinión internacional. Mientras Correa se ha esforzado desde su época de campaña en dirigirse en quechua, parcialmente, a los indígenas ecuatorianos, en el caso de la concesión del indulto, la comunicación fue dirigida con traducción simultánea al inglés y al francés. Una cuestión retórica del populismo del siglo XXI. ~



* “Si queremos que todo siga como está, es necesario que todo cambie.”

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(Ecuador, 1969) es escritor. Su novela más reciente es La escalera de Bramante (Seix Barral, 2019).


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