Fotografías: Orlando Pardo Lazo

Un Estado en retirada

Como un sonámbulo, Prieto, exiliado cubano, recorre las calles de su Habana natal tras diez años de ausencia. Ve el desastre de la dictadura y las primeras señales del cambio económico. Recorre las calles que cifran la historia de su vida mientras dialoga con ciudadanos, turistas, blogueros y amigos, y no deja de interrogarse sobre cómo se apaga un Estado totalitario.
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En las oficinas en Queens donde adquirí el boleto del único vuelo directo a La Habana desde la ciudad de Nueva York me dieron una lista de la mercancía que podía llevar a Cuba: diez kilos de medicina y hasta veinte kilos de alimentos libres de impuesto de aduana. Si es verdad que Cuba sufre un embargo comercial de Estados Unidos, son los mismos exiliados cubanos quienes han asumido la tarea de mantenerla a flote. El día del vuelo descubro a muchos pasajeros con grandes bultos –sospecho que con las medicinas y la comida, aparte de televisores de plasma en sus cajas, equipos de audio y otros electrodomésticos. El año pasado, la cifra de visitantes ascendió a 324,000 personas [Arreola].[*] Según cálculos de varios economistas, las remesas alcanzan un valor de más de mil millones de dólares anuales, aproximadamente un 35 por ciento de la entrada de divisas con que cuenta el país [Barberia].

La ayuda es, no obstante, insuficiente: encuentro la ciudad virtualmente a oscuras, y la célebre esquina de 23 y L, el equivalente habanero de Times Square, vacía a las diez de la noche. La impresión que tengo es ominosa, como si el país hubiera sido golpeado por una catástrofe. El abandono y la más profunda crisis se respiran en el ambiente. Cuba está mal. No otro, en esencia, es el diagnóstico que emitirádías después el actual gobernante cubano, Raúl Castro, ante el Parlamento Cubano. Al referirse al duro momento que atravesaba la isla, anunció: “O rectificamos o ya se acaba el tiempo de seguir bordeando el precipicio, nos hundimos y hundiremos […] el esfuerzo de generaciones enteras” [Raúl Castro].

Ciertamente, los signos de esa profunda crisis están en el aire desde hace por lo menos veinte años. Lo que ahora ha quedado claro, sin embargo, es que la crisis no es coyuntural, sino estructural. No cabe seguir culpando al “bloqueo” estadounidense y a la caída de la URSS. Algo estámal en el propio sistema. Fue eso lo que dejó entrever en el sorprendente comentario que Fidel Castro hiciera a Jeffrey Goldberg, de The Atlantic, y a la experta norteamericana Julia Sweig en agosto del año pasado –que el modelo no funciona–. Sus palabras fueron exactamente: “El modelo cubano ya no funciona ni siquiera para nosotros” [Goldberg]. Otra vez: no se refería a la perfidia del imperio sino a una causa interna. Esto, de por sí, es ya todo un acontecimiento digno del más detallado análisis. ¿A qué modelo se refería? Al modelo soviético de estatalización forzada. La Revolución cubana fue también una cura a la falta de Estado que afectaba al país previo a 1959, a su debilidad crónica. El Estado debía hacerse cargo de lo que habían hecho mal los anteriores gobernantes. La Unión Soviética, con sus sonados triunfos –el Sputnik de 1957 era uno de ellos–, era un ejemplo de que aquella era una vía promisoria. Que, de paso, tenía la gran conveniencia de ser el gobierno de un solo partido, virtualmente sin oposición, y cuya sociedad civil había sido pulverizada.

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Ahora, en mi primera visita a Cuba en diez años, tuve ocasión de observar los primeros signos del proceso inverso, los primeros pasos del desmontaje de ese Estado gigante. Vi, en una palabra, un Estado en retirada. Fue una experiencia tan visible como si se tratara de un hecho físico. Lo vi refluir pesadamente y vi los detritos que va dejando al retirarse: el desastre de una economía disfuncional, el país sumido en la más profunda crisis financiera agravada por un sistema esquizoide de doble moneda. Y todo en medio del creciente descontento de la población y el auge visible de la disidencia.

 

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Compro todo el material de prensa que tienen en venta en el quiosco más cercano a la “casa particular” donde rento un cuarto. Tan inusitado interés en periódicos y folletos que casi nadie lee me delata al momento como alguien venido del extranjero. Pregunto por el recién publicado Proyecto de lineamientos de la política económica y social, pero se ha agotado, me dice el viejo dependiente, porque “toda La Habana lo está leyendo”. Termino comprándolo a un revendedor, otro anciano que ha escuchado la conversación, a diez veces su precio original.

Se trata de un folleto de escasas veintinueve páginas que en 291 puntos detalla la próxima “actualización” del modelo cubano. Son, afirma Granma, la destilación de la consulta que el 26 de julio de 2007 ordenó Raúl Castro cuando “más de cuatro millones de cubanos hicieron más de un millón de planteamientos” [Serra]. Grosso modo, la actualización consiste justamente en reducir el tamaño de ese Estado poco ágil, hacerlo más compacto y con un costo operativo menor. Lo que se discute, entiendo tras penetrar la jerga un poco técnica de los Lineamientos que todo el mundo lee y discute, sin embargo, como un best seller, es qué nuevo papel asignarle a ese Estado –imaginarlo más un árbitro que un jugador clave–, cuidando sin embargo que no pierda el control político. El partido gobernante debe permanecer en el poder y “salvaguardar las conquistas de la revolución”.

Caigo en la cuenta de que en realidad están buscando acomodarse a un cambio que comenzó a darse en gran medida sin la participación del gobierno, algo que el pueblo cubano comenzó a hacer por su propia cuenta. Como un río que retorna a su propio cauce; o como si cuando un frente se desmorona, el Estado Mayor declarase una “retirada organizada”. Los Lineamientos son solo para guardar las apariencias, trata de embridar ese proceso.

 

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O bien se ha dado una mezcla de ambas cosas. La vida bajo el socialismo es un eterno juego del gato y el ratón entre un Estado celoso valedor de su condición de único actor y la guerrilla eterna de la iniciativa privada y el mercado negro, que es la corriente poderosa que corre bajo la superficie en apariencia monolítica de todo el país y que en gran parte lo mantiene funcionando. Se ha propuesto el Estado, entonces, acceder a esa corriente con pozos artesianos, permitirle salir a la luz de manera más o menos controlada.

Me asombra, por ejemplo, la cantidad de comida que se vende en las calles en contraste con los años de hambre del así llamado Período Especial. En la céntrica calle San Rafael, en la parte vieja de la ciudad, cuento por lo menos diez expendios de comida, la mayoría en moneda nacional. Y prácticamente no hay colas, tal vez porque los precios son más bien altos, pero los mercados están bien abastecidos (para los parámetros cubanos) y con precios que, aunque son prohibitivos para gran parte de la población,  encuentran sin embargo su comprador. En cualquier caso, la oferta particular, en conjunto con la del Estado que vende a precios “liberados” del mercado, ha aliviado la ardua tarea de alimentarse. El país importa el ochenta  por ciento de lo que consume, casi dos mil millones de dólares al año. En el 2007 se comenzó la entrega de la tierra ociosa, alrededor de tres millones de hectáreas, casi la mitad de la tierra cultivable. Como señala en una entrevista a la revista Espacio Laical el joven economista cubano Pavel Vidal Alejandro, queda por lograr “la desarticulación del monopolio del sistema estatal centralizado de comercialización agrícola” [Mederos]. Esto y no el atraso ni los ciclones es lo que ha impedido al campesino cubano llenar los almacenes.

Han anunciado que eliminarán la cartilla de racionamiento, un sueño de toda la vida. Hoy, finalmente, este sueño parece al alcance la mano, pero no porque se haya alcanzado la bonanza económica del Socialismo Desarrollado (como ocurría en la URSS, donde no había “libretas”, nos decían), sino porque el Estado ya no cuenta con nada para distribuir. La bodega frente a la que paso todas las mañanas y donde funciona el teléfono público que uso para hacer llamadas sigue vacía como en mi infancia, cuando mi madre debía hacer malabares para que alcanzara la cuota, nunca suficiente, del pan racionado.

 

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“Los chinos –me dijo mi amigo el ensayista Víctor Fowler, a quien visito tarde en la noche en medio de la oscuridad y bajo una lluvia pertinaz–, a quienes Cuba les hizo carantoñas, no entraron en el juego de ‘mantener’ la lejana Cuba como hicieron los rusos.” La URSS, el creditor de lujo que durante más de treinta años le proporcionó a la Revolución cubana miles de millones de dólares, pasó a mejor vida  en 1991. Su lugar lo ocupó Venezuela, que vende a Cuba cien mil barriles diarios de petróleo [Cubadebate] a cambio de servicios médicos. Pero este modelo también ha comenzado a hacer aguas debido a los desatinos de Hugo Chávez y la delicada situación que atraviesa la propia Venezuela.

De modo que se han visto forzados a recurrir al último creditor disponible que siempre han tenido a la mano, y que no es otro que el propio pueblo cubano. Tras decenios de mantenerlo maniatado, ahora se han inclinado sobre él desde su altura olímpica, todopoderosa, a desatarle las manos. Para empezar ha dejado de llamar especulador y parásito al desertor del Estado y lo ha bautizado con un nuevo nombre: “cuentapropista”. Es la última tabla de salvación.

Como primer paso comenzaron publicando, graciosamente, una lista de las actividades autorizadas que suman 178 e incluye las más exóticas profesiones como payasos y forradores de botones. Precavidamente, la lista no incluye profesiones como médicos y programadores, porque el estudio de estas carreras fue financiado por la Revolución, y porque además los médicos son una de las grandes fuentes de ingreso del país. Cuba mantiene contingentes de las así llamadas “misiones médicas” no solo en Venezuela sino también en la lejana Sudáfrica, la hermana Bolivia y muchos otros. En cualquier caso, el plan se ha declarado con enorme entusiasmo, y Granma informa que ya para noviembre del año pasado ochenta mil cubanos habían solicitado sus licencias. Con vista a esto, el gobierno ha declarado que importará mercancías por ciento treinta millones de dólares para crear un mercado mayorista donde los nuevos empresarios puedan comprar los insumos necesarios. Será el Estado, más paradójico aún y siempre según los Lineamientos, quien también se encargará de establecer los precios y de gravar las ganancias con lo que algunos consideran tasas demasiado altas, capaces incluso de comprometer el despegue de los nuevos empresarios. Hay una razón ideológica detrás de estas contradicciones. Raúl Castro declaró en el mismo discurso:

 

Nadie debe llamarse a engaño, los Lineamientos señalan el rumbo hacia el futuro socialista, ajustado a las condiciones de Cuba, no al pasado capitalista y neocolonial derrocado por la Revolución. La planificación y no el libre mercado será el rasgo distintivo de la economía y no se permitirá, como se recoge en el tercero de los Lineamientos generales, la concentración de la propiedad [Raúl Castro].

 

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La otra medida de la que habla toda La Habana son los despidos. El gobierno va a deshacerse de quinientos mil trabajadores para fines del año 2011 y hasta de 1.3 millones de aquía tres años. Esta noticia, leída en Nueva York, me asusta, pero en Cuba dos cosas llaman mi atención. La primera es que de todas las personas que encuentro, mis amigos, excondiscípulos, las personas con las que me topo en la calle, nadie trabaja ya para el Estado. Hablo incluso con una médica que ha renunciado a su trabajo para no deberle nada al Estado y poder emigrar llegado el momento (a los doctores les imponen un período de cinco años de moratoria-castigo si expresan su deseo de emigrar).

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La segunda es que no percibo mayor angustia. Quizá porque hablar de “despidos” en una situación de sueldos más que simbólicos no tiene mucho sentido. El magro salario del Estado, quince dólares promedio, ha perdido casi todo su valor adquisitivo. En una economía en que la renta mensual de un celular puede costar unos cuarenta dólares al mes, ya pesar de esto ya hay un millón de teléfonos celulares funcionando en Cuba [Ravsberg], es evidente que el dinero sale de alguna otra parte y no precisamente del Estado. Un amigo, cuyo nombre no mencionaré, me dijo que ve los despidos “como un alivio” y también como “una oportunidad para muchas personas. El punto estáen que el Estado nos deje realmente ganarnos la vida, no se inmiscuya”. Será más azaroso, pero también será vivir en mayor libertad.

Porque hay aquí algo importante: lo que se dice o se escribe sobre un país como Cuba debe ser glosado cuidadosamente: un “desempleado” no es un desempleado, una “demostración” no es una demostración sino una actividad organizada por el gobierno y así un largo etcétera. El totalitarismo –como lo ha explicado muy claramente Victor Klemperer– comienza antes que nada por una subversión lingüística de la realidad.

 

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Contra esa subversión lingüística se han sublevado los blogueros y la prensa independiente. Sigo mucho los blogs que se escriben en la isla, en particular el de la multipremiada Yoani Sánchez, porque tiene la virtud de poner la catástrofe cubana en términos entendibles. Como una verdadera “cuentapropista” de la información, Yoani hace de manera privada lo que el behemoth del Granma no logra: cubrir verazmente el día a día de los cubanos. Por inercia se le ha acusado de estar al servicio de la CIA, pero es algo que ya nadie cree. Son muchos los que entienden que disentir no significa estar al servicio de una potencia extranjera. El impacto de los blogs es, sin embargo, limitado. En Cuba hay tan solo un millón y medio de personas (un escaso catorce por ciento de la población) que pueden conectarse a internet, y la tarifa es exorbitante para quienes no tienen conexión aprobada por el trabajo. La conexión es, además, exasperantemente lenta, como lo compruebo cuando quiero consultar mi correo en la Sala de Prensa del Hotel Nacional, una joya arquitectónica de la época dorada donde, luego de lidiar con el internet, puede uno salir al jardín a ver los pavos reales y a escuchar a los músicos que desgranan las ya doblemente viejas melodías del Buena Vista Social Club.

He quedado de verme aquí con el también bloguero y amigo de Yoani, Orlando Luis Pardo Lazo, de 39 años, cuyas fotografías ilustran este reportaje. Es un excientífico que por años trabajó recombinando ADN en el Polo Científico de La Habana “para hacer vacunas”. Me habla también de las Damas de Blanco, que es como se conoce a las esposas de los prisioneros de la llamada Primavera Negra del 2003, cuando fueron encarcelados 75 opositores. Lo más importante, según Orlando, es que las Damas –que tienen como forma de protesta caminar por las calles de La Habana vestidas de blanco y enarbolando gladiolos– no fueron atacadas espontáneamente por la población, que ha comenzado a mirarlas por primera vez en años con simpatía. Un catalizador puede haber sido la suerte del preso político Orlando Zapata Tamayo, que murió en La Habana en febrero del 2010 tras una prolongada huelga de hambre y cuya muerte despertó un gran movimiento de  protesta internacional. La actuación de las Damas, más la huelga de hambre que también sostuvo el ahora Premio Sájarov Guillermo Fariñas, trajo consigo la liberación de los presos con la intermediación de la iglesia católica y su figura más visible en la isla, el cardenal Ortega. Más de cincuenta opositores de los presos políticos reconocidos por el propio gobierno fueron enviados a España sin que a la fecha haya sido liberado el más notorio de ellos, Óscar Biscet, un médico cubano de cincuenta años. Biscet, encarcelado también en el 2003, es el fundador de la Fundación Lawton de Derechos Humanos, un activista antiaborto y sin duda el disidente de mayor prestigio en todo el país que a la fecha sigue encarcelado [fue liberado el 11 de marzo de 2011].  “Ahora hay una suerte de tregua”, afirma. “Es lo más importante. Los dos bandos están esperando.”

 

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Si de noche la oscuridad deprime, tiene la virtud de ocultar algo que de día, bajo el inclemente sol del trópico, salta a la vista: el asilvestramiento de la ciudad. Fuera de la remodelada Habana Vieja, que tiene ahora cierto aire de aldea Disney y en la que, bajo la égida del eminente historiador y avezado empresario Eusebio Leal, funcionan galerías y restaurantes semiprivados, el deterioro de la ciudad es palpable. Abundan los saledizos hechos burdamente y una verdadera proliferación de rejas, como nunca había visto: ventanas y balcones enrejados, pero también rejas en las escaleras y en las puertas de las casas. Lo que no puedo no leer como otra señal del mismo fenómeno visible en todo el país del Estado en retirada: allí donde el Estado, que es un manto fijador, refluye, se liberan siempre fuerzas de signo negativo, criminal.

Y, en efecto, La Habana está inundada de rumores de asaltos, de robos. Uno llama particularmente mi atención. Me lo cuenta mi madrastra, sobre cómo un bus fue asaltado por gentes armadas que les quitaron todas sus pertenencias a los pasajeros. “Como en México”, añade visiblemente asustada. El rumor es tan fuerte que el propio Noticiero Nacional se encargará de desmentirlo dos días después.

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En cualquier caso, La Habana sigue siendo más segura que la mayoría de las ciudades donde he vivido, y tiene algo más: el mar. Camino largamente por el malecón habanero y abordo luego un Oldsmobile del 56, que es, a pesar de su veteranía, lo que usa toda la ciudad para desplazarse. El transporte sigue siendo el mismo problema de siempre: veo a las gentes arracimadas en las paradas, a pesar de que circulan buses nuevos, importados de China con –¡oh, sorpresa!– aire acondicionado. Jamás pensé que viviría para ver algo así en un país en que el calor puede ser un verdadero suplicio. Sin embargo, son los coches H los que sin duda han permitido esa sensible mejoría del transporte, le han quitado presión al sistema estatal por el precio de diez pesos cubanos o cincuenta centavos de dólar.

En el asiento trasero del Oldsmobile, dos muchachas hablan mandarín junto a mí y las tomo por turistas. La presencia de turistas es palpable en La Habana. Juventud Rebelde anuncia que por primera vez ha llegado a Cuba la cifra récord de dos millones de visitantes extranjeros en el período que va de enero a octubre de 2010. Resulta que mis vecinas son estudiantes, de China, que están aprendiendo español en una universidad en las afueras de La Habana, en Tarará. Me toma por sorpresa porque lo había olvidado: Cuba sigue siendo un destino de estudio. A pesar de la tremenda crisis, hay en el país más de treinta mil estudiantes extranjeros, incluido un grupo de unos cien estudiantes de Estados Unidos que estudian medicina en la Escuela Latinoamericana de Medicina [González].

 

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El país sufre de falta de profesores y la educación dista de ser lo que fue en mi juventud (más de la mitad de las clases son televisadas). Movido por la nostalgia y para documentarme para un libro que estoy escribiendo, viajo a la escuela donde estudié en la lejana década de los setenta, la Escuela Vocacional Lenin. Se trata de una construcción al estilo del gigantismo soviético para más de cuatro mil estudiantes, erigida en medio de la lujuriosa vegetación tropical. Hoy día es una pálida copia de lo que fue cuando su inauguración en el lejano 1974 por Leonid Brezhniev, y realmente proporcionaba una magnífica educación, en particular orientación vocacional. No sin la carga del adoctrinamiento ideológico ciertamente  y en unas condiciones que ahora, que visito sus dormitorios y  el comedor escolar, entiendo como bastante espartanas.

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Pero lo que me deja sin habla es enterarme que muchos padres pagan tutores privados para clases de matemáticas y de ciencia. Esto, repito, hubiera sido no solo impensable sino innecesario en la época cuando el Estado llegó a gastar más de un quince por ciento de su PIB en educación. “Si no lo hago, la niña no estaría bien preparada para los exámenes de ingreso a la universidad”, me confiesa una amiga mía cuya hija está por terminar los estudios preuniversitarios en nuestra misma escuela (sigue siendo la mejor del país). Y me da otras noticias sobre la escuela, en particular el frecuente robo de los colchones de los dormitorios y de material escolar.

 

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Durante años el gobierno se opuso a que los autores cubanos publicaran sus libros afuera de la isla y algunos, como el hoy muy leído Reinaldo Arenas, enfrentaron serios problemas y hasta la cárcel por infringir esa regla. La situación cambió drásticamente en los noventa cuando se desplomó la industria editorial y todo el mundo comenzó a publicar fuera de Cuba. Solo que esos libros, incluidos los míos que he publicado todos en el extranjero, no circulan en la isla. En cualquier caso, el clima es notoriamente más distendido. Invitado por la importante poeta cubana Reina María Rodríguez, leo un capítulo de mi próxima novela en uno de los pocos espacios culturales no oficiales que con mucha sabiduría y perseverancia ella ha sabido organizar, lo que por sí solo es un hecho increíble y digno del mayor elogio.

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De camino a mi charla entro en una de las pocas librerías que hallo funcionando en la calle Obispo, la más turística de la ciudad. La oferta es solo de editoriales del Estado, no hay obras importadas ni tampoco, como es de esperar, que sean críticas o contrarias a la Revolución. Si hay un área donde el Estado no piensa ceder el control es en el terreno de la lucha ideológica. Los últimos libros que en los muchos años de Revolución fueron publicados de manera privada en Cuba fueron al principio y fueron justamente vetados por subversivos. Entre ellos La granja de los animales de George Orwell, con la que aquellos lejanos editores quisieron alertar sobre los peligros del omnipotente Estado totalitario que se avecinaba –ese Estado que hoy con mucha cautela y temor han comenzado a desmontar pacientemente, cuidando y temiendo que no les explote en las manos.

 

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Lo que me lleva a una pregunta que hace mucho viene rondándome: ¿cómo se acaba un Estado totalitario, cómo se pone fin al totalitarismo? Hasta ahora el mundo ha sido testigo de varios escenarios de fin de un Estado totalitario: derrota militar, reforma política antepuesta a la reforma económica, reformas económicas con congelamiento de la reforma política. La Alemania nazi de 1945, la Unión Soviética de 1991 y la China de 1978 son ejemplos de cada una de esas variantes.

Parece claro –los reportajes sobre Vietnam en el Granma, el reciente viaje de un grupo de economistas cubanos al Asia, a Vietnam y Laos– que Cuba ha optado por el modelo chino de reformas económicas con congelamiento por tiempo indeterminado de las reformas políticas.

Oquizámás correcto sería hablar de “modelo cubano”.  Me explico: hasta 1968 la propia Cuba vivió en una economía mixta en que el Estado había dejado fuera de su control hasta sesenta mil pequeñas empresas que hacían más llevadera la vida de la población y cubrían pequeños frentes como zapaterías, comercios de comida, etcétera. Fue el mismísimo Fidel Castro quien lo terminó en el curso de una operación llamada Ofensiva Revolucionaria, cuando denunció en uno de sus kilométricos discursos:

 

Subsiste todavía una verdadera nata de privilegiados, que medra del trabajo de los demás y vive considerablemente mejor que los demás, viendo trabajar a los demás. Holgazanes, en perfectas condiciones físicas, que montan un timbiriche, un negocio cualquiera, para ganar cincuenta pesos todos los días, violando la ley y violando la higiene, violándolo todo […] Si mucha gente se preguntara qué clase de revolución es esta que permite semejante clase de parásitos todavía a los nueve años, tendría toda la razón de preguntárselo […] En general, ¿vamos a hacer socialismo o vamos a hacer timbiriches? ¡Señores, no se hizo una revolución aquí para establecer el derecho al comercio! [Fidel Castro]

 

A partir de ese día, en todos los sentidos memorables desapareció el último vestigio de propiedad privada en el país. Entre las muchas cosas que comenzaron a escasear se suprimió la merienda en la escuela donde yo cursaba el primer grado y para la cual en mi casa me daban una moneda de ¡veinte centavos! Se desató una horrible inflación, que es uno de los primeros recuerdos “políticos”de mi infancia, la terrible carestía de todo, y el bello pañuelo importado por el que mi madre pagó casi un sueldo completo, ochenta pesos, y que le sería arrebatado una noche en pleno carnaval.

 

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Para algunos, el momento más disgustante de esta variante de fin que se vislumbra, la de transformación económica, es que no permitirá una condena clara de los desmanes cometidos por la Revolución, la violencia que significó la movilización total, la puesta en marcha del Estado totalitario. Esto, dicen, y no les falta razón, encierra el peligro de un enquistamiento, de un daño moral que se adentrará por largos años en el futuro de Cuba. Por otra parte queda por ver si el Estado cubano aprenderá a comportarse en esa variante disminuida en la que millones de personas quedarán fuera de su nómina de sueldos y nada le deberán. Imagino recaídas, arrebatos de soberbia, incomprensión de su nuevo papel e incluso, ¿por qué no?, una vuelta a las andadas una vez que sientan que han capeado el temporal económico o –¡milagro!– logren conseguir un nuevo sponsor que los financie con largueza.

Si bien las condiciones ahora son distintas, no sería la primera vez que un período de “privatización”y “reformas”iría seguido de una vuelta atrás. Francamente creo que ya no hay tiempo para eso. Si de algo me sirvióeste viaje a La Habana fue para llevarme justo esa percepción: la de que esta vez  no habría marcha atrás. No porque no quieran, sino porque no  pueden. En cualquier caso, aun en esa nueva variante, el empequeñecido Estado cubano seguirásiendo desproporcionadamente grande comparado con cualquier país de la región. Tardaráaños para que eso cambie, pero lo importante es que la vida del ciudadano común, de la calle, se sienta.

 

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Todavía en Nueva York, desde antes de venir, tomé los datos de una “casa particular”, que es como se les llama a las casas que cuentan con licencia del gobierno para alojar turistas, una innovación aparecida en la crisis de los noventa cuando el Estado estaba necesitado de cuartos para albergar al mayor número de visitantes posibles. Es un edificio en la zona de antiguo esplendor de clase media, a dos cuadras de la oficina de intereses de Estados Unidos.

Como no es una zona turística propiamente, la oferta de comida callejera cae en picada en la noche. Un día que me quedo sin cenar, poco antes de regresar, descubro un lugar con un cartel que reza “Se vende comida” –así escrito, genéricamente–. Me interno por un estrecho pasillo entre dos casas. Una familia ve la telenovela brasileña del momento. Y en la ventana siguiente, en un cuarto habilitado como cocina, una mujer joven fríe bistecs que lanza al aceite hirviendo en una cazuela negra por el hollín. Es la comida típica de Cuba: arroz, frijoles, yuca hervida. Todo por veinte pesos. Más o menos un dólar. Lo sirven, como es común también en Cuba, en una pequeña caja de cartón y, cuando me lo da, la mujer habla de una manera que me asombra: “Cuidado, que está extremadamente caliente.” No dice “muy caliente”, sino “extremadamente”. No sé por qué eso me llama poderosamente la atención, se me antoja un símbolo de las enormes reservas de un pueblo que espera que se le deje vivir una vida adulta. El Estado protector que ahora se retira lo educó, lo instruyó pero también lo inmovilizó, lo castró, reduciendo todo un pueblo a una infancia extendida. Llegado es el momento que se le deje crecer. ~

 

Fuentes

AA.VV., “Cuba alcanzócuatro millones de toneladas en la producción de petróleo en el 2010”, en Cubadebate, 26 de enero de 2011(www.cubadebate.cu/noticias/2011/01/26/cuba-alcanzo-cuatro-millones-de-toneladas-en-la-produccion-de-petroleo-en-el-2010).

Gerardo Arreola, “De Canadá y EU, casi la mitad de turistas que visitaron Cuba en 2009”, en La Jornada, 27 de enero de 2011 (www.jornada.unam.mx/2011/01/27/index.php?section=mundo&article=022n1mun).

Lorena G. Barberia, “Remittances to Cuba: An evaluation of Cuban and USgovernment policy measures”, en Jorge Domínguez (ed.), The Cuban economy at the start of the twenty-first century, Cambridge, Harvard University Press, 2004.

Fidel Castro, discurso pronunciado por el comandante en el acto conmemorativo del XI aniversario de la acción del 13 de marzo de 1957, efectuado en la escalinata de la Universidad de La Habana, el 13 de marzo de 1968 (www.cuba.cu/gobierno/discursos/1968/esp/f130368e.html).

Raúl Castro, “Las medidas que estamos aplicando están dirigidas a preservar el socialismo”, discurso pronunciado en la clausura del Sexto Período Ordinario de Sesiones de la Séptima Legislatura de la Asamblea Nacional del Poder Popular, en el Palacio de Convenciones, 18 de diciembre de 2010 (www.cubadebate.cu/raul-castro-ruz/2010/12/18/raul-castro-discurso-en-la-asamblea-nacional).

Jeffrey Goldberg, “Fidel: ‘Cuban model doesn’t even work for us anymore’”, en The Atlantic, 8 de septiembre de 2010 (www.theatlantic.com/international/archive/2010/09/fidel-cuban-model-doesnt-even-work-for-us-anymore/62602).

Lenier González Mederos, “Desarticular el monopolio de la centralización estatal”, en Espacio Laical, núm. 123, febrero de 2001 (http://espaciolaical.org/contens/esp/sd_123.pdf).

Jorge L. Rodríguez González, “Más de 52,000 extranjeros han estudiado en Cuba”, en Juventud Rebelde, 3 de junio de 2009 (www.juventudrebelde.cu/cuba/2009-06-03/mas-de-52-000-extranjeros-han-estudiado-en-cuba).

Fernando Ravsberg, “Cuba: crecimiento de la telefonía celular”, en BBC, 23 de abril de 2010 (www.bbc.co.uk/mundo/america_latina/2010/04/100423_cuba_crece_telefonia_celular_lh.shtml).

Óscar Sánchez Serra, “Los Lineamientos y la proyección de la economía”, Granma Internacional, 19 de noviembre de 2010 (www.granma.cu/espanol/cuba/19noviem-los-liniamientos.html). ~



[*] Los nombres entre corchetes remiten a las fuentes consultadas que se consignan al final del reportaje (nota de la redacción).

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(La Habana, 1962) es escritor y traductor. Anagrama publicó en 2007 su novela 'Rex'.


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