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Toros, ostiones y mamonets

Los toros sólo me interesan si son de papel y tinta de un buen poeta, pero de ahí a que vengan los gobiernos y los defensores de los derechos animales y traten de acabar con una tradición en nombre de no sé qué ilustración de la buena conciencia, hay un buen trecho. 
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No sé nada de toros. Conozco, apenas, a los que andan pastando (o matando) por los campos y las plazas de la poesía. 

Desarrollé una aversión instintiva contra la fiesta brava cuando un toro cornó al torero Capetillo un domingo en la tarde en la tele de casa de mis abuelos, en blanco y negro, en vivo y en directo, y con narración de don Pepe Alameda que era un gran tipo y hasta poeta.

La cosa es que cuando aquel toro cogió al torero y lo zarandeó y salieron pedazos de torero volando y todo eso, fue muy desagradable. Pero lo que verdaderamente averió mi susceptible alma infantil fue ver y escuchar a mi madre y a mis tías soltando alaridos como las troyanas y poniéndose un luto inmediatamente pavoroso.

Trauma total y definitivo: no toros para mí, punto. 

Una vez nada más fui a una plaza, la de Querétaro, tambén hace muchos años. Un tío tenía boletos para una encerrona de algún torero llamado Manolo Martínez. Era muy extraño estar ahí, en primera fila, entre mexicanos que bebían vino en botas y fumaban habanos y decían “coño”.

Pues salió el primero de la tarde y corrió y retozó y lo toreaban y eso. Pero cuando lo picaron se convirtió en media tonelada de mugidos patéticos y de olor a sangre y ni modo: me desmayé de manera ipsofacta y pepsodent. Fue muy bochornoso, pero debo decir en mi descargo que se debió a que es un olor que conozco demasiado de cerca y me cae francamente gordo.

Y ahí estaba todo mundo gritando oles y oles y yo estaba espectacularmente desmayado sin que nadie viniera al quite ni le importara un bledo. Y cuando volví en mí logré salir de la plaza, como Kate Winslow, la inglesita sensible de La serpiente emplumada de Lawrence. Iba saliendo a trompicones, pálido y desencajado, y alguien me gritó “pinche gringo pendejo” (quizá fue el tío, furioso de que derperdiciase un boleto asaz costoso).

Y de nuevo dije: no toros para mí, punto.

Sólo me interesan si son de papel y tinta de un buen poeta, pero de ahí a que vengan los gobiernos y los defensores de los derechos animales y traten de acabar con una tradición en nombre de no sé qué ilustración de la buena conciencia, hay un buen trecho.  

Entonces me puse a tuitear a lo bestia:  

La cosa de oponerse a las corridas es por imitar a los catalanes que, a su vez, imitan a los franceses. ¿Qué no se suponía que éramos andaluces?

“En Cataluña se prohibieron los toros por motivos políticos, porque son españoles, no por amor a los animales” (me escribe Jordi Soler @jsolerescritor)

Los snobs mamonets de la mexicanitat van a Barcelona y se sienten muy cagats. Crecieron con cocacolets y ahora discuten vinos y catan y todo.

Entre los mamonets mexicans está de moda dárselas de catalans: “Staben larrambla, sea, sabes, sea, pta, rrambl”. Els mamonets catalá.

Els mamonets de la mexicanitat tinguin inflamats els tompayats.

Respeto el derecho humano del toro a ser elegantemente aniquilado en la plaza.

¿Qué puede haber más interesante que encontrar la manera correcta de disponer de un toro?

Sólo en México: se prohiben las corridas de toros, pero se permiten las corridas de peseras y de tractocamiones.

Si Peña Nieto se vistiera de luces sería redundante.

En lugar de las corridas de toros, habría que prohibir los maratones. Son inhumanos, crueles, aburridos y contaminantes.

El Rey matando elefantes y el diputado verdecolo matando renos. Eso sí es un crimen.

¿Y los ostiones? No hay creatura más prodigiosa que un ostión, y nadie lo defiende.

Una vez me comí un ostión divino, un Colville Bay Green. Ni Lewis Carroll se comió un ostión de esa magnitud.

La gente gritaba “¡ostionero, ostionero!”. Pedíamos el indulto. Fue en vano. (Qué bueno.)

Le hice una faena gloriosa a ese ostión. Qué trapío. Tres vueltas al paladar. Arrastre lento por el gañote. Laus Deo.

Lo mandé disecar a ese pinche ostión. Su cabeza decora mi biblioteca. Fue un ostión muy noble. 

Ahora se dice que los toros sufren y se asustan. Al rato van a tener alma.

“En la Plaza México mueren por espada 120 toros de lidia al año. En el rastro de Ferrería mueren mil diarios, electrocutados, los 365 días del año” (me escribe @Juan_Jes)

“Es que a los toros les da miedo que los maten”. Pusí. ¿A quién no? Bienvenidos a la realidad, toros.

El otro día, tomando una copa, escuché al vino diciendo “Por favor no me bebas, tenme lástima”. Estaba bastante bien.

Yo sólo como pescado, ostiones y cacahuates japoneses. Ninguno ha mostrado señales de tener alma en su encefalograma.

¿Indefenso el toro? Mírale los pitones a esa mádr y dí si está indefenso. Indefensos los pollos Kentucky y nadie les tiene lástima.

Nadie se irrita por la explotación y el abuso de que son víctimas los gorriones que sacan papelitos de la suerte en las plazas. Jornadas de 10, 12 horas, sin IMSS ni nada.

¡Libertad a los gorrioncitos sacapapeles! ¡Ahora! 

“¡Torito! ¡Toritoooo!”… Las más alta expresión de la gestalt mexicana.

Una vez me cornaron los estudiantes de toreo de los Viveros con su toro-bicicleta. Es en serio. Quise salir por verónicas y ni mádr: mordí el polvo.

Escribe Octavio Paz que los toros son luto huracanado. Es perfecto.

La pobre ópera Carmen de Bizet tendría que ser prohibida en el DF por “incitación al delito”.

O habría que adaptar esa ópera al futbol: “Escamillo goleador”, etc.

Y los pasodobles de Agustín Lara: prohibidos.

Quizá la idea de prohibir la fiesta (además de imitar catalanes) es una fantasía de controlar siquiera una forma de violencia.

El mismo gobierno que puede cerrar la plaza es el que permite la venta de especies amenazadas en el mercado de Sonora.

En un país de millones de solovinos astrosos, gatos emaciados, hamsters sin corazón, cocodrilos bolseados, sólo se defiende a los toros.

Tucanes presos, víboras-corbata estilo Hank Rohn, martas, chinchillas desolladas, pericos, tarántulas y lemures secuestrados; delfines cirqueros, tortugas abortadas, el cotidiano sacrificio humano de perros en el periférico y las calles… No: sólo los toros.

No entiendo por qué linchar cada año a un inocente en Iztapalapa es “patrimonio cultural de la humanidad” y la tauromaquia un agravio a la humanidad.

Y de prohibirse las corridas ¿qué va a suceder con el vocabulario taurino? ¿y con la inconmensurable riqueza cultural de la tauromaquia?

Esos cuadros de Goya, esos de Picasso, esos poemas de Alberti, ese ensayo de Bataille… ¿atentan contra los derechos de los toros?

Y cuando atravesada

siente el toro su vida,

piensa que la corrida

vale bien una espada… (Alberti)

 

No es una mera frase cortesana:

El hombre entero afronta siempre

Al toro con peligro mortal.

Así se afana… (Jorge Guillén)

 

Hay tenores que están para el arrastre, pero nadie quiere prohibir la ópera.

Estoy en contra de que usted mate al toro, pero defenderé hasta la muerte su derecho, su gusto, su necesidad freudiana de matarlo.

                                  …Toro

Mar sangriento de picas coronado

En dolorosa grana convertido (Alberti)

 

Los humanos tienen derechos taurinos, los toros tienen derechos humanos.

Aunque bien mirado, lo mejor de los toros es que no son humanos.

Suerte de don Tancredo: quedarse muy quieto para que el toro, creyendo que es una estatua, no embista. ¿Cuál de los dos es más tonto?

Me salgo por toriles.

Una vez más, no se me concederá el indulto…

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Es un escritor, editorialista y académico, especialista en poesía mexicana moderna.


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