Silicon Valley nos salvará

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El sitio donde se concentra talento + dinero + tensión es en este valle de California. Hay otros lugares prodigiosos, casi todos en Estados Unidos, pero ninguno alcanza las cifras y la imaginería que se condensa en este emporio del que Hollywood y Wall Street son apéndices. Es el sitio donde se fragua el futuro (¡ya ha pasado!). Es el sitio mental que engendra más contenidos y el nodo donde se procesa y se trafica con los datos del resto del mundo. Es el mundo. Es un sitio ideal, que ya no se puede localizar solo geográficamente, pues sus magnitudes y sus tentáculos exceden lo pensable. Los adolescentes del mundo van al colegio hablando de sv y sus criaturas. No sabemos hasta dónde llegan los poderes de sv; no sabemos qué parte de nuestra conciencia respira por los memes y responde a las ideas y las acciones que emite el Valle del Silicio. Y si alguien lo supiera, tendría que revisarlo cada diez minutos porque el ritmo de creación, destrucción, intercepción y ensoñación ya ha saltado de escala. Los señores de sv están ya en la conquista espacial, la computación cuántica y la inmortalidad, pero detrás (y dentro) de esos ámbitos debe de haber otros.

Cada algoritmo que dispara Facebook puede alterar las sensaciones de mil millones de personas. No se suele contabilizar a los allegados, pero los impactos de una red social alcanzan a los que no la utilizan. ¡Y Facebook está obsoleto! Solo le queda, como a Google y otras empresas maduras, llevar internet a los miles de millones de personas que no lo pillan. Globos estratosféricos y constelaciones de satélites. Y acceder a los cerebros de forma más directa, sin pasar por las operadoras.

Ya puede ser delito en usa borrar los datos personales, quizá estamos más guantanamizados de lo que queremos ver. Salir de este cerco mundial exige un esfuerzo considerable, salir de Gmail, de Facebook, etc. Y puede hacerte sospechoso, despertar un script de alerta que te ponga en una lista. Pero sin presencia en esas redes no hay existencia, es el modo de ser, el único cv. Hay mucha gente alertando de los peligros de este sistema del que apenas podemos intuir una parte muy pequeña. Cómo llamar un taxi, cómo hacer turismo. Cómo hacerlo todo de nuevo.

La vida en cookies. La legislación de cookies solo es una molestia. Nadie sabe a dónde van, cómo y con qué se combinan. La tele y el coche ya obedecen a sus remotos señores del aire, ya envían los datos a sus dueños.

sv es el futuro caducando en directo. La menor ocurrencia, si encuentra inversor, vendrá a tu vida, estés donde estés, y te ofrecerá algo, un nuevo intercambio que alterará la conciencia. Nuestras vidas se juegan en bolsa. Nuestra atención, nuestros clics, la huella de nuestras miradas, cotizan en los paneles gigantes de los mercados, pero no sabemos cómo, ni podemos cobrar unos céntimos por eso. Entre otras cosas ya irrecuperables (intimidad, privacidad, anonimato) al modelo sv le falta concretar el retorno inmediato de los gestos y la dedicación. Lo que les falta a las corporaciones que nos inspiran y nos registran es pagarnos. Ese paso no lo ha dado ninguna corporación a lo grande. Al menos, que podamos vendernos por algo real (“real” es lo que permite comprar). A Silicon Valley le falta remunerar a sus accionistas de atención, a sus donantes de datos: miles de millones de “usuarios”, a los que conoce mejor que jamás una compañía ha conocido a sus inversores o clientes. Para ser un lugar benéfico, que realmente sirva para mejorar el mundo, aunque sea para destruirlo mejor, a sv le falta pagar. La fama de sv es que junto a los factores clásicos del siempre reinventado sueño americano –talento, dinero, individualismo, ambición– hay una competencia despiadada, una competitividad más fuerte que nunca y que en ninguna otra parte. No será tanta cuando nadie da el paso que, sin duda, le coronaría como emperador del valle y del mundo: pagar. Pagar de verdad, no como Google o YouTube, con la publi. Pagar al usuario con la cadena de bloques (Bitcoin), céntimo a céntimo y en directo, en el maldito tiempo real. Pagar aunque solo sea por tener que llevar ese nombre denigrante: usuario.

Que me paguen por mis cookies, por el manejo sistemático de mis datos.

En el mundo 1/99%, Silicon Valley podría incubar también la solución, sin quererlo y sin saber lo que hace. Por casualidad. La mayor disrupción puede saltar en cualquier momento.

Que se vinculen software y biología, que ya se están acercando tanto. El usb o el wifi cerebral, el nanochip a un dólar, autoincrustable en casa, en la calle. Te lo enchufas y alquilas tu vida (cobrando en tiempo real). Alquilas tiempo de procesador cerebral: si te relajas, tu cerebro puede trabajar para Silicon Valley. Si aprendes a no pensar en nada, ganas dinero por el uso remoto de tu hardware carnuzo. Es como meditar, pero que te mediten a ti. En brazos del algoritmo. Algo así puede acabar con el paro mundial. Y con el aburrimiento. La conexión neuronal, que está al caer, puede sincronizar los cerebros del mundo en la misma onda (new wave única por fin), la armonía hippie de cuando Jobs empezó a estudiar tipografía, la paz mundial interior. Estamos en la intimidad social, las cookies son primitivas como lascas de sílex, pero las cookies neuronales están en el horizonte. Ya se ha visto que el sistema inmunológico está conectado al cerebro. La conexión de cada cual con Silicon Valley ocurrirá enseguida y será total.

Es posible que tanta presión se vuelva benéfica para la humanidad. Lo sabremos enseguida. A ver. ~

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(Barbastro, 1958) es escritor y columnista. Lleva la página gistain.net. En 2024 ha publicado 'Familias raras' (Instituto de Estudios Altoaragoneses).


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