Santa Teresa es el presente

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Santa Teresa es una flor carnívora en mitad del desierto. En 2666 (Anagrama, 2004), la novela de Roberto Bolaño, Santa Teresa es el agujero maldito donde tienen lugar crímenes, violaciones, suplicios y golpizas de mujeres.

Algunos dicen que si Macondo es la mítica ciudad que contó el origen de Latinoamérica, Santa Teresa es la que narra su fin. Pero no es verdad. Santa Teresa no es la ciudad del Apocalipsis, sino la del ahora; es la ciudad latinoamericana posmoderna: global, violenta y desigual.

Una de las historias que cuenta Bolaño es la de Andrea Pacheco, una jovencita de solo trece años secuestrada a la salida de la escuela. La encontraron dos días después, estrangulada. El hallazgo, dice la novela, lo hizo un migrante salvadoreño a quien, inmediatamente, acusaron de haber cometido el crimen. La policía lo remitió a un calabozo de donde salió dos semanas después con la salud quebrantada por el hambre y las “madrizas” que le propinaron.

La historia imaginaria de este migrante imaginario en un lugar imaginario no es demasiado diferente de la realidad. Las atrocidades que a diario se cometen contra los centroamericanos en México son resultado de una mezcla de machismo, xenofobia, racismo, pugnas territoriales por droga y tráfico de humanos… que empalma con las necesidades del Estado mexicano de controlar la migración irregular. Su historia es fugaz, como la de miles de centroamericanos, “pinches güeyes muertos de hambre”, como les dicen allá.

Viajan de noche, evitan los caminos transitados y se esconden en los montes expuestos a la acción de toda clase de fieras, como los Zetas y los policías municipales, estatales y patrulleros. Unos y otros forman parte de una maraña perversa en la que participan poblados enteros, verdaderos nidos de ratas.

La matanza de Tamaulipas, ocurrida en agosto de 2010, escandalizó a México. Fue una campanada. Los mexicanos se pusieron al tanto de que eventos de este tipo, en menor escala, se producen a lo largo de un extenso corredor que va de Tabasco, Chiapas, Oaxaca, Veracruz y Tijuana hasta Tamaulipas, una ruta que también es utilizada para el trasiego de armas y cocaína.

Un estudio de la Comisión Nacional de Derechos Humanos revela que en solo ocho meses de 2010 en el territorio mexicano fueron secuestrados más de 10 mil migrantes, la inmensa mayoría constituida por centroamericanos. Detrás de esa cifra hay espeluznantes dramas humanos.

Óscar Martínez, uno de los periodistas salvadoreños que mejor conoce el tema, insiste en que los secuestros de indocumentados no son nuevos, y que además continuarán. Las crónicas de su libro Los migrantes que no importan (Icaria, 2010) nos indicarían que Santa Teresa está por todas partes.

La violación de mujeres migrantes, una práctica que ocurre desde Tapachula hasta Sonora, ha dado origen a una leyenda fronteriza. En Mexicali existe el mito del árbol de los calzones. Se trata de un arbusto decorado con la ropa interior de las migrantes que en su intento por alcanzar Estados Unidos fueron violadas por los “bajadores”, hombres expertos en rastrear a los peregrinos en la arena. El árbol de los calzones es el emblema de ese México profundo.

Los Zetas han ampliado los significados del verbo “tablear”. En el inframundo donde ellos son reyes es el acto de arrodillar contra una pared a los migrantes que secuestran para partirles la espalda a tablazos, mientras esperan que caigan en alguna sucursal de MoneyGram los depósitos de entre 1,500 y 5,000 dólares enviados por sus parientes como pago por el rescate.

Estas barbaridades, que pasan a todas horas, y que todos conocen, han sido silenciadas por mucho tiempo. “Lo que ocurre es que esta gente no importa en este país”, le dijo a Martínez el cura Alejandro Solalinde, un protector de los migrantes, a quien sus mismos compatriotas quisieron quemar vivo por decir estas cosas.

No le importan a México y, la verdad, tampoco demasiado a los gobiernos de Honduras, El Salvador y Guatemala, que viven con el agua al cuello, y cuyas élites económicas rezan novenarios para que la migración no pare, mientras revisan el parte del ingreso de remesas.

La situación de los centroamericanos en México es una crisis humanitaria. Pero aunque el sufrimiento de los migrantes ha llegado a límites intolerables y su situación en materia de seguridad es cada vez peor, no hay manera de que la transmigración por México se detenga.

Hasta ahora el Estado mexicano ha mostrado incapacidad y, a menudo, falta de voluntad para afrontar este problema. Pero una cosa es cada vez más clara: la solución a esa crisis no será solo mexicana.

Unos 500,000 centroamericanos se internan cada año en esos parajes de muerte. El flujo hacia el norte, aun en esas condiciones inadmisibles, habla mucho de la desesperación que los empuja a salir del fuego de la pobreza y la exclusión, y emprender la búsqueda de oportunidades en Estados Unidos, así tengan que peregrinar a la flor carnívora de Santa Teresa. ~

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